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jueves, 2 de julio de 2009

LO QUE LLEGUÉ A SER Y CÓMO, SE LO DEBO A MI MADRE


viernes 3 de julio


Iniciaremos con este tema lo que contiene el folleto
de Adoración Eucarística y Maternidad Espiritual, uno cada día

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“¡Lo que llegué a ser y cómo, se lo debo a mi madre! ”.
San Agustín


Independientemente de la edad y del estado civil, todas las mujeres pueden convertirse en madre espiritual de un sacerdote y no solamente las madres de familia. También es posible para una enferma, para una joven soltera o para una viuda. De modo particular esto vale para las misioneras y las religiosas, que ofrecen toda su vida a Dios para la santificación de la humanidad. Juan Pablo II agradeció incluso a una niña por su ayuda materna: “Expreso mi gratitud también a la beata Jacinta por los sacrificios y oraciones que ofreció por el Santo Padre, a quien había visto en gran sufrimiento” (13 de mayo de 2000).




Cada sacerdote está precedido por una madre, que frecuentemente también es una madre de vida espiritual para sus hijos. Giuseppe Sarto, por ejemplo, el futuro Papa Pío X, apenas consagrado obispo, fue a encontrar a su madre de setenta años. Ella besó con respeto el anillo del hijo y al improviso, haciéndose meditativa, mostró su pobre anillo nupcial de plata: “Sí, Peppo pero ahora tú no lo usarías, si yo primero no llevara esta alianza nupcial”. Justamente San Pío X lo confirmaba con su experiencia: “¡Cada vocación sacerdotal proviene del corazón de Dios, pero pasa por el corazón de una madre!”.


Nos lo demuestra muy bien la vida de Santa Mónica. San Agustín, su hijo, que a la edad de diecinueve años, estudiante en Cartago, había perdido la fe, ha escrito en sus ‘Confesiones’:
“... Tú has tendido tu mano desde lo alto y has sacado mi alma de estas densas tinieblas, ya que mi madre, siéndote fiel, lloraba sobre mí más que cuanto lloran las madres la muerte física de los hijos… sin embargo aquella viuda casta, devota, morigerada, de las que tú prefieres, hecha más animosa por la esperanza, pero no por ello menos fácil al llanto, no dejaba de llorar delante de ti, en todas las horas de oración”. Después de la conversión, él dijo con gratitud: “Mi santa madre, tu sierva, nunca me abandonó. Ella me dio a luz con la carne a esta vida temporal y con el corazón a la vida eterna. Lo que llegué a ser y cómo, se lo debo a mi Madre!”.
Durante sus discusiones filosóficas, San Agustín quiso siempre consigo a su madre; ella escuchaba cuidadosamente, a veces intervenía delicadamente con su opinión o, con maravilla de los expertos presentes, daba también respuestas a cuestiones abiertas. ¡Por ello no sorprende que San Agustín se declarara su ‘discípulo en filosofía’!

1 comentario:

  1. Que motivante este artículo yo ya adopte a un Sacerdote

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