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sábado, 2 de enero de 2010

LAS ALMAS NO ESPERAN

Cada vez se va poniendo mas interesante y apasionante la vida de Madre Inés...



14.- Las misiones nos reclaman; las almas nos esperan.


Era viernes, día dedicado especialmente al ayuno y a la oración, cuando llegó de Roma el telegrama portador de las más gratas noticias: 22 de Junio de 1951. Rvda. Madre Arias. Sagrada Congregación en comisión reunida jueves veintiuno, aprobó creación generalato. Envío Rescripto. Demos Gracias a Dios. Marcial Maciel. A partir de ese día, la congregación cambia su nombre definitivo: Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento. La alegría que experimenta es indescriptible; de allí en adelante, esa fecha se convertirá en día de fiesta para las misioneras. La madre Inés, conteniendo por momentos la emoción, comunica la noticia al señor obispo don Alfonso Espino y Silva para que sea él quien la dé a conocer ante toda la comunidad.

Pero aún hay nubes que ensombrecen el horizonte. Mientras que en la Casa Madre todas están festejando el acontecimiento, en la casa de Puebla es notoria la división que se percibe entre las hermanas. El problema más grave es que la superiora, una religiosa de votos temporales y sin experiencia, les ha prohibido la comunicación con la madre María Inés por cualquier medio. El sacerdote interesado en el instituto, se había conquistado a las más jóvenes novicias con dulces y regalos; pero algunas de ellas se daban cuenta de que las cosas no andaban nada bien.

La noticia de la Transformación no puede ser celebrada en Puebla por el conflicto que vivía; sin embargo, de toda esa obscuridad, tarde o temprano surgiría la luz. El 12 de Julio la madre María Inés recibe el rescripto de Roma y al día siguiente, el Señor Obispo escribe el decreto ejecutorio sobre la Transformación que la Santa Sede había facultado. Este decreto da normas precisas que señalan la unión de personas y de bienes de la Congregación de Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento, bajo una superiora general con casa en la Diócesis de Cuernavaca. El documento es presentado a la comunidad de Puebla.

Una mezcla de sentimientos encontrados invaden a la madre Inés. Por un lado, aquella inspiración divina que muchos años atrás la turbara en el claustro, se convierte en una realidad plena: ella es reconocida por la máxima autoridad de la Iglesia Católica, como la fundadora de una nueva congregación misionera; por otro, algunas personas de la propia Iglesia, intentan aprovecharse de su grupo de religiosas para dividirlo. Pero ella de algo está segura, el Señor le ha ido abriendo los caminos a pesar de todos los obstáculos que ha tenido que derribar, ¿por qué no vendría de nuevo en su ayuda?

Su confianza es tan grande, que nada opaca la hermosa ceremonia de la Transformación que se realiza en la capilla de la Casa Madre. Ese día 18 de Julio, la Superiora General refleja en su rostro una enorme felicidad. Después del solemne acto presidido por el Excmo. Don Alfonso Espino y Silva y leído el decreto ejecutorio, el ilustre sacerdote pide a las religiosas que salgan de la capilla para que, una a una, se presenten en privado y sin ninguna presión. Deben firmar el acta donde libremente aceptan formar parte del nuevo instituto de Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento.

La reverenda madre María Inés se entera inmediatamente después, ....
que todas, sin excepción, han firmado. Pero no sucede lo mismo en Puebla. Las religiosas del monasterio de esa ciudad, no sólo tenían prohibido cualquier comunicación con la madre Inés, también se les había leído una carta donde aseguraba que la fundadora había violado las leyes de la Iglesia. Una vez enterada de qué la acusaba, la madre viaja a Puebla para aclarar su situación ante las hermanas. En una actitud por demás humilde, se presenta ante la abadesa de esa ciudad y explica sus puntos de vista; ella sabe perfectamente que su visita no es del agrado de la superiora de esa casa, pues los sacerdotes de la diócesis poblana habían tenido mucho cuidado de convencerla sobre las ventajas de la separación. Ya era entrada la noche y no había manera de regresar a Cuernavaca ese mismo día. Sin otra alternativa, la madre Inés se ve en la necesidad de pedir permiso para pasar la noche por lo menos en la capilla, ya que hasta ese momento no se le había permitido pasar del recibidor. Con ciertas reservas, la superiora acepta que se quede esa noche, y la religiosa puede refugiarse en el único lugar donde siempre encontró la paz.

De acuerdo al testimonio que dieron algún as novicias que a hurtadillas estuvieron observando a la madre, pues ni siquiera podían acercarse a hablarle, la madre María Inés de la pasó de rodillas orando. Una de ellas comentó después: “ En el semblante se le veía la angustia que oprimía su corazón, pero su actitud era tranquila, serena. Sus labios se movían silenciosamente en una oración, y a veces, se le escapaban furtivos suspiros…”

Diez días después, en medio de un clima de tensión e inseguridad, el obispo de Puebla, Don Octaviano Márquez y Torriz, fue recibiendo, frente a dos testigos, las firmas de las religiosas que habían decidido permanecer en la congregación. Encabezadas por la superior de esa casa, cinco de ellas se niegan a firmar el acta.

La madre María Inés, recargada su confianza en la Divina Providencia, espera paciente que las cosas tomen su curso por sí solas. Lo que entonces queda muy claro es que toda aquella religiosa que permanezca en el instituto, deberá ser fiel a quien por decreto se ha nombrado Superiora General. Así también, el obispo advierte a las religiosas inconformes con esa disposición, la necesidad de preparar maletas para marcharse a su casa, o a otra comunidad en condiciones de recibirlas.

Llegado el momento del acto comunitario que significaría la adhesión definitiva al Instituto, en el que cada una de las religiosas en señal de obediencia y fidelidad, debía besar la mano de la madre María Inés como símbolo de autoridad, sucede algo inesperado. Las novicias que se habían negado a firmar, se acercan también en señal de sumisión y piden de nuevo ser aceptadas. Oficialmente ellas habían quedado fuera de la congregación; pero arrepentidas ruegan a la madre les dé otra nueva oportunidad.

Como una verdadera madre que no puede resistirse a las lágrimas de sus hijos, la Superiora General las acoge de nuevo, sin ningún reproche. La capacidad de perdón es puesta a prueba, ante el asombro de las demás religiosas que se resisten a recibirlas después de lo sucedido. A pesar de que los estatutos asentaban que en casos como esos las novicias o religiosas debían empezar de nuevo a partir de la etapa del postulantado, las hermanas están de acuerdo y se quedan dentro de la congregación.

Después de todos esos acontecimientos, que hablan de muchos meses de pruebas y sufrimientos, la madre Inés perdona, olvida e invita a todas sus hijas a vivir en unión armónica. Les recalca que la caridad y la entrega de sí mismas debe ser la primera y la última expresión de sus personas.

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