Una
catequista de mi pueblo natal contaba que, en cierta ocasión, una madre, al
darse cuenta de que su hijo estaba triste, le preguntó: “¿Qué te pasa, hijo?”.
“Nada, mamá” – fue la respuesta del niño. La madre, intuyendo algo, continuó:
“¿Es que ha pasado algo en el colegio? ¿Te han dicho algo?”. El hijo, movido
por su amor filial, aunque con dolor, respondió a regañadientes: “Es que me
dicen los compañeros que eres fea...”. Tras un pequeño silencio, la madre
tendió un brazo sobre el hombro del niño, y le dijo: “Hijo, es cierto lo que te
dicen. Tengo media cara quemada, y parte del cabello. Cuando eras muy pequeño
hubo un incendio y fui a buscarte. Una viga de madera ardiendo me cayó encima
del rostro, dejándome la cara como ha quedado ahora...”. Al niño le empezaron a
brillar los ojos por el inicio de las lágrimas. “¡Mamá –exclamó– eres la madre
más valiente y guapa del mundo!”.
Así
ocurre con nuestra Madre la Iglesia. Quienes la critican no se dan cuenta de
que sus heridas son consecuencia de los desvelos por salvar a sus hijos.
Nosotros somos parte de la causa que desbellece a nuestra Madre. Nuestras
deficiencias e infidelidades personales le ocasionan cicatrices visibles; pero
su Amor por nosotros perdura intacto, con la frescura e intensidad del primer
día.
Extracto de Carta pastoral del obispo de la diócesis de Santísima
Trinidad en Almaty, mons. José Luis Mumbiela Sierra, en la Solemnidad de Pentecostés 2012
Hermosa Carta Pastoral. Cuánto Amor recibimos de nuestra Madre y muchas veces no lo reconocemos.
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