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viernes, 8 de enero de 2010

BENDICE, SEÑOR, ESTA OBRA QUE ES TUYA

Biografía de Madre Inés Teresa Arias


15.- Bendice, Señor, esta obra que es tuya.

Un mes más tarde son sujetas para la aprobación, las nuevas Constituciones. La madre Inés, las había redactado cuidadosamente. Antes de enviarlas a Roma, las había sometido a minuciosa revisión por parte de especialistas. Se promueve además, el cambio de hábito, pues hasta ese momento venían usando el mismo color y estilo del perteneciente al convento del Ave María.

Para el 30 de agosto está prevista la santa Misa en la Catedral de Cuernavaca como acción de gracias por la tan esperada Transformación. El permiso para modificar el hábito llega de Roma apenas un día antes de la celebración, y todas las religiosas desean estrenar el nuevo hábito gris para esa ceremonia; en un trabajo titánico ponen manos a la obra: en menos de veinticuatro horas, cortan y cosen sus vestidos. De esta manera, en la solemne Misa, las religiosas desveladas pero felices, visten un flamante hábito que, en el caso de algunas de ellas, escasa horas antes había sido terminado de coser. No faltan, por supuesto, las risas disimuladas debido a los hilvanes e hilos sueltos que por las prisas, dejan olvidados en sus faldas.

Principales Fundaciones

Japón era un lejano y misterioso país que desde hacía varios años parecía convertirse en una obsesión para la Madre Inés. Llevar la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe para que reinara en ese mundo de creencias politeístas y desesperanzadoras, era un sueño que le daba vueltas una y mil veces.

Desde diciembre de 1950, a través del arzobispado, se había iniciado pláticas y trámites para una futura fundación en el país del Sol Naciente, con el fin de que pudiera ser una realidad al momento de ser autorizada la Transformación. El momento llega más pronto de lo imaginado: el arzobispo de Tokio, Petrus Tatsuo Doi, solicita religiosas y las misioneras clarisas están listas para partir.


Sin recursos, pero con una enorme dotación de fe en la Providencia, y un ilimitado entusiasmo de llevar la Palabra de Dios a aquella nación que amaba desde que era una joven monja de clausura, la Madre Inés, inicia junto con cuatro misioneras, todos los preparativos para cruzar el inmenso océano que las separa de ese conglomerado humano privado de una religión basada en el amor.

Muy pronto llega el día en que la Superiora General despide a las primeras misioneras clarisas en San Francisco, California, cuyo destino final es el puerto de Yokohama, Japón. Semanas después, el 23 de octubre de 1951 las hermanas son recibidas por un padre jesuita español y unas religiosas mexicanas, de otra orden. Lo primero que les recomiendan a las recién llegadas, es asistir a una escuela de lenguas para aprender el japonés. Ellas de inmediato se inscriben a los cursos, y aunque éstos ya se habían iniciado, las religiosas muy pronto sobresalen por sus buenas calificaciones. Pasado un tiempo acuden al llamado de un padre franciscano originario de Colombia, que trabajaba en un pequeño pueblo de Karuizawa. Sus habitantes eran en su mayoría refugiados de Manchuria. En condiciones muy difíciles ayudan en esta misión las valientes hermanas.

Con el tiempo logran adquirir una casita para convertirla en el primer convento, al que en poco tiempo le agregarán un noviciado, pues empiezan a tener aspirantes nativas del Japón.

La Madre Inés tendría la oportunidad de visitar en varias ocasiones esta misión en el Lejano Oriente y guardaría en su memoria y en su corazón una larga historia de conversiones. Le gustaba recordar una en especial, y solía relatarla a sus hijas. En una solemne ceremonia se les había administrado el sacramento del bautismo a varios japoneses, entre ellos a una niña de doce años y un joven de dieciocho. Ambos ni se conocían, ni se volvieron a ver, sino hasta luego de varios años. Coincidieron en una fiesta que se había organizado con el fin de sacar fondos para iniciar la construcción de la capilla. Casualmente los dos jóvenes se acercaron al mismo stand y fueron presentados. Después de tratarse un tiempo, se hicieron novios. Los padres de la joven no eran católicos y deseaban casarla con un sintoísta, pero ella no estaba de acuerdo. Su novio, con muchos temores, pues aparte se sentía en desventaja por ser muy poco agraciado, decide convencer a los padres de su novia de dar su aprobación para la boda, y se lleva una grata sorpresa cuando después de algunas conversaciones, lo aceptan de buen grado. La boda se celebra en la capilla de las misioneras clarisas y la novia luce ese día el vestido blanco que una de las religiosas había usado el día de su toma de hábito. Tiempo después, en una de sus visita a Tokio, la Madre María Inés tiene la oportunidad de conocer a la pareja, ya con dos niños; el joven japonés le expresaría en aquella ocasión; “si las misioneras clarisas no hubieran venido a Japón, nosotros no seríamos católicos y tampoco nos hubiéramos conocido”. Este tipo de comentarios la alegraban muchísimo y la motivaban a seguir adelante.

