miércoles, 27 de mayo de 2015

testimonio (DE RELIGIÓN EN LIBERTAD)

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Recuerdos de un misionero italiano preso en la China de Mao

Las mujeres que adoraban una miga de Eucaristía a escondidas en su celda de la cárcel comunista

Las mujeres que adoraban una miga de Eucaristía a escondidas en su celda de la cárcel comunista
Escena de una cárcel de mujeres en la China actual... en los años de la Revolución maoísta y la Revolución cultural era mucho peor

Actualizado 27 mayo 2015
 
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En Italia, una editorial misionera ha publicado un libro sobre el testimonio de los mártires cristianos en la China maoísta: In catene per Cristo: Diari di martiri nella Cina di Mao, por Fazzini Gerolamo, que se centra en 4 testimonios detallados: un catequista chino, un arzobispo encarcelado, un sacerdote perseguido y un obispo misionero.

Reproducimos un extracto con el testimonio de este último, el italiano Gaetano Pollio, obispo de Kaifeng, diócesis que en aquella época contaba con 17 
parroquias y unos 18.000 fieles. Pollio sobrevivió 
a las cárceles comunistas, pudo volver 
a Italia donde fue arzobispo y narró su experiencia. 
"Esa misa tenía un reflejo del Cielo"
por Gaetano Pollio, arzobispo de Kaifeng

Era el año 1951. En esa cárcel anexa a la oficina de la policía, donde los cristianos rezaban, sufrían y se inmolaban día tras día para el triunfo de la fe, tuve el consuelo de revivir escenas de catacumbas.

Tuve ante todo el consuelo de poder celebrar clandestinamente la Santa Misa.

En la celda me dieron un taburete, y yo pensé: éste será mi altar.
Tenía un cuenco para beber el agua en ebullición, que en la cárcel nos era dada dos veces al día, ydije: éste será mi caliz.

Al estar yo en esos días bajo acusaciones y procesos de carácter político, los dirigentes comunistas, temiendo que me enfermara o muriera en la cárcel, al estar de ese modo privados de la alegría de verme fusilado, permitieron que un catequista de mi diócesis me llevase pan de trigo, y yo contento:un bocado de este pan será mi hostia.

¿Qué me faltaba todavía para la celebración de la Misa? Faltaba el vino. Con una artimaña logré tener también el vino. En China no existe el vino ni el vinagre de uva, porque tanto el uno como el otro lo derivan de cereales. Le pedí al jefe-carcelero una botella de vinagre de uva como medicina, porque – dije – un poco de vinagre en ayunas me daría fuerza. El jefe hizo pedir el vinagre de uva; mis misioneros entendieron y entregaron una botella de vino de misa. La botella fue examinada por jueces, quienes declararon que el contenido era vinagre .

De este modo logré cuatro veces tener el vino. Vestido como convicto, sin ornamentos, sin manteles ni luces, de pie o sentado en tierra frente a ese taburete, ofrecía sobre un pedazo de papel o en la palma de la mano un bocado de pan, ofrecía en esa taza un poco de vino y continuaba la Misa, desde el prefacio hasta la comunión.

Impresos en algunos folletos llegué a tener también la Misa de la Virgen y el canon, folletos con los que los misioneros envolvían el pan, y pude celebrar muchas veces el santo sacrificio, desde el comienzo al fin. Lamentablemente, un día un centinela, al hacer pesquisas en la celda, descubrió esos folletos y los desgarró, pero ignorando el contenido.

Celebré cincuenta y nueve veces, siempre eludiendo la atención de los centinelas, quienes muchas veces ingresaron imprevistamente en la celda mientras yo celebraba, pero jamás se dieron cuenta que yo realizaba el acto más sagrado que existe; yo cumplía plenamente las disposiciones policiales. La Misa celebrada en esas condiciones, en una cárcel donde los perseguidores comunistas enfurecían en su lucha satánica para doblegar a los cristianos, esa Misa, digo, tenía un reflejo del cielo.



La niña de nombre "Pequeña belleza"
Ocho de las niñas que se mostraron heroicas en la defensa de la fe fueron llevadas a prisión y encerradas en la celda junto a la mía.

Entre ellas estaba la mamá de una niña de cuatro años, de nombre Siao Mei, "Pequeña belleza". Esas heroicas mujeres quisieron comunicarse conmigo. ¿Cómo hacerlo? Pensaron en la niña. Pidieron al jefe-carcelero el permiso, sólo para la pequeña, que pudiera dejar la celda algunas horas al día para respirar mejor aire.

