A LA VIRGEN DE GUADALUPE

Madre mía de Guadalupe, cuánto quisiera llegar hasta tus pies, y depositar unas rosas a tus plantas, aunque, Virgen Santa, no podría dejarlas ahí, sin espinas, las espinas de mis miserias.

Quisiera, quedarme mucho rato en tu presencia, para platicarte mis penas y mis alegrías, para suplicarte por mis necesidades pero sobre todo, Madre mía, para sentir la caricia de tu amor que me ha prometido tenerme en su regazo, teneme bajo su sombra, quitarme los miedos.

Cuánto añoro mis años de niña, cuando se confundía en mí, tu amor con mi alegría, cuando los olores y los sabores me hablaban de tí. Los reflejos del sol en la mañana, la frescura del aire, los cantos aprendidos desde la cuna me hacían tenerte presente. Todavía te canto, aquel canto de la niñez y viene a mi tu Santuario, el aroma de la velas, el resplandor de tu imagen. !Qué años aquellos de inocencia! de dulzura y paz. Sin embargo, Dulce Virgen, aunque los años han pasado y las penas, los dolores, las angustias y pecados han oscurecido muchas veces mi vida, tu Imagen amada nunca se ha borrado de mi corazón, esa imagen acogedora, suave, llena de misterio y sorpersas. Cada mañana te miras diferente, nueva, los colores de tu manto reflejan los del cielo y mi corazón se desborda, es por eso que, aunque ya no puedo ir a verte como quisiera, te sigo cantando, te sigo amando, quizá hoy, más que nunca porque desde la vejez se mira con más claridad el camino y quiero darte las gracias porque en mi camino siempre has estado tú, como Estrella que me guía, como Madre que me ama. ¡Bendita tú, entre todas las mujeres!

La Virgen de Guadalupe

claro sol del Tepeyac

es el amor de mi alma

desde que yo supe amar

allá en mi niñez mi cuna meció

por eso desde niña

siempre la quise yo..