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miércoles, 17 de febrero de 2010

CITA CON EL POLVO

CITA CON EL POLVO

El Señor Dios modeló al hombre de arcilla del suelo, sopló en su nariz un aliento de vida, y el hombre se convirtió en ser vivo (Gén 2,7).

El tiempo de cuaresma se abre con un poco de ceniza dopositada sobre nuestra frente, mientras se repite la severa advertencia: «acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás»; o bien: «convertíos y creed el evangelio».
Es un modo extraño de prepararse a la fiesta por antonomasia, la Pascua.
En lugar de embellecernos, pintarnos, perfumarnos, usamos como cosmético un poco de polvo. ¡Embellecemos nuestro rostro ensuciándolo con tierra!
Se trata de un rito que muchos cristianos de nuestro tiempo rechazan con rabia en nombre de la grandeza y la dignidad del hombre. «Reliquias de gusto dudoso del almacén devocional de la edad media», me ha dicho un alérgico a la ceniza. Precisando más: «al hombre de hoy hay que llevarle el anuncio de la vida no de la muerte»
«Exacto» dije yo. La ceniza se coloca en una dinámica de vida, no en un ambiente fúnebre.
Solamente la gente superficial puede arrebatar la enseñanza religiosa del miércoles de ceniza para rebajarla a un contexto de desprecio del hombre. Pero la misma liturgia de este día se encarga de desarticular tal operación, al tomar como antífona de entrada una frase del libro de la Sabiduría que deshace los equívocos:
«Tú Señor, amas a todos los seres y no odias nada de lo que has hecho».
Así pues, la liturgia de la ceniza  no constituye en absoluto un atentado a la dignidad del hombre. Al contrario, en la lógica paradógica de la fe, se convierte en un testimonio de grandeza.
«Acuérdate que eres polvo...» es sencillamente el recuerdo de su originario «material de construcción», precisar los límites, la finitud y caducidad del hombre. Pero es Dios mismo quien no acepta esta precariedad de su criatura y no se resigna a que el hombre sea solamente polvo. Por tanto, si el destino del hombre se circunscribe al «polvo», la culpa sería exclusivamente del hombre que, con el pecado, decide permanecer  «polvo», rechaza su verdadera identidad, rehusa el «aliento» vivificante.
En los siglos VIII y IX la imposición de la ceniza se unía, en el contexto litúrgico, a la penitencia pública. Aquel dia se expulsaba a los «penitentes» de la iglesia. Y este gesto repetía, de alguna manera, aquel otro de Dios arrojando a Adán y Eva, pecadores, del paraíso. En esta perspectiva se colocan las palabras del Génesis que se refieren precisamente a este episodio: «Con el sudor de tu frente comerás el pan, hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella te sacaron; pues eres polvo y al polvo volverás... Y el Señor Dios los expulsó del jardín del Edén para que labrase el suelo de donde lo había sacado» (Gén 3,19s).
Sólo más tarde la imposición de la ceniza tomó un simbolismo distinto: el de la fragilidad y brevedad de la vida. El recuerdo de la muerte. La referencia a la tumba.

Me parece, sin embargo, que es válido, sobre todo, el significado primitivo, que expresa penitencia, expiación por el pecado. «El hombre-polvo» quiere decir .... SIGUE LEYENDO PORQUE SE PONE INTERESANTE.
el hombre que se ha alejado de Dios, que ha rehusado el diálogo, que ha sido echado de su casa, que ha rechazado el dinamismo del amor para caminar siguiendo una trayectoria de disolución y de muerte. «El hombre-polvo» es el hombre que se opone a Dios, da la espalda a su propio ser y se condena a la nada.
Pero en este dramático itinerario de alejamiento y disipación, existe la posibilidad del retorno. Retorno al origen.
En lugar de precipitarse hacia la tumba, es posible cambiar de dirección -¡He aquí la conversión!- y volver a la fuente.
«Acuérdate de que eres polvo y como polvo volverás... a Dios». Con tal que lo quieras. Ya en este momento.
Me vuelvo tierra y me confío al constructor. Para que me rehaga del todo.
Me he equivocado. He perdido el camino de la vida. He perdido el reino. He comprometido incluso a los otros en mi pecado (todo pecado es un pecado «público» con consecuencias desastrosas para toda la comunidad eclesial).
Es justo que se me ponga en la puerta.
Pero, a la vuelta de la esquina, vuelvo a la condición de...polvo. O sea, de materia prima.
Y él se inclinará aún sobre este polvo para darle el aliento de vida.
Así mi «nada» es tocada por la plenitud divina.
De la ceniza salta una chispa de vida.
Y ahora la sutil capa de polvo ya no puede ocultar el esplendor del rostro de un hijo de Dios.
Todo, pues comienza de nuevo.
Puedo ser «nuevo» si acepto no el...fin, sino el principio.
No el montoncito de ceniza de la tumba.
Sino el puñado de tierra en las manos del artífice. El poco de tierra dispuesta a recibir el «aliento». Y convertirse así, de nuevo, en un «viviente».
La cita, pues, con la ceniza, es fundamentalmente la cita con la vida.

(Del "Acoso de Dios" Alessandro Pronzato)

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