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martes, 3 de noviembre de 2009

SAN MARTIN DE PORRES 3 de Noviembre.

Quiero tanto a San Martín de Porres, me alegra el alma celebrarlo hoy y poner algunas de las muchísimas anécdotas de su santidad y humildad.
!Bendito San Martín de Porres, ruega por nosotros!



Felicidades Pueblo Peruano por tener a tan gran Santo


Son incontables los hechos extraordinarios en la vida de este santo, como son las curaciones, milagros, éxtasis ... Fray Martín ejerció durante mucho tiempo el trabajo de enfermero en el convento. Y fueron muchas las ocasiones en que aparecía misteriosamente en las celdas de los enfermos para socorrer sus necesidades justo en el momento en que lo necesitaban. Muchas veces hacía curaciones "milagrosas", como por ejemplo, cuando llegó un viejo zapatero al convento con los dedos de la mano engarfiados y contrahechos por un reuma dolorísimo. Fray Martín tomó su mano e hizo la señal de la cruz sobre los dedos enfermos. Pero aquél zapatero no estuvo conforme con el remedio, creyendo que el santo se burlaba de él. Para que el anciano se fuera tranquilo, le puso un remedio casero. Hizo como que preparaba algunas cosas y le vendó las manos. A la mañana siguiente, oh milagro!, el viejo zapatero notó que no solamente no tenía ningún dolor sino que podía mover los dedos y brazos, sintiendo todo el cuerpo rejuvenecido. Se quitó rápidamente la venda para descubrir qué maravilloso ungüento le había puesto el fraile y vio que era un trozo de suela de zapato!

Se cuenta que en otra ocasión curó con los mismos procedimientos a un médico al que le habían diagnosticado que no tenía remedio humano y que le quedaban pocos días de vida. Cuando llegó Fray Martín a visitarle, le pidió a la esposa que le diera una horchata de almendras. Martín se la dio de beber toda entera y le pronosticó que de ahí a dos días, él mismo iría en persona al convento a devolverle la visita. Y así ocurrió exactamente.

En los documentos del proceso de beatificación se cuenta también que Fray Martín "se ocupaba en cuidar y alimentar no sólo a los pobres sino también a los perros, a los gatos, a los ratones y demás animalejos, y que se esforzaba para poner paz no sólo entre las personas sino también entre perros y gatos, y entre gatos y ratones, instaurando pactos de no agresión y promesas de recíproco respeto". No es extraño que en el convento, los perros, gatos y ratones comieran del mismo plato cuando Fray Martín les ponía el alimento. Se cuenta que iba un día camino del convento y que en la calle vio a un perro sangrando por el cuello y a punto de caer. Se dirigió a él, le reprendió dulcemente y le dijo estas palabras: "Pobre viejo; quisiste ser demasiado listo y provocaste la pelea. Te salió mal el caso. Mira ahora el espectáculo que ofreces. Ven conmigo al convento a ver si puedo remediarte". Fue con él al convento, acostó al perro en una alfombra de paja, le registró la herida y le aplicó sus medicinas, sus ungüentos. Después de permanecer una semana en la casa, le despidió con unas palmaditas en el lomo, que él agradeció meneando la cola, y unos buenos consejos para el futuro: "No vuelvas a las andadas -le dijo-, que ya estás viejo para la lucha".

Otra anécdota que explica su amor a los animales es la siguiente: resulta que el convento estaba entonces infestado de ratones y de ratas, los cuales roían la ropa y los hábitos, tanto en la sacristía como en las celdas y en el guardarropa. Después que los frailes resolvieran tomar medidas drásticas para exterminarlos, Martín de Porres se sintió afligido por ello y sufrió al pensar que aquellos inocentes animalitos tuvieran que ser condenados de aquella manera. Así que, habiendo encontrado a una de aquellas bestias le dijo: "Pequeño hermano rata, óyeme bien: ustedes ya no están seguros aquí. Ve a decirles a tus compañeros que vayan al albergue situado en el fondo del jardín. Me comprometo a llevarles allí comida, a condición de que me prometan no venir ya a causar estragos en el convento". Después de estas palabras, según se cuenta, el "jefe" de la tribu ratonil rápidamente llevó el aviso a todo el ejército de ratas y ratones, y pudo verse una larga procesión de estos animales desfilando a lo largo de los pasillos y de los claustros para llegar al jardín indicado.
Oh San Martín, hermano mío, atiéndeme!

En mis penas y tribulaciones, consuélame.
En mis peligros y adversidades, socórreme.
En mis flaquezas y tentaciones, protégeme.
En mis dolencias y enfermedades, socórreme.
Dame la salud, si me conviene; y líbrame
de cualquier mal del alma o cuerpo. Amén.

Oh benigno y compasivo hermano mío, óyeme!
En las angustias de mi pobreza, confórtame.
En los quebrantos de mi infortunio, sálvame.
En mis agobios y desalientos, ampárame.
Ahora y siempre con tu ejemplo, enséñame
a tomar cada día mi cruz; y alcánzame
la gracia divina y la gloria del cielo. Amén

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