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viernes, 2 de octubre de 2009

Voluntarios en tiempos difíciles

En estos tiempos de epidemia, las personas que enferman por cualquier causa, son vistas con recelo y temor. Muchos enfermos en los hospitales están resintiendo la falta de atención y compañía, están tristes y más solos que nunca.


En todas las épocas de la historia han habido epidemias, unas muy grandes, tanto que arrasaron con buena parte de la población mundial. Como aquella famosa "peste" en que se estima que alrededor de un tercio de la población de Europa murió desde el comienzo del brote a mitad del siglo XIV. Aproximadamente 25 millones de muertes tuvieron lugar sólo en Europa.

Un ejemplo muy noble es el de San Carlos Borromeo, muy conocido por ser un Obispo ejemplar, por su gran inteligencia pero sobre todo porque dedicó su vida y sus recursos a los más pobres y necesitados...... "Acudieron entonces a la ciudad grandes multitudes de peregrinos, algunos de los cuales estaban contaminados con la peste, de suerte que la epidemia se propagó en Milán con gran virulencia.


El gobernador y muchos de los nobles abandonaron la ciudad. San Carlos se consagró enteramente al cuidado de los enfermos. Como su clero no fuese suficientemente numeroso para asistir a las víctimas, reunió a los superiores de las comunidades religiosas y les pidió ayuda. Inmediatamente se ofrecieron como voluntarios muchos religiosos, a quien San Carlos hospedó en su propia casa. Después escribió al gobernador, Don Antonio de Guzmán, echándole en cara su cobardía, y consiguió que volviese a su puesto, con otros magistrados, para esforzarse en poner coto al desastre. El hospital de San Gregorio resultaba demasiado pequeño y siempre estaba repleto de muertos, moribundos y enfermos a quienes nadie se encargaba de asistir. El espectáculo arrancó lágrimas a San Carlos, quien tuvo que pedir auxilio a los sacerdotes de los valles alpinos, pues los de Milán se negaron, al principio, a ir al hospital. La epidemia acabó con el comercio, lo cual produjo la carestía. San Carlos agotó literalmente sus recursos para ayudar a los necesitados y contrajo grandes deudas. Llegó al extremo de transformar en vestidos para los pobres, los toldos y doseles de colores que solían colgarse desde el palacio episcopal hasta la catedral, durante las precesiones. Se colocó a los enfermos en las casas vacias de las afueras de la ciudad y en refugios improvisados; los sacerdotes organizaron cuerpos de ayudantes laicos, y se erigieron altares en las en las calles para que los enfermos pudiesen asistir a misa desde las ventanas. Pero el arzobispo no se contentó con orar, hacer penitencia, organizar y distribuir, sino que asistió personalmente a los enfermos, a los moribundos y acudió en socorro de los necesitados. Los altibajos de la peste duraron desde el verano de 1576 hasta principios de 1578. Ni siquiera en ese período dejaron los magistrados de Milán de hacer intentos para poner en mal a San Carlos con el Papa. Tal vez algunas de sus quejas no eran del todo infundadas, pero todas ellas revelaban, en el fondo, la ineficacia y estupidez de quienes las presentaban.

Que el ejemplo de San Carlos nos impulse a servir y atender a quien más nos necesitan. Que busquemos en el amor a Dios la fortaleza y la generosidad para seguir teniendo la voluntad de servir a los enfermos.

EN EL ENFERMO ESTÁ CRISTO, PERO EN EL ENFERMO POBRE, CRISTO ESTÁ DOS VECES.
San Pío de Pietrelcina

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