En poco tiempo llegan a ser cinco las casas en Japón y el trabajo que se realiza hasta hoy, está encaminado, sobre todo, a la evangelización.

Mas sobre las Misiones en Japón:


Gardena. EE. UU.

La primera sede en los Estados Unidos es en Gardena, California. Después de haber estudiado el inglés varios meses en San Francisco, y con la ayuda del Cardenal Francis Mc. Intyre, un pequeño grupo de misioneras clarisas se instalan en una pequeña casita con hermoso jardín. Desde un principio dan una muy grata impresión a la Cancillería y logran cada vez más su apoyo. Pocos meses después se les ofrece otra casa más grande en San Gabriel, donde se abre el noviciado y unos locales donde instalan una guardería.

La Madre Inés bendeciría mil veces al Cardenal por todas sus bondades. Siempre se preocupó porque no les faltara lo más indispensable. Como anécdota curiosa, las misioneras clarisas se movían de Gardena a San Gabriel en una ruidosa carcachita que hacía las burlas de quienes pasaban, porque además de escandalosa, solía dejarlas a medio camino. Con pena y todo, la Madre Inés decide pedirla al Cardenal su ayuda para hacerse de un mejor automóvil. Le escribe una simpática carta en donde rememora el evangelio de las bodas de Caná, en el momento en que la virgen María toma la iniciativa de ayudarles a los desposados y comprometer a su divino hijo a solucionar el problema del vino. La frase final tomada del versículo: “Haced lo que Él os diga” cerraba la carta. El ilustre sacerdote entiende perfectamente la petición y para sorpresa de las hermanas, él mismo les llama para que vayan a recoger un Chevrolet nuevecito y con seguro pagado. Como ésta, en muchas ocasiones la Madre Inés tuvo pruebas fehacientes de que las oraciones a la Divina Providencia son escuchadas cuando se imploran con verdadera fe: “Confiad, confiad siempre, y después seguid confiando”, -recomendaba a sus hijas....continúa leyendo....
Monterrey, N.L., México

En septiembre de 1954, tres hermanas empiezan la fundación en Monterrey, una ciudad del norte de México rodeada de hermosos cerros, pero de un calor intenso en verano. Después de varios cambios de domicilio desarrollando diferentes actividades apostólicas, las religiosas se establecen definitivamente en una colonia construida para los trabajadores de las empresas Cuauhtémoc y Famosa.

Los dueños, católicos por convicción y muy generosos, les construyen a las religiosas un convento con una bella capilla, con el propósito de que dirijan los colegios para las hijas de los trabajadores. Cada vez más misioneras clarisas se integran a esta comunidad para trabajar en pastoral parroquial, colaborar con la catequesis y la formación de niñas y adolecentes.

Costa Rica, Centroamérica.

A solicitud del Excmo. Sr. Arzobispo Rubén Odio Herrera, se funda en abril de 1959, la casa de Santo Domingo de Heredia, en Costa Rica. El objetivo principal es encargarse de un colegio vocacional para chicos y chicas. Debido a ciertas diferencias con el sacerdote encargado, este liceo corre el riesgo de cerrarse, pero aún así, llegan a ser varias, las generaciones de jóvenes que logran terminar sus estudios.

No era la primera vez que la labor de misioneras clarisas se veía obstaculizada. La Madre Inés sufría enormemente ante estas situaciones y se cuestionaba: “¿Dios mío, por qué sucede esto?” Y ella misma respondía: “¡ah, sí lo sé! Como te sucedió a ti con los escribas, fariseos y doctores de la ley, que conociendo como ningún israelita las profecías, fueron los que más te odiaron, te rechazaron, te calumniaron, hasta llevarte a tan afrentosa muerte” María Inés Terea Arias, por experiencias anteriores, sacaba por conclusión que esto sucedía simplemente por su condición femenina. Algunos hombres de la iglesia pretendían hacer fundaciones en su nombre, pero utilizando religiosas para que realizaran los trabajos más arduos.

En 1962, las misioneras clarisas viajan a Quepos, un paradisíaco lugar entre la selva y el mar. A petición de los hermanos Franciscanos cruzan el país por tren y avioneta hasta ese aislado lugar en donde la calidez de su gente las deja impresionadas.

La catequesis que desarrollan allí se dirige hacía variados campos de acción: dos escuelas, un hospital, un centro social, una academia y un colegio; además la importante labor de visitar las fincas más alejadas para llevar la palabra de Dios. Como muchos otros lugares no faltó un ángel bienhechor que les ayudara. Don Herman Lutz, dueño de la avioneta, cooperó en muchos de los proyectos catequísticos de esos bellos lugares.

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