Benedicto XVI y las religiosas salesas que vivieron en el convento donde el Pontífice pasará la última etapa de su vida
No tiene las comodidades del Palacio Apostólico pero el convento «Mater Ecclesiae» atesora el silencio y la sencillez con la que quiere vivir Benedicto XVI la última etapa de su vida. El edificio de cuatro plantas —ubicado en los Jardines Vaticanos— fue antaño la casa de los jesuitas que trabajan en Radio Vaticana. En 1992 Juan Pablo II decidió convertirlo en un monasterio para que residieran allí por periodos de cinco años diversas órdenes religiosas de vida contemplativa y pudieran rezar desde el corazón mismo de la Iglesia por las intenciones del Papa.
La Orden de la Visitación de Santa María, conocidas como las «salesas», fueron las últimas religiosas en pasar por el convento. Regresaron a España a mediados de octubre del año pasado y desde entonces el edificio ha permanecido cerrado por obras. Cuando Benedicto XVI se instale allí después de pasar un periodo de tiempo en Castel Gandolfo dejará de ser un monasterio para convertirse otra vez en una residencia privada. «Con este gesto el Papa da un testimonio maravilloso de humildad, sencillez y pobreza», explicó a ABC la hermana María Begoña, una de las siete monjas «salesas» que vivieron en «Mater Ecclessiae».
A diferencia del Palacio Apostólico, el convento —construido en piedra y ladrillo— es mucho más pequeño y austero. No hay prácticamente ninguna decoración, salvo una vidriera con los escudos de varias órdenes monacales en la capilla, que se encuentra en la parte nueva del edificio, junto a la biblioteca y el coro. «Todo es muy sencillo, incluso hay partes en que el suelo está desnivelado», explicó la hermana, para quien la experiencia de vivir dentro de los muros del Vaticano a pocos metros de Benedicto XVI «no se puede describir con palabras».
La última vez que vieron al Papa fue días antes de que las religiosas volvieran a España. «Le fuimos a visitar al Palacio Apostólico. Se le veía cansado pero también fuerte y con una claridad de mente impresionante. Recuerdo que nos dijo: "Qué va a ser del Papa sin vosotras". Se notaba que ese año había envejecido mucho por todo lo que había sufrido», relató la religiosa.
«Sin comodidades»
Durante los tres años que duró la estancia de las «salesas» en «Mater Ecclesiae», las hermanas no solo se dedicaron a rezar por el Papa y sus colaboradores, también le arreglaban sus sotanas, y de vez en cuando le llevaban «tartas de manzana y de chocolate» que eran las que más le gustaban a Benedicto XVI. Dos veces a la semana también enviaban al Palacio Apostólico las frutas y verduras que recogían en el pequeño huerto que hay junto al convento.
La parte antigua del edificio consta de cuatro plantas muy luminosas. En las dos últimas hay doce habitaciones, mientras que en la planta baja está la cocina y el comedor. Una sala de usos múltiples y una lavandería en el semisótano completan las dependencias de esta casa «donde prácticamente no hay comodidades», explica otra de las hermanas que vivió allí y que prefiere permanecer en el anonimato.
Rodeado de jardines, las vistas del edificio son espectaculares. Desde la azotea se puede contemplar la ciudad de Roma y la cúpula de San Pedro, recuerda la religiosa. «Es un lugar muy agradable para vivir», añade.
«Seguiremos rezando por él»
Pese a haber vivido muy cerca del Santo Padre, la noticia de su renuncia les pilló como a casi todos de sorpresa. «Cuando le vimos en octubre no tuvimos la sensación de que pudiera tomar una decisión así. Ha sido una sorpresa muy grande y de hecho no hemos podido evitar alguna lágrima», asegura la religiosa, para quien el Papa es sobre todo una persona «humilde y muy sencilla».
Pese a la tristeza, las religiosas «salesas» o «visitandinas», como se las conoce popularmente, consideran que el Papa ha sido «muy valiente» al anunciar que dejará la sede petrina el próximo 28 de febrero. Pese a que ya no comparten vecindario, las «salesas» aseguran que no dejarán de rezar por él.
