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lunes, 14 de septiembre de 2009

GRACIAS POR TALES PADRES


BIOGRAFÍA. MADRE MA. INÉS

4.- Gracias Jesús porque me cae concediste tales Padres.
De esta manera tienen que pasar tres años más para que pueda realizarse en esa vocación por la que se siente cada vez más atraída. Aunada a esa amarga espera, una terrible prueba tiene que sufrir junto con toda su familia.

Su hermano Eustaquio había sido enviado a Los Ángeles, California para continuar sus estudios de ingeniería en una universidad dirigida por padres jesuitas. Para el cumpleaños de su mamá regresa a Mazatlán; pero desde su llegada, un dolor agudo y vómito frecuentes, manifiestan los primeros síntomas de la fatal enfermedad. Con sólo veinte años, una peritonitis fulminante acaba con su vida. Su amado hermano con quien había compartido toda clase de bellos momentos se va de la forma más inesperada y absurda. El vacío que deja en cada uno de los miembros de esa numerosa familia es enorme y muy difícil de superar.

Una profunda huella deja en Manuelita la heroica resignación de sus padres. Su único hijo, en la plenitud de la edad, en el colmo de las ilusiones; cuando su temperamento, inteligencia y jovialidad sólo auguraban un halagüeño provenir; es arrebatado de sus brazos por una enfermedad implacable.

En la memoria de la joven queda grabada para siempre, la figura de su madre, de rodillas a la cabecera de la cama del moribundo, oprimida de dolor y sin derramar una lágrima. Durante las últimas horas de la vida de su hijo, se la pasa hablándole, inspirándole actos de amor, de conformidad, de humildad y de perdón. El enfermo, mientras tanto, repite con tal naturalidad y paz que todos quedan edificados. Manuelita recuerda maravillada como su hermano no deja de pronunciar los nombres de Jesús y de María, hasta casi el momento de expirar.

Su padre, por otro lado, lleno de impotencia no hace más que dar vueltas por la habitación, sin tener el valor de acercarse y ver el sufrimiento de su hijo tan querido. Al morir, sintiendo un dolor indescriptible, ve como su esposa, inundada de lágrimas se inclina para amortajar al joven ya inerte; don Eustaquio, traspasado por la pena se acerca a su mujer, la besa en la frente y sólo puede decirle: Hija, ¡Bendito sea Dios!. Su esposa repite: Sí, ¡Bendito sea Dios!.

El haber contenido el llanto todos esos días, pues nadie puede manifestar abiertamente la profunda pena, ocasiona que la madre de Manuelita y una de sus hermanas enfermen gravemente: la vena aorta se les inflama tanto que parece estar a punto de reventar. El médico prescribe reposo absoluto y por esa razón no pueden asistir a los funerales del joven Eustaquio. Su padre tampoco se encuentra en condiciones de resistir la despedida final. No podía concebir que aquél cuerpo atlético de su amado hijo se encontrar por la clase de enfermedad padecida, en un estado avanzado de descomposición que los obliga a sepultarlo inmediatamente. Aún así, aquel día se llevan a cabo las elecciones presidenciales y el ya casi anciano abogado, con todo su dolor a cuestas y ante el asombro de quienes conocían por lo que estaba pasando, lo ven llegar a las urnas y emitir su voto.

Después de la muerte de su hermano, Manuelita tiene que esperar once meses más para ingresar con las Clarisas. Después de la jubilación de su padre como juez de distrito, toda la familia se había trasladado nuevamente a Tepic y es de allí de donde parte hacia la tan anhelada vida conventual. En Mazatlán, su padre la entrega a la hermana del Señor Obispo de Tepic, desterrado en Estados Unidos, para abordar el tren que las cruzaría por los estados de Sinaloa y Sonora para llegar a Los Ángeles, California.

Por un lado a Manuelita le angustia enormemente dejar a sus padres, todavía muy tristes ante la terrible pérdida de su hermano; ella es la primera, después de Eustaquio, que sale fuera de casa, y su partida parece ser definitiva. A pesar de haber tenido hasta entonces una complexión más bien robusta, en los últimos meses pierde cerca de ocho kilos. Le duele además, alejarse de cada una de sus hermanas; siempre tan unidas y cariñosas. Pero por otro lado, la ilusión de dedicar su vida a la oración, apartada del mundo para entregarse por entero al enlace pleno con Jesús y ofrecerle su obediencia, castidad y pobreza, la llenan de una paz y alegría interior muy difícil de explicar.

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