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martes, 1 de septiembre de 2009

TÍO JESÚS (2)

Un tiempo después no sé cuánto pero no mucho, tal vez un año, fue enviado a Arramberri al sur del estado de Nuevo León, un lugar en aquellas épocas bastante aislado de todo. La casa parroquial había sido una misión franciscana y en parte estaba derruida, tenía un portón por un lado de la calle y otra puerta por el otro lado. Tenía una huerta con árboles de aguacate, un gallinero y una asequia. Y también sus leyendas, con todo y monje sin cabeza. La barda de un lado colindaba con el patio de la presidencia municipal donde de tanto en tanto llegaba el cine que era anunciado durante todo el día con una camionetita que tenía altavoces y tocaban una canción a todo volumen … “ayúdame Dios míooooo, ayúdame a olvidaaaaarla”… y ya en la tarde al oscurecer empezaba el cine y nosotros nos sentábamos a verlo desde la barda (películas de vaqueros con Gastón Santos)
En la huerta, en la parte de atrás había sido cementerio franciscano pero no se veían tumbas ni nada por el estilo, pero el caso es que en algunas noches se elevaba a cierta altura del suelo un halo de luz verdosa y nos sentábamos en una de las ventanas de esas de monasterio que son hondas, muertas de miedo, a esperar ver los fantasmas. Luego tío nos explicó que los huesos despiden fósforo y en algunas condiciones de frío y humedad se alcanza a ver eso…. ¿y los fantasmas?
Pues ahí fue donde pasamos las mejores vacaciones de nuestra niñez. Al día siguiente que salíamos de vacaciones del Colegio llegaba Tío Jesús por nosotros, tenía una camioneta, la recuerdo como si fuera hoy, una chevrolet color aqua de esas que los focos delanteros parece que tienen pestañas. Nos subíamos en la parte de atrás y era toda una aventura, nos chicoteaba el pelo en la cara con el aire y gozábamos el clima, el paisaje, todo era alegría y emoción. Abuelita nos consentía todo el tiempo y en Arramberri fui captando lo que era vivir de fe. La Misa matutina donde tío Jesús era el sacerdote, el catecismo donde tío Jesús era el catequista, todavía sé de memoria el Pater noster en latín que él me enseñó; él era el que nos llevaba a los paseos más fascinantes, pero él era misionero: ¡vamos con don Cecilio! ¡vamos! Él iba a confesar, a acompañar almas y nosotros a jugar a bañarnos al río y comer queso recién hecho en tortillas recién hechas, a recolectar granjenos (pero sólo si eran de los que comían las chivas porque los otros eran veneosos), nueces y anacuas, higos y duraznos, a subirnos a los burros, y perseguir chivas. Cómo disfrutaba tío Jesús en llevarnos a lugares naturales, al Salto de Zaragoza Nuevo León, a Los Cuartos un lugar de aguas cristalinas, transparentes, donde podía uno ver a los bagres nadando tranquilamente y cómo le gustaba brincar sobre los troncos que servían de puente cuando íbamos cruzando hasta que nos caíamos al agua, eran carcajadas y carcajadas y nosotros felices porque así ni mamá ni papá podían ya decir que no nos metiéramos al agua, y luego sacábamos del fondo los montones de berros que se movían suavecito con la corriente del río. Aunque también había ocasiones en que se iba él solo, bueno siempre con José su sacristán un hombre tan feo pero tan bueno, tío confiaba siempre en él. Entre las cosas que recuerdo es una plática de sobremesa y entre carcajadas platicaban de cómo les llegó la noche entre una ranchería y otra en la sierra y no veían ni sus narices, y los burros iban por la vereda sin detenerse y cuando empezó a amanecer vieron que habían pasado por un barranco peligrosísimo. (luego nos platicó, ya después de muchos años, que un día José no tocó las campanas para la misa de 6 de la mañana y lo fue a buscar a su cuarto y ya estaba muerto). En la casa junto al comedor y entre las recámaras había un cuartito en donde había un tapanco, una puerta en el entretecho y que de vez en cuando subía ahí ......

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