Las religiosas «salesas» fueron las últimas en ocupar el convento Mater Ecclesiae, donde residirá el Papa cuando se retire
No tiene las comodidades del Palacio Apostólico pero el convento «Mater Ecclesiae» atesora el silencio y la sencillez con la que quiere vivir Benedicto XVI la última etapa de su vida. El edificio de cuatro plantas —ubicado en los Jardines Vaticanos— fue antaño la casa de los jesuitas que trabajan en Radio Vaticana. En 1992 Juan Pablo II decidió convertirlo en un monasterio para que residieran allí por periodos de cinco años diversas órdenes religiosas de vida contemplativa y pudieran rezar desde el corazón mismo de la Iglesia por las intenciones del Papa.
La Orden de la Visitación de Santa María, conocidas como las «salesas», fueron las últimas religiosas en pasar por el convento. Regresaron a España a mediados de octubre del año pasado y desde entonces el edificio ha permanecido cerrado por obras. Cuando Benedicto XVI se instale allí después de pasar un periodo de tiempo en Castel Gandolfo dejará de ser un monasterio para convertirse otra vez en una residencia privada. «Con este gesto el Papa da un testimonio maravilloso de humildad, sencillez y pobreza», explicó a ABC la hermana María Begoña, una de las siete monjas «salesas» que vivieron en «Mater Ecclessiae».
A diferencia del Palacio Apostólico, el convento —construido en piedra y ladrillo— es mucho más pequeño y austero. No hay prácticamente ninguna decoración, salvo una vidriera con los escudos de varias órdenes monacales en la capilla, que se encuentra en la parte nueva del edificio, junto a la biblioteca y el coro. «Todo es muy sencillo, incluso hay partes en que el suelo está desnivelado», explicó la hermana, para quien la experiencia de vivir dentro de los muros del Vaticano a pocos metros de Benedicto XVI «no se puede describir con palabras».
La última vez que vieron al Papa fue días antes de que las religiosas volvieran a España. «Le fuimos a visitar al Palacio Apostólico. Se le veía cansado pero también fuerte y con una claridad de mente impresionante. Recuerdo que nos dijo: "Qué va a ser del Papa sin vosotras". Se notaba que ese año había envejecido mucho por todo lo que había sufrido», relató la religiosa.
«Sin comodidades»
Durante los tres años que duró la estancia de las «salesas» en «Mater Ecclesiae», las hermanas no solo se dedicaron a rezar por el Papa y sus colaboradores, también le arreglaban sus sotanas, y de vez en cuando le llevaban «tartas de manzana y de chocolate» que eran las que más le gustaban a Benedicto XVI. Dos veces a la semana también enviaban al Palacio Apostólico las frutas y verduras que recogían en el pequeño huerto que hay junto al convento.
La parte antigua del edificio consta de cuatro plantas muy luminosas. En las dos últimas hay doce habitaciones, mientras que en la planta baja está la cocina y el comedor. Una sala de usos múltiples y una lavandería en el semisótano completan las dependencias de esta casa «donde prácticamente no hay comodidades», explica otra de las hermanas que vivió allí y que prefiere permanecer en el anonimato.
Rodeado de jardines, las vistas del edificio son espectaculares. Desde la azotea se puede contemplar la ciudad de Roma y la cúpula de San Pedro, recuerda la religiosa. «Es un lugar muy agradable para vivir», añade.
«Seguiremos rezando por él»
Pese a haber vivido muy cerca del Santo Padre, la noticia de su renuncia les pilló como a casi todos de sorpresa. «Cuando le vimos en octubre no tuvimos la sensación de que pudiera tomar una decisión así. Ha sido una sorpresa muy grande y de hecho no hemos podido evitar alguna lágrima», asegura la religiosa, para quien el Papa es sobre todo una persona «humilde y muy sencilla».
Pese a la tristeza, las religiosas «salesas» o «visitandinas», como se las conoce popularmente, consideran que el Papa ha sido «muy valiente» al anunciar que dejará la sede petrina el próximo 28 de febrero. Pese a que ya no comparten vecindario, las «salesas» aseguran que no dejarán de rezar por él.
Las religiosas «salesas» fueron las últimas en ocupar el convento Mater Ecclesiae, donde residirá el Papa cuando se retire
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