Para ser un buen evangelizador necesitas también inmersión en la vida de la gente, especialmente de la gente pobre, sencilla y necesitada. En medio de la vida dura de mucha gente, tu tarea de evangelizador no puede caer como si no tuviera nada que ver con sus realidades concretas. Ni tú, como evangelizador, puedes presentarte como si vinieras de las nubes, por encima del bien y del mal, como quien trae remedios para enfermedades que nadie siente. Debes estar entre la gente, porque tú mismo eres gente. El compromiso por la evangelización no te arranca de entre la gente; te mete aún más dentro. Una inmersión continuada que tiene en la encarnación de Jesucristo el mayor estímulo de presencia y cercanía. Un compromiso que te debe llevar hasta la identificación... De lo contrario, tu palabra será extraña; tu vida, misteriosa y ajena; tu experiencia, inasequible y tu lenguaje incomprensible. El Señor no pidió para ti que salieras del mundo, sino que, en medio del mundo, no te mezclaras con el mal. La tentación de "huir del mundo" la tienes que vencer desde tu propia realidad de hombre o de mujer que forma parte de este mundo, con sus miserias y grandezas.
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