
Bien- le dije- ¿cómo te sonreía tu Señora?
-!Oh señor! Para reproducir aquella sonrisa hay que ser del cielo -respondió la pastorcilla.
-Haz la prueba. Yo soy un incrédulo.
A estas palabras se oscureció el rostro de la muchacha.
-Pues vos sois un pecador, repetiré la sonrisa de la Virgen.
Y se levantó despacio, cruzó los brazos ante el pecho y esbozó una sonrisa tan única y celestial cual no he visto nunca dibujada en labios humanos. Allí quedé inmóvil, persuadido de haber visto sonreir a la Virgen en el rostro de la pequeña vidente. Desde entonces, aquella sonrisa me acompaña; y ha llegado a hacerme un perfecto creyente.
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