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sábado, 3 de octubre de 2009

6.- Lo que pasó por mi alma no lo puede explicar el lenguaje humano.

BIOGRAFÍA DE MADRE MARÍA INÉS TERESA ARIAS. (6)


Las vidas de San Francisco de Asís, Santa Teresita y Santa Teresa de Ávila son sus modelos preferidos a imitar. La madre abadesa queda sorprendida, cuando un día al salir de su celda, Manuelita cae de rodillas frente a ella y le suplica con vehemencia: ¡Ayúdeme, quiero ser santa como Santa Teresita, salvando muchas almas!

Sin lugar a dudas, el camino de santificación para Manuelita se inicia a través de las humillaciones. Continuamente las cosas le resultan al revés. Si por practicar la obediencia permanece callada, en espera de que se le asigne algún trabajo; se le reprocha su actitud pasiva. Si por el contrario, su naturaleza comedida y servicial la insta a ofrecer su ayuda a alguna de las hermanas, es reprendida con un, no se meta donde no la llaman. Aunque en un principio esto le afecta sobremanera, muy pronto aprende a sofocar a tiempo los pequeños brotes de rebeldía que intentan incomodarla.

Estas tentaciones son vencidas a través de la oración y devoción a la Virgen María: Si esta Medianera dulcísima, no hubiera venido a fortalecerme en estas críticas circunstancias, en estas temporadas desoladoras, hubiera acabado por desesperarme. Por eso importa mucho también, no poner demasiada atención en tentaciones tan dolorosas, sino sólo aceptar el sufrimiento que producen y ofrecerlo, con amor a Nuestro Señor; y orar, orar siempre, contra toda esperanza, con la seguridad cierta (aunque no sentida) de que, en el momento oportuno Él vendrá a socorrernos. Con la certidumbre de que no permite que seamos tentados más allá de nuestras fuerzas.

El 12 de diciembre de 1930 Manuelita hace su profesión temporal. Ese día tan especial, fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, queda grabado para siempre en su mente y en su corazón. Sentimientos encontrados la inundan: por un lado, la nostalgia de vivir todavía fuera de su patria y ver desde allí a la iglesia de México, tan perseguida y calumniada. Por otro, saber que ningún miembro de su familia podrá viajar a Los Ángeles para tan significativa ceremonia. A pesar de eso, la joven profesa siente una gran emoción y un estado de gozo espiritual. En el momento de su consagración a Dios, después de haber pronunciado sus sagrados votos, le parece como en un sueño que la Virgen morena del Tepeyac, le dice al oído estas palabras:




Si entra en los designios de Dios servirse de ti para la obras de apostolado, me comprometo a acompañarte en todos tus pasos, poniendo en tus labios la palabra persuasiva que ablande los corazones, y en éstos, la gracia que necesiten; me comprometo además, por los méritos de mi Hijo, a dar a todos aquéllos con los que tuvieres alguna relación, y aunque sea tan sólo en espíritu, la gracia santificante y la perseverancia final.
La religiosa, que acaba de hacer sus votos en un monasterio de clausura, se siente confusa; pero sobre todo sorprendida. Cada una de esas palabras quedan impresas en su memoria como si las hubiese repasado muchas veces. ¿Acaso la Santísima Madre de Dios le insinuaba y daba su apoyo para obras que requirieran salir del claustro? En esos instantes que, según explica, son tan íntimos; en los que los razonamientos parecen inasibles, sólo acierta a prometerle a la Reina del cielo que luchará toda su vida por darla a conocer y propagar su devoción en el mundo entero. El cómo y el cuándo son cuestionamientos que quedarán en espera de alguna nueva señal.

Mientras que la religiosa asimila poco a poco y día con día, aquellas palabras celestiales, dedica todos los momentos de oración y de trabajo para que Dios mueva a personas del exterior a proclamar su reino en países de infieles. Le preocupa y entristece darse cuenta de que tanto algunas congregaciones religiosas como sacerdotes, minimizan la devoción mariana. Ella está convencida de que la mejor escuela para amar a Jesús es María, su Madre.

En 1931, el gobierno mexicano va cediendo cada vez más a la solicitud del Episcopado Americano, y algunos de los obispos exiliados regresan a México. La superiora de las clarisas aprovecha también la oportunidad para alcanzar de la cancillería de Los Ángeles, el regreso de toda la comunidad. El retorno a la patria, sin embargo, significa tanto para Manuelita como para las demás religiosas, una difícil despedida. En esa pequeña casita que en poco tiempo había sido transformada en un apacible convento, las jóvenes hermanas a través de la pobreza y el rudo trabajo, habían fortalecido su espíritu de sacrificio y entrega. De nuevo iban a lo desconocido. En México, aparentemente la calma había vuelto a la Iglesia, pero aún prevalecían los cateos y pesquisas en las casas.

El viaje de Los Ángeles a México lo tienen que hacer vestidas de seglares, con sombrero y bolsa de mano, para alejar cualquier sospecha. Algunos meses seguirán ocultando su condición de religiosas; es arriesgado todavía, salir a confesarse y a oír Misa. Tendrán que pasar meses para que puedan conseguir una casa y adaptar en ella, su propia capilla.


Al principio deben conformarse convivir en la parte alta de un edificio prestado. La situación político-religiosa conserva aún muchas asperezas y eso las obliga a estar alerta ante cualquier amenaza. El piso de abajo, en apariencia una casa particular, servía para esconder vasos sagrados y libros religiosos de los hermanos maristas. En una ocasión, por ser 25 de marzo, día de la Anunciación a María, Manuelita y la hermana Clara preparan el altar para la adoración, cuando escuchan fuertes voces y ven hombres armados que amenazan a uno de los hermanos para obligarlo a dejarlos entrar. Llenas de temor, las dos religiosas se cambian rápidamente sus hábitos por ropas civiles y los avientan bien empaquetados a las azoteas vecinas. No pierden tiempo tampoco en disfrazar de inmediato el altar.

Tiene que pasar un tiempo considerable para que las cosas vuelvan a ser como antes. Mientras tanto la joven religiosa, a pesar de su actitud siempre alegre y dispuesta, ve amenazada, de nuevo, su paz interior por constantes pruebas y tentaciones. El trabajo físico en el convento sigue siendo excesivo para su complexión. La frugal alimentación no repone las fuerzas que ella necesita para realizarlo. Aun así, todas sus hermanas monjas se quedan sorprendidas de lo que ella se esfuerza por sacar la mayor cantidad de trabajo en el menor tiempo posible. Por supuesto esto la deja exhausta por las tardes, y en el recogimiento de la capilla siente –según consigna en su Diario- un malestar tan grande, que la cabeza parece estar en el aire y me vienen impulsos de acostarme ahí en el suelo como un tronco. No me quedan ánimos ni de meditar; sólo me salen algunas jaculatorias.

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