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sábado, 22 de mayo de 2010

MADRE INÉS Y EL PAPA



Audiencia Privada con el Papa Juan Pablo II.

Desde que la Superiora General se encontraba en su último viaje por el Oriente, las religiosas de Roma habían hecho una solicitud para que su fundadora pudiera coronar sus Bodas de Oro de consagración religiosa, con una misa en la capilla privada del Santo Padre. Estando todavía en el hospital, la Madre María Inés había recibido la visita del Emmo. Sr. Cardenal Angelo Rossi, Prefecto de la Sagrada Congregación para la Evangelización de los Pueblos, junto con su secretario; ambos la admiraban y respetaban profundamente. Al darse cuenta de la gravedad de la reverenda Madre, el Cardenal se apresura a tramitar la petición para la audiencia. Esta petición, y la efectiva intervención de monseñor Alibrandi lo hacen posible. Mientras tanto las religiosas rezan con redoblado fervor, para que pronto se haga realidad el sueño de su querida Madre.

Era la mañana del 8 de diciembre, día de la Inmaculada Concepción, y no se recibía aún ninguna respuesta. La Madre Inés se había despertado muy temprano saludando gozosa a la Santísima Virgen, y pocas horas más tarde, mientras participaban en una solemne misa, se recibe una llamada del Vaticano. El Secretario particular del Papa las cita para el día siguiente, 9 de diciembre a las 6:45 de la mañana, en el departamento privado de Su Santidad. ¡Por fin llega tan anhelado día! La Madre Inés renovará sus votos frente al Vicario de Cristo y le harán corona veintiséis de sus hijas, en una misa celebrada sólo para ellas, por el Sumo Pontífice. Esa misma tarde preparan paso a paso las lecturas, los cantos y el pergamino de renovación que firmaría el Papa.

El día 9, muy temprano, se encuentran listas con cada una de las encomiendas, revisando que falte ningún detalle. El frío es intenso, pero ellas tiemblan más por la emoción de encontrarse en el interior de los apartamentos pontificios. Un guardia suizo custodia la entrada. Es espectáculo del amanecer sobre la majestuosa Cúpula de San Pedro, ya dorada por el primer rayo de sol, las deja enmudecidas.

Pronto les indican dónde dejar abrigos y bufandas para poder lucir radiantes sus impecables hábitos. Al llegar la hora, el padre secretario las recibe y señala la entrada al lugar donde el Santo Padre termina de rodillas sus meditaciones matutinas.

El silencio reinante se ve alterado por los rechinidos de la silla de ruedas que conduce a la Madre Inés. La habían lavado tan bien que le resecaron los ejes. El Papa al escuchar los agudos sonidos, voltea hacia la madre y le dirige una amable sonrisa haciendo una ligera inclinación de cabeza a modo de saludo. A la derecha del Papa puede apreciarse una pequeña Madonna de Chestojowa, la patrona de los polacos.

A las siete en punto, el Papa se levanta de su reclinatorio y empieza a revestirse con los ornamentos para dar inicio a la misa. Los momentos más solemnes son los de la renovación. Frente al Vicario de Cristo, la Madre Inés, con voz débil pero segura, lee palabra por palabra y frase por frase, sus votos y las pruebas de su filial adhesión. Al finalizar la Eucaristía, en absoluto silencio, sólo interrumpido por el rechinar de una silla de ruedas que pide a gritos unas gotas de aceite, se encaminan a la sala contigua donde el Papa se entrevista con la Madre Vicaria, encargada de relatar brevemente los datos sobresalientes de la Congregación y de su fundadora. Después de escuchar a la madre Teresa Botello, Juan Pablo II se dirige a la Madre Inés.

Ella le entrega junto con la congregación su vida misma, e inician un pequeño y cálido diálogo de Padre a hija, de médico divino a enferma, de maestro a discípula. Al final, el Papa le hace tres cruces en la frente y la bendice; ella le besa las manos y él deposita un beso en su frente encanecida y le entrega una cajita blanca conteniendo un rosario también blanco, como su vestidura. Luego se dirige al semicírculo formado por todas las demás religiosas y las saluda, por una por una. Les repite varias veces: ¡Cómo es fiel! : ¡Cómo es fiel!, refiriéndose a su fundadora.. En un diálogo más informal, él mismo les insiste que se acerquen para que todas salgan en una fotografía a su lado y al de su fundadora. Con simpatía se despide y ya para salir, al escuchar la porra, termina con voz fuete el “ra, ra, ra”.

Los gozos más sublimes tienen su fin y el momento de retirarse llega también. La experiencia es prácticamente inenarrable y única. Todo un regalo divino para la Congregación.

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