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miércoles, 18 de noviembre de 2009

UNA JACULATORIA CON MUCHO PODER

Desde que mi amiga la Dra. Gaby me llevó a la devoción de la Divina Misericordia hay algo que me empuja a rezar la Coronilla todos los días, pienso en las personas enfermas o en su último momento de vida y recuerdo las palabras de Jesús a Santa Faustina:

“Hija Mía, anima a las almas que digan la Coronilla que te he dado. Me satisface conceder todo que piden de mí diciendo este Coronilla. Cuando los pecadores endurecidos lo dicen, llenaré sus almas de paz, y la hora de su muerte será feliz. … Escribir que cuando dicen este Coronilla en presencia del moribundo, estaré parado entre mi padre y la persona que muere, no como el juez justo sino como Salvador Misericordioso” (diario, 1541).


Y recuerdo lo que dice el mismo diario:
1565 Cuando entré por un momento en la capilla, el Señor me dijo: "Hija Mía, ayúdame a salvar a un pecador agonizante; reza por él esta coronilla que te he enseñado". Al empezar a rezar la coronilla, vi a aquel moribundo entre terribles tormentos y luchas. El Ángel Custodio lo defendía, pero era como impotente ante la gran miseria de aquella alma; una multitud de demonios estaba esperando aquella alma. Mientras rezaba la coronilla, vi a Jesús tal y como está pintado en la imagen. Los rayos que salieron del Corazón de Jesús envolvieron al enfermo y las fuerzas de las tinieblas huyeron en pánico. El enfermo expiró sereno. Cuando volví en mí, comprendí la importancia que tiene esta coronilla rezada junto a los agonizantes, ella aplaca la ira de Dios.
 
Un día platicando sobre esto, una amiga de mi amiga Vicky comentó que en una ocasión fueron al Hospital General o a Seguro Social, ya no recuerdo bien, para acompañar a una persona enferma con oración; hicieron la Coronilla y los enfermos de las otras camas se llenaron de consuelo y participaban de la oración; y cuando ya se retiraban se encontraron en el pasillo a una familia desesperada que lloraban porque su enfermo estaba agonizante pero muy inquieto y estaban asustados, habían mandado llamar al padre pero aún no llegaba, ellas, queriendo ayudar en algo, les preguntaron si querían que rezaran juntos y ahí en el pasillo rezaron otra vez la Coronilla, dentro en el cuarto el enfermo comenzó a tranquilizarse y a volver en sí y pronto llegó el sacerdote le administró los sacramentos y murió en ese momento.
 
Ella no sabía lo que decía el Diario de Santa Faustina y cuando se lo comenté se estremecía de saber lo que en realidad había sucedido cuando ellas rezaron por el enfermo aquel... por eso cuando ya tengo mucho sueño, o me siento cansada, recuerdo todo esto y comienzo mi oración que aunque pobre e indigna se vuelve infinita por la grande Misericordia de Dios que quiere que todos se salven y que nos hace cooperadores por su mucho amor que nos tiene.

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