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miércoles, 16 de diciembre de 2009

Elevarlas hasta tu Corazón (13)

 Biografía Madre María Inés Teresa Arias
Enséñame a formarlas, a elevarlas hasta tu corazón.


La naciente comunidad de Clarisas Sacramentarias sólo tiene, por el momento, permiso de realizar trabajos apostólicos; aún no es considerada una congregación misionera. Por razones necesarias, en el aspecto jurídico siguen respetando, con algunas variantes, las Constituciones y el hábito de las clarisas del Ave María.

El 10 de septiembre de 1945, el obispo Francisco González celebra Misa en la naciente comunidad y les asigna capellán. La vida de este pequeño grupo de futuras misioneras empieza a dar sus primeros pasos. En una de sus cartas al vicario de las religiosas, la fundadora escribe: …me he dejado en manos de Dios para que Él modele mi alma como le plazca y pido con fervor al Espíritu Santo me dé sus luces para que pueda acertar en esta obra tan superior a mis fuerzas.

La construcción de la Casa Madre representa una de las responsabilidades de más peso que la ahora, Madre Superiora General, se debe echar a cuestas. Su único bienhechor sigue siendo su cuñado, y aunque ella enviaba cartas a diferentes personas solicitando apoyo económico, nadie responde. Las religiosas realizan actividades de todas clases: costura, bordado, pintura y jardinería; pero sus entradas no bastan para cubrir siquiera los estipendios siempre atrasados, del capellán. Ante esta situación, la madre Inés se limita a decir: “Dios sabrá lo que hace”.

A pesar de encargarse de dirigir la construcción, y realizar otro tipo de trabajos materiales, su principal ocupación es la formación espiritual de sus aspirantes. Su vida es una plena conjugación de acciones y devociones. Su propósito es hacer penetrar en el ánimo de sus novicias ese ideal que puede representar muy bien, las actitudes de las hermanas del evangelio: Martha y María.

La transformación de Clarisas Sacramentarias en Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento se convierte también en un proceso con ciertas complicaciones. A pesar del apoyo de los obispos, los delegados de la Orden Franciscana no parecen estar muy de acuerdo con la nueva fundación. A su modo de ver, la mística de las clarisas no responde a las exigencias de una congregación misionera. Los franciscanos sugieren modificarles ciertos cambios encaminados a establecer una especie de dependencia, a la manera de la terciarias franciscanas. La reacción de la madre María Inés ante semejante “sugerencia” es de inquietud, pues esas modificaciones no responden a la proyectada comunidad que le ha sido inspirada.

Los trámites originales, sin embargo, sin embargo, siguen su camino. La primera recomendación para obtener el cambio, es escribir las Constituciones como misioneras, pues el grupo de religiosas sigue conduciéndose bajo los principios anteriores.

Durante la Santa Misa de la fiesta de la Inmaculada Concepción, a la futura misionera, le viene la idea de aplazar la petición de la transformación porque le parece prudente esperar a que la nueva orden madure. Apenas había pasado un año de la fundación y era todavía muy reducido el número de religiosas que formaban parte de ella. En Roma no podían apoyar una obra misional apenas en los cimientos; se debía dar por lo menos muestra de algunos frutos.


Medio año después, el 1 de marzo de 1947, las diecinueve religiosas dejan la casa que tan generosamente les había prestado el cuñado de la madre María Inés y se preparan para trasladarse a la que será de allí en adelante, la Casa Madre. Cada vez más jóvenes desean ingresar a la comunidad, y aunque las condiciones del convento están muy lejos de ser funcionales, se ven en la necesidad de adaptar el poco espacio construido para albergar tanto a novicias como a las religiosas....


Esa primera etapa de la comunidad, en un convento con piso de tierra, sin puertas y varias partes sin techar, es una de las más hermosas experiencias vividas por la madre María Inés. Entre sus “hijas” –como las llama- y ella, nace un espíritu de hermandad y respeto donde todas colaboran y nadie protesta. La formación de las novicias y religiosas siempre fue considerada una prioridad para la madre Inés; su principal propósito era trasmitirles un deseo intenso de entregarse a Dios a través del espíritu misionero. Su capacidad para delegar responsabilidades y su resolución de apoyar iniciativas para “que ellas crezcan y yo desaparezca”, fueron dos formas acertadas de ejercer autoridad. La pedagogía del ejemplo, como una excelente manera de mover al otro a la acción, se convierte también para la madre María Inés en una práctica de maravillosos resultados: si no encuentra la manera de confirmar a alguna de sus hermanas un trabajo pesado, ella mismo lo hace, y entonces le sobran candidatas para llevarlo a cabo, y no le queda más remedio que cederles el lugar.

Su trabajo como formadora viene a ser su alimento cotidiano. Con convicción ejemplar trasmite a sus hijas el gran espíritu de fe, el abandono y su plena confianza en Dios. Ella sabía que era indispensable nutrir las almas de quienes más tarde saldrían al mundo y se enfrentarían a toda clase de obstáculos. Por lo pronto el obispo Alfonso Espino y Silva les tramita un permiso para que ensayen trabajos misioneros previos a las misiones extranjeras. Tan sólo dos meses después de la petición, las religiosas junto con su fundadora, celebran emocionadas la aprobación: …Parecían loquitas, brincaban gritaban, bailaba, se abrazaban, tocaban las campanas como tres a la vez, -comenta la madre, años después....


En octubre de ese mismo año se les permite tener una casa en una zona pobre de la Ciudad de México, donde las profesas se preparan para vivir la experiencia del campo misión. Ofrecen desayunos a un regular número de niños de muy bajos recursos, se les enseña el catecismo y algunas clases de costura a señoras. Sin embargo, a la madre Inés le parece importante, antes de cualquier otra iniciativa, ponerse a disposición de la diócesis de Cuernavaca para así, de esa manera, entrar en contacto con otros grupos misioneros. Además logran abrir un dispensario médico en la Casa Madre para dar servicio a enfermos pobres venidos de diferentes lugares de esa ciudad, y fundan una escuela dominical donde las religiosas imparten instrucción primaria a jóvenes de pueblos vecinos. A petición del Obispo, se hacen cargo también, de un instituto femenino que preparaba a las jóvenes en Comercio y Economía Doméstica, a punto de desaparecer por falta de recursos. Esto, por supuesto, representa un nuevo reto para la fundadora.

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