A causa de la angustia de la celda y de la gracilidad de la niña, el permiso fue concedido. Y Siao Mei, en el patio de la cárcel, cuando los centinelas estaban un poco lejos de mi puerta, se acercaba y a través de la rendija, articulando las palabras, me decía: “¿Cómo está nuestro obispo? Mi mamá y mis tías me mandan a saludarlo. ¿Qué debo decirles?”. Y yo le decía: "Niñita, dí a tu mamá y a las tías que no tengan miedo, que sean fuertes y que recen muchos rosarios".

La eucaristía detrás de los barrotes
La celda donde estaban detenidas las ocho niñas y Siao Mei se había convertido en un santuario: en ella, el sufrimiento cotidiano era santificado y muchas veces pudo ingresar furtivamente la hostia consagrada.

Al no estar bajo proceso, sino sólo bajo interrogatorios que tenían la finalidad de encabezar acusaciones contra nosotros, las niñas podían recibir la comida de los parientes, a través de los carceleros. Mis misioneros pensaron hacerles llegar la eucaristía, consuelo y fuerza de nuestra peregrinación terrenal.

En China, los panes son pequeños, hechos en forma de cono, cocinados con agua al vapor, todo miga, sin corteza. Si se les hace una incisión, se puede esconder fácilmente en ellos cualquier cosa pequeña y sutil. Los misioneros escondían en estos panes algunas partículas consagradas; luego los panes eran llevados a la cárcel por los parientes de las niñas y entregados a los carceleros, quienes los llevaban a la celda. Las heroicas detenidas cortaban los panes y encontraban en ellos las hostias consagradas y después comulgaban con sus propias manos.

La alegría de ofrecer el sufrimiento
Éstos eran ciertamente los días más felices, pues Jesús ingresaba en esa celda para santificarla y para darles nueva fuerza. En esa triste cárcel pasamos varias fiestas: eran días de dulces memorias religiosas, de esperanza en la victoria de la Iglesia, de alegría por ofrecer a Jesús los propios padecimientos.

Esos fueron los días de la Ascensión, de Pentecostés, de Corpus Christi, de los primeros viernes y sábado de mes y de otros domingos. Jesús descendía en mi celda y transustanciaba en sus preciosísimos cuerpo y sangre un pedazo de pan y unas pocas gotas de vino depositadas en un cuenco, mientras que en la otra celda Jesús ingresaba para encontrar corazones amigos y fieles, precisamente gracias a las manos de gente que lo odiaba.

Cada vez que esas testigos de la fe recibían la eucaristía dejaban una partícula en un pan, y allí sentadas sobre esterillas hacían adoración todo el día y en silencio.

Estaba prohibido rezar en voz alta en la cárcel, pero desde esos corazones la oración se elevaba cálida y penetraba en los cielos.

Muchísimas veces pensé que esa inmunda celda que escondía al Rey de reyes era más preciosa que nuestras iglesias, con demasiada frecuencia desiertas.

En una entrega apasionada y total esas mujeres manifestaban su amor a Jesús y su fidelidad: morir pero no someterse a un gobierno ateo, morir pero no apostatar.

A la tarde, la que no había comulgado por la mañana consumía la última partícula. Cesaba la adoración, caían las tinieblas de la noche, se habrían de escuchar nuevas lágrimas y gemidos, pero el fervor de nuestras almas continuaba y crecía el propósito de inmolarse como Jesús.

El viático llevado por el pequeño ángel
Un día las cristianas que languidecían en la celda próxima a la mía tuvieron un gesto digno de sus hermanas de los primeros siglos de la Iglesia. En el tercer patio de la cárcel estaba detenida una de sus amigas, Josefina Ly, quien por su fe y por su valentía había sido relegada a una celda húmeda y oscura. Las mujeres pensaron: es necesario mandarle la eucaristía.

¿Cómo hacer? Pensaron nuevamente en la pequeña Siao Mei. Durante algunos días la instruyeron bien. Cuando llegó la hora en la que el centinela solía abrir la puerta para hacer salir de la celda a Siao Mei, las cristianas tomaron una partícula consagrada, la envolvieron en un pañuelo limpio y la pusieron en el bolsillo del vestido de la niña, justamente sobre su corazón.

La madre de la niña tomó entre sus brazos a la criatura, la levantó al nivel de su rostro y le preguntó: “Dime, Siao Mei, si el centinela te encuentra la hostia, ¿qué harás?”. La niña dijo tranquilamente: "La comeré y no se la daré al carcelero".

Estas palabras conmovieron el corazón paterno del Santo Padre Pío XII, cuando le conté la historia de Siao Mei, en la audiencia privada que tuve con él cuando volví de China. Esas palabras le hicieron exclamar: "¡Es una respuesta dogmática!".

