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viernes, 7 de mayo de 2010

REGRESO A ROMA


Regreso a Roma

En una carta fechada el 6 de noviembre de 1980, la Superiora General les escribe a todas sus queridas hijas y les comunica sus impresiones acerca de su largo viaje: “Continúen hijas, acrecentando estas virtudes de abandono absoluto a ese misericordioso Corazón, que con los brazos abiertos espera sólo que nos arrojemos a Él. Continúen luchando sin descanso, ahora en la quietud de la oración, ahora en el apostolado que la obediencia les tiene asignado, para que ese Corazón sea conocido, sea amado y llegue a reinar en su alma”.

En cuanto a su salud, la madre Inés reconoce que sus dolores serán ya sus más fieles compañeros. Les comenta además en la misma carta, que desde hace algún tiempo nota que algo le sucede en el único ojo con el que puede leer. Le es casi imposible fijar la vista pues las líneas parecen cruzarse unas con otras. Al final, la despedida va cargada de una emotividad especial; como si presintiera no tener mucho tiempo, les hace recomendaciones muy significativas para finalmente bendecirlas con todo el amor de una verdadera madre.

Semanas después, diversos estudios y análisis médicos, revelan que en efecto, la madre ha sufrido un derrame cerebral que le semibloquea el nervio óptico y deja el ojo izquierdo con un solo ángulo de visibilidad. Este nuevo problema se suma al hecho de que su sistema óseo se encuentra invadido de artrosis y con un grado muy alto de descalcificación. El doctor Pagni, no puede explicarse la capacidad de la religiosa para soportar los terribles dolores que eso genera, de acuerdo al cuadro clínico y su experiencia, el neurólogo opina que es sobrenatural su tolerancia al dolor.

El 17 de noviembre es trasladada en ambulancia a la clínica para someterla a estudios más especializados. Un eminente neurólogo, considerado el mejor de Italia, se hace cargo de su caso. Dos días después, se le administran los Santos Óleos. Los dolores de cabeza aumentan en frecuencia e intensidad y el médico advierte la imposibilidad de conocer el curso de la enfermedad, porque en esa situación, se corre el riesgo de perder la conciencia. Ella, por su parte, permanece serena, paciente y de muy buen humor. Ante el asombro de enfermeras y médicos, aprovecha cualquier oportunidad para contar chistes y darles consejos a sus hijas.

El 21 de noviembre, los resultados finales de la tomografía indican un derrame cerebral muy extendido, en calidad de tumor. La medicina en esos casos se considera impotente y de allí en adelante los especialistas sólo se preocuparán por mitigar sus dolores y lograr así una relativa calidad de vida.

Con el corazón hecho pedazos, la madre Teresa Botello, su fiel enfermera y Vicaria General de la Congregación, comunica a todas las casas, el triste dictamen médico. Las oraciones, sacrificios, misas y adoraciones al Santísimo, por turnos ininterrumpidos, son elevadas en cada región donde se encuentran las misioneras clarisas, para pedir suplicantes el milagro de su curación.

El tratamiento implementado para disminuir los dolores permite trasladar a la Madre Inés a la Casita de Roma. Una tarde lluviosa y azotada por un viento helado, sus queridas hijas cubriéndola del frío, la bajan de ambulancia con especial cuidado y le cumplen su deseo de llevarla a la capilla frente al Santísimo. Radiante, como si fuera la persona más sana del mundo, se entrega sin reservas; descarga en el corazón amoroso de Jesús todos sus miedos, sus dolores, sus fuerzas, y las lágrimas descienden delicadamente por sus mejillas. Suaves sollozos dejan adivinar sus sentimientos. Sus hijas, como las llamaba, entonan con voces entrecortadas el Te Deum.

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