El Pasmo de San José
La admiración y el pasmo surgen ante realidades que, al mismo tiempo que tocadas de belleza, originalidad y maravilla, te sorprenden inesperadamente. Un panorama de ensueño, una puesta de sol deslumbrante, una pieza de música interpretada magistralmente, las respuestas inesperadas y llamativas de un niño…
El mundo material, La creación, y el mundo espiritual están vestidos de hermosura y encierran a raudales maravillas y encantos que admiran, maravillan y pasman a los mortales.
El pasmo es la actitud que sorprende San Juan de la Cruz en la Virgen María ante el recién nacido de su seno, Jesús el Salvador del mundo: Y la Madre estaba en pasmo / de que tal trueque veía;/ el llanto del hombre en Dios/ y en el hombre la alegría.
El lenguaje ante lo que causa admiración, asombro y pasmo es el silencio contemplativo y la exclamación: ¡Oh!, que significa encarecimiento afectuoso y dan a entender del interior más de lo que se dice por la lengua.
Esta actitud de pasmo, este porte lo destaca el evangelista San Lucas en san José, junto con su esposa la Virgen María, en tres ocasiones.
La primera cuando María acaba de dar a luz a su hijo en el pesebre de Belén. A poco de nacer llegaron unos pastores que, estando velando sus rebaños en los alrededores de la ciudad, reciben del cielo el anuncio gozoso de que les ha nacido el salvador. Ni cortar ni perezoso se ponen en camino para ver al Niño y le encuentran en el pesebre con sus padres María y José. Comienzan a contar del Niño y José y María estaban maravillados, pasmados de lo que oían. ¿Qué dirían de aquel Niño?
La segunda es cuando José y María llevaron al Niño al templo para presentarlo al Señor. Al tomarlo en su brazos el piadoso anciano Simeón vaticinó de él cosas admirables y singulares –una especie de bienaventuranza gitana a lo divino- y su padre y su madre estaban maravillados, pasmados de lo que Simeón dice de él. Y guardan un silencio admirativo.
La tercera la encontramos en el relato de la pérdida del Niño Jesús en el templo. José y María lo encuentra tres días después de buscarle con gran dolor sentado en medio de los doctores de la ley, escuchándoles y preguntándoles.. Y todos los que le oían quedaban estupefactos de la lucidez de sus respuestas y al verle sus padres quedaron maravillados de lo que le oían.
Sin duda los momentos de pasmo de San José fueron muchos más en la vida y contacto con su hijo, el misterio viviente que es el joven Jesús, sorprendido tantas veces de lo que le oía y veía en él. Respuestas y comportamiento que le dejaban atónito y maravillado. San José iba de pasmo en pasmo, como María.
Y si la admiración, dice Aristóteles, es la fuente de la sabiduría, San José aprendió muchísimo en el trato con su Hijo. San José en su cotidiano admirarse y maravillarse ante el comportamiento y palabras de Jesús se hizo más meditativo y reflexivo, más profundamente silencioso y la meditación y reflexión silenciosas con amor en su corazón le llevaron ineludiblemente al descubrimiento y goce del misterio. Por eso los hechos –San José no habló, pero hizo- que salen de esa sabiduría desde l admiración son realmente elocuentes y estupendos.
El mundo material, La creación, y el mundo espiritual están vestidos de hermosura y encierran a raudales maravillas y encantos que admiran, maravillan y pasman a los mortales.
El pasmo es la actitud que sorprende San Juan de la Cruz en la Virgen María ante el recién nacido de su seno, Jesús el Salvador del mundo: Y la Madre estaba en pasmo / de que tal trueque veía;/ el llanto del hombre en Dios/ y en el hombre la alegría.
El lenguaje ante lo que causa admiración, asombro y pasmo es el silencio contemplativo y la exclamación: ¡Oh!, que significa encarecimiento afectuoso y dan a entender del interior más de lo que se dice por la lengua.
Esta actitud de pasmo, este porte lo destaca el evangelista San Lucas en san José, junto con su esposa la Virgen María, en tres ocasiones.
La primera cuando María acaba de dar a luz a su hijo en el pesebre de Belén. A poco de nacer llegaron unos pastores que, estando velando sus rebaños en los alrededores de la ciudad, reciben del cielo el anuncio gozoso de que les ha nacido el salvador. Ni cortar ni perezoso se ponen en camino para ver al Niño y le encuentran en el pesebre con sus padres María y José. Comienzan a contar del Niño y José y María estaban maravillados, pasmados de lo que oían. ¿Qué dirían de aquel Niño?
La segunda es cuando José y María llevaron al Niño al templo para presentarlo al Señor. Al tomarlo en su brazos el piadoso anciano Simeón vaticinó de él cosas admirables y singulares –una especie de bienaventuranza gitana a lo divino- y su padre y su madre estaban maravillados, pasmados de lo que Simeón dice de él. Y guardan un silencio admirativo.
La tercera la encontramos en el relato de la pérdida del Niño Jesús en el templo. José y María lo encuentra tres días después de buscarle con gran dolor sentado en medio de los doctores de la ley, escuchándoles y preguntándoles.. Y todos los que le oían quedaban estupefactos de la lucidez de sus respuestas y al verle sus padres quedaron maravillados de lo que le oían.
Sin duda los momentos de pasmo de San José fueron muchos más en la vida y contacto con su hijo, el misterio viviente que es el joven Jesús, sorprendido tantas veces de lo que le oía y veía en él. Respuestas y comportamiento que le dejaban atónito y maravillado. San José iba de pasmo en pasmo, como María.
Y si la admiración, dice Aristóteles, es la fuente de la sabiduría, San José aprendió muchísimo en el trato con su Hijo. San José en su cotidiano admirarse y maravillarse ante el comportamiento y palabras de Jesús se hizo más meditativo y reflexivo, más profundamente silencioso y la meditación y reflexión silenciosas con amor en su corazón le llevaron ineludiblemente al descubrimiento y goce del misterio. Por eso los hechos –San José no habló, pero hizo- que salen de esa sabiduría desde l admiración son realmente elocuentes y estupendos.
P. Román Llamas. ocd
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