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sábado, 17 de septiembre de 2011

LA MIRADA DE MARÍA

El famoso marxista S. Bulgakov narra en sus “Apuntes biográficos” los primeros toques de su conversión al cristianismo con motivo de la contemplación de un cuadro de la Virgen. Relata que se encontraba en Dresde en 1898 y quiso observar de cerca la Madonna Sixtina de Rafael. La experiencia constituyó para él un tremendo impacto que iba a trastornar todos sus esquemas ideológicos, originando la llamada de la fe y poniendo en marcha el proceso de su acercamiento a la fe cristiana.

Relata así su desconcertante impresión: “Allí, los ojos de la Reina de los cielos, que sube al paraíso con su divino Hijo, me estaban mirando. Había en aquellos ojos una fuerza infinita de pureza subyugadora y de inmolación voluntaria. Perdí los sentidos, me giraba la cabeza. Y de mis ojos brotaban lágrimas dulces y amargas al mismo tiempo, que hicieron derretirse el hielo de mi corazón. Era como si de pronto se me desatara un nudo vital. No se trataba de una turbación estética. No, era un encuentro, un nuevo conocimiento, un verdadero milagro. Esta contemplación de aquel cuadro fue para mí una conmovedora plegaria que jamás olvidaré”.

Más tarde, en 1923, al contacto con los bellísimos y profundos iconos de su tierra natal descubrirá mejor la dignidad y belleza de la Madre de Dios que le ofrecía, en síntesis y tan de cerca, todo el misterio cristiano.
COMENTARIO BREVE.   Toda la tradición iconográfica occidental ha expresado con ricas variantes la belleza física de María mientras que el oriente cristiano ha preferido representar en sus deslumbrantes iconos su interioridad mística. Nuestra Señora se vale de todos los medios para atraer a los alejados y presentarlos a su divino Hijo. Bulgakov, como tantos otros, se aproximó a la fe por el camino de la belleza estética.

Frente al silencio bíblico sobre la belleza física de la Madre de Jesús, algunos Padres –como san Agustín– afirmaron que no conocemos el rostro de la Virgen María. Pero otros Padres, por el contrario, han querido remediar este silencio de los Evangelios enseñando en general que la belleza convenía a María en cuanto que “la misma hermosura del cuerpo –como exponía san Ambrosio– fue la imagen de su alma, una figura externa de sus virtudes”.

Ciertamente podemos adivinar o intuir la belleza de nuestra bendita Madre cuando oímos cantar a la Iglesia en su liturgia: “Toda hermosa eres, María, y en ti no hay mancha alguna”. Pablo VI la describe como “la mujer vestida de sol en la que los rayos purísimos de la belleza humana se encuentran con los rayos sobrehumanos, pero accesibles, de la belleza sobrenatural. La belleza insólita que lleva por nombre María... es densa de misterio ya que es plenamente conocida tan sólo por Dios, pero al mismo tiempo le dice mucho al hombre”.

En la medida en que seamos genuinos devotos de María participaremos sin duda de esa belleza sobrenatural.
Por Pbro. Andés Molina Prieto

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