Querida Siao Mei, tú habías comprendido que si una mano sacrílega hubiese intentado profanar la hostia santa, tú, aunque inmadura, podías recibir a Jesús, pero no podías darle la partícula a un carcelero comunista, enemigo de Dios y pagano.

El candado crujió, la puerta se abrió. Siao Mei salió sonriendo de la celda, se quedó en el primer patio jugando sola y se trasladó al segundo patio.

En el tercer patio la guardia quiso echarla, era una guardia con una mueca desdeñosa, una que había dado prueba de fidelidad y que era capaz de saber apretar entre las cadenas a no pocos inocentes. "Quiero ver a mi tía Josefina Ly", dijo Siao Mei. "No puedes", respondió con dureza la guardia. "¿Por qué no puedo? Es mi tía". Y comenzó a gritar: "¡Tía Josefina, tía Josefina!".

La centinela la regañó ásperamente y quiso empujar a la niña fuera del patio, pero Siao Mei comenzó deliberadamente a llorar amargamente y a sollozar. La centinela, temiendo ser acusada de haber golpeado a la niña, abrió con prontitud la celda de Josefina Ly e introdujo allí al pequeño ángel. La inocente Siao Mei entregó a Josefina el hermoso pañuelo... Se produjo un silencioso recogimiento en esa celda, luego hubo otro grito y se abrió nuevamente la puerta. Así, con el grito y con algún pequeño capricho, Siao Mei logró llevar cuatro veces la comunión a la tía ficticia.

Mientras en esa tenebrosa cárcel se emitían sentencias criminales contra los inocentes o contra los seguidores de Cristo, mientras se renovaban escenas de terror y de horror, nosotros vivíamos escenas de piedad y de amor, escenas de los primeros siglos de la Iglesia.

(Traducido al español para chiesa.espresso.repubblica.it por José Arturo Quarracino, Temperley, Buenos Aires, Argentina)

En el vídeo, escenas de la Revolución Cultural en China en los 60, una oleada de persecución comunista contra todo lo "disidente", especialmente contra la religión 

viernes, 8 de mayo de 2015

MI HERMANO SUFRE

Mi hermano sufre.
Cuando escribo este texto, se celebra la Jornada Mundial del Enfermo, 2015 y el mensaje del Papa Francisco para esta celebración: “Sabiduría del corazón, es estar con el hermano. El tiempo que se pasa junto al enfermo es un tiempo santo”, me introduce a buscarnos a nosotros mismos.
Si algo nos hace levantar la mirada hacia el cielo es la punzada seca del dolor. El sufrimiento siempre llega por sorpresa, y viene  a delatar lo más hermoso de nuestra vida, lo más esencial de nosotros mismos. Pero, si tiene sentido, entonces es soportable, e incluso, puede llegar a ser esencial para entender nuestra propia existencia.
La enfermedad puede conducir a la angustia, al repliegue sobre sí mismo, a veces incluso a la desesperación y a la rebelión contra Dios. Otras veces alcanza  hacer a la persona más madura, ayudarla a discernir en su vida lo que no es esencial para volverse hacia lo que lo es. Con mucha frecuencia, la enfermedad empuja a una búsqueda de Dios, un retorno a Él.

El Papa Francisco ha insistido  con crees sobre la actitud de ofuscación que tiene el mundo, es decir que tenemos las personas, ante el dolor y el sufrimiento de nuestro prójimo... 
Y afirma: “La Iglesia considera a las personas enfermas como una vida privilegiada. Para encontrar a Cristo, para acogerlo y servirlo”
Las personas que sufren  «deben entrar en mi corazón, deben causar una inquietud en mí. Mi hermano sufre, mi hermana sufre; he ahí el misterio de la comunión de los santos. Ora: Señor mira aquél, llora, sufre. Ora, permitidme decirlo, con la carne». Orar con nuestra carne, entonces, «no con las ideas; rezar con el corazón» reafirma.
"El sufrimiento no me es desconocido. En él encuentro mi alegría, pues en la cruz se encuentra Jesús y Él es amor. Y ¿qué importa sufrir cuando se ama?" (Teresa de Los Andes, carta 14)

Alguna vez has tratado de imaginar  a esos  padres con un hijo enfermo, las personas solas o las que se han quedado sin trabajo, los exiliados que han huido de los horrores de la guerra, quienes han sufrido graves injusticias en la vida, a esas personas con cáncer sin esperanza de vida, a esa madre o padre con Alzheimer….

Ciertamente, el sufrimiento, especialmente el de los inocentes, sigue siendo un misterio para todos; pero sin fe en Dios se convierte en algo inmensamente más absurdo.

