Sumérgete en el misterio de Jesucristo. Tú participas en su vida de una manera real. No te relacionas con él como con un buen amigo muerto hace mas de 2000 años, al que recuerdas con entusiasmo y cuyas grandes cualidades intentas imitar, Jesús no es el "superman" de tus sueños.
Cuando tú confiesas: "Jesús es el Señor", estás afirmando una relación viva con él, una relación presente, actual y salvadora. Confiesas a Jesús resucitado, el viviente, el que te está reclamando aquí y ahora con la misma cercanía con que reclamó el seguimiento a sus discípulos. No sigues la memoria de un muerto. Sigues "al que vive", al Señor que va delante de todos nosotros como "el primero entre muchos hermanos".
Acostúmbrate a esta relación personal e íntima con el Señor, todo lo que él es, lo es para ti. El Espíritu te incorpora realmente en él. Resucitado te sale al encuentro para que "por él, con él y en él", tú mismo puedas ser para Dios y para los hermanos.
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