Quien sabe de dolor todo lo sabe, escribió Dante. San Juan Pablo II en la encíclica Salvifici  doloris, (que encomiendo su lectura) a través del cual las energías salvíficas de la cruz de Cristo se ofrecen a la humanidad (cf. n. 23).” “El sufrimiento va más allá de la enfermedad, pues existe el sufrimiento físico y el espiritual. Además del sufrimiento individual, está el sufrimiento colectivo, que se da debido a los errores y transgresiones de los humanos, en especial en las guerras. Hay tiempos en que este sufrimiento colectivo aumenta. El sufrimiento tiene un sujeto y es el individuo quien lo sufre. Sin embargo, no permanece encerrado en el individuo, sino que genera solidaridad con las demás personas que también sufren; ya que el único en tener una conciencia especial de ello es el hombre y todo hombre. El sufrimiento entraña así solidaridad. Es difícil precisar la causa del sufrimiento, o del mal que va junto al sufrimiento. El hombre se la pregunta a Dios y con frecuencia reniega de él, porque piensa no encontrar dicha causa.

Y en la  Jornada mundial del enfermo nos recordó, además, que junto a toda persona que sufre debe haber un hermano o una hermana animados por la caridad. Como el buen samaritano, del que Jesús habla en la conocida parábola evangélica, todo creyente está llamado a dar amor a quien se encuentra en la prueba. ¡Jamás hay que "pasar de largo"! Al contrario, es necesario detenerse, inclinarse sobre el hombre abatido y doliente, aliviando su carga y sus dificultades. Así se proclama el evangelio de la consolación y de la caridad; este es el testimonio que los hombres de nuestro tiempo esperan de todos los cristianos.

Benedicto XVI: “Una sociedad que no acepta al que sufre no es una sociedad humana”. Muy cierto: el que sufre es molesto, es una carga, es débil… y a la sociedad del siglo XXI no le gustan los débiles.
Existe, pues, una íntima relación entre la Cruz de Jesús -símbolo del dolor supremo y precio de nuestra verdadera libertad- y nuestros dolores, sufrimientos, aflicciones, penas y tormentos que pueden pesar sobre nuestras almas o echar raíces en nuestros cuerpos. El sufrimiento se transforma y sublima cuando se es consciente de la cercanía y solidaridad de Dios en esos momentos. Es esa la certeza que da la paz interior y la alegría espiritual propias del hombre que sufre generosamente y ofrece su dolor "como hostia viva, consagrada y agradable a Dios "(Rm 12,1). El que sufre con esos sentimientos no es una carga para los demás, sino que contribuye a la salvación de todos con su sufrimiento.
La indiferencia hacia los demás.. ¡Nos hemos habituado al sufrimiento del otro, no nos concierne, no nos interesa, no es un asunto nuestro!
Ser prójimo, en cristiano, es practicar la misericordia con cada próximo, sea. porque no nos da un mero sentimiento, sino que nos hace sentir con el que sufre. ... ante el dolor ajeno, sino que nos impele a ser solidarios con el que sufre... esa es nuestra tarea.
Guardini señala que comprensión, significa "ver, escuchar, sentir como, detrás de un sentimiento que se muestra, detrás de un pensamientos que se expresa, hay mucho más que permanece oculto y, cuando lo que ha estado oculto es finalmente conocido, puede ser que detrás de ello, exista todavía más." Ese "meterse" en el otro, compenetrarse con él es denominado algunas veces compasión, precisamente cuando se refiere a una persona que está sufriendo. Sin embargo, si se mira un poco más allá, descubrimos que cada uno de nosotros es un sujeto sufriente; cada uno tiene que sufrir sus propios límites y fallas, los altibajos de la vida, las peculiaridades de las personas queridas. Cuanto más conocemos a una persona, tanto más sabemos de las dificultades que ella debe soportar. Y estamos dispuestos a sobrellevarlas con ella. La compasión es "la única puerta a través de la cual se puede penetrar en la interioridad de otro ser humano" y la única mediante la que se puede compartir su destino.

“Venid a mí todos los que estáis cansados...” (Mt 11,28). La potencia redentora del sufrimiento está en el amor. Esta es mi invitación: saber aceptar, puesto que esta misma causa la está sufriendo él que esto escribe y  seguiré, si Dios quiere, como el junco que se dobla pero no se troncha, aceptando los sentimientos, escuchando lo que me quieren contar y sobrellevando el dolor lo mejor que pueda, esto me lo aplico a mí persona y a los enfermos que visito, pues como indica el salmo  73:28 “Mi dicha es estar cerca de Dios: yo he puesto mi refugio en ti, Señor, para proclamar todas tus acciones”.


Miguel Iborra Viciana

PÁGINAS 76 Y 77

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