sábado 21 de abril de 2012
Homilía del Cardenal Angelo
Amato en la misa de beatificación
Eminencia, Señor Nuncio, Excelencias, Autoridades religiosas, civiles y militares,
La Iglesia necesita misioneros y el deseo de nuestra Beata fue precisamente
la de dar a la
Iglesia misioneros del Evangelio. Todo en perfecta sintonía con
la conclusión de los Obispos latinoamericanos reunidos en la quinta Conferencia
del CELAM en Aparecida, en Brasil (2007). Para los pastores de vuestro
continente, los signos de los tiempos piden la promoción de una evangelización,
que sea un retorno a Cristo, centro del Cristianismo. La Iglesia latinoamericana ha decidido
ser iglesia misionera, animando a los fieles a vivir como auténticos «Discípulos
y Misioneros de Cristo Jesús para que nuestros pueblos tengan vida en Él». Este
nuevo impulso a la misión y a la evangelización, implica para todos, pastores y
fieles, el compromiso de crecer en la fe para ser luz del mundo y sal de la
tierra. A este respecto el Santo Padre Benedicto XVI (dieciséis) ha escrito: «He
leído con especial interés las palabras que exhortan a dar prioridad a
la
Eucaristía y a la santificación del día del Señor [...], como
también las que expresan el deseo de potenciar la formación de los fieles
La Madre María Inés fue una mujer enteramente concentrada en el amor
misericordioso de Cristo eucarístico y en la obediencia a la Iglesia y a sus pastores.
El magisterio de la
Iglesia era la brújula que guiaba sus proyectos misioneros,
bajo la protección de Nuestra Señora de Guadalupe, estrella de la
evangelización.
Homilía pronunciada el 21 de abril de 2012 enla Basílica de Nuestra Señora de
Guadalupe, en Ciudad de México.
Beatificación de la
Madre María Inés Teresa del Ssmo.
Sacramento
Homilía
Angelo Card. Amato,
SDB
Eminencia, Señor Nuncio, Excelencias, Autoridades religiosas, civiles y militares,
queridas Hermanas Misioneras Clarisas del Santísimo
Sacramento,
queridos fieles,
1. Es especialmente emocionante para mí celebrar la Eucaristía en este lugar
bendito, donde, en el lejano 1531, la
Santa Virgen de Guadalupe ha dejado sus
huellas de paraíso, hablando a Juan Diego y haciendo florecer milagrosamente las
rosas de invierno. La aparición de María en la sacra colina del Tepeyac fue para
México y para la América Latina un
signo prodigioso de protección maternal. Y desde aquel momento Nuestra Señora de
Guadalupe no ha cesado de conceder a sus hijos gracias y favores para
consolarles y animarles en el camino fatigoso de la
vida.
La misión especial de María ha sido la de conducir a los bautizados
a Cristo Rey, haciendo florecer mártires y santos, que han sido testigos
heroicos del Evangelio de la vida, de la verdad, de la justicia y de la paz.
La Madre María Inés
Teresa del Santísimo Sacramento es uno de estos testigos heroicos, que ha puesto
todas sus energías de la naturaleza y de la gracia al servicio del reino de
Cristo, según el lema: «Es urgente que Cristo reine».
La gran imagen de la beatificación muestra con gran sensibilidad
artística a Nuestra Señora de Guadalupe que, sonriendo, llena de rosas las manos
de la Madre María
Inés, significando las muchas gracias espirituales concedidas a ella para la
santificación propia y para la valiente empresa de la fundación de dos
congregaciones religiosas misioneras. De hecho, fue la dulce Morenita la que
transformó una monja de clausura en apóstola y misionera del Evangelio. Fue el
amor mariano guadalupano el que infundió en su corazón el ansia de llevar a toda
la humanidad a Cristo Eucaristía y su Corazón
misericordioso.
2. La beatificación de hoy es otro don que el Santo Padre Benedicto
XVI, (dieciséis), hace a la
Iglesia y a todo el pueblo mexicano. Hace un mes el Papa llegó
a esta noble tierra y se sintió feliz de estar entre ustedes. Con esta visita
deseaba estrechar la mano a todos los mexicanos, de dentro y de fuera de vuestra
tierra, para apoyarles y agradecerles su fidelidad a la fe católica y su amor a
Cristo Rey y a la
Iglesia.
El Papa ama vuestra noble patria. A ella ha venido como peregrino
para alentarles a ser firmes en la esperanza. Los mexicanos son un pueblo
fuerte, un «pueblo que tiene valores y principios, que cree en la familia, en la
libertad, en la justicia, en la democracia y en el amor a los demás». Ustedes son un
pueblo joven, acogedor, creativo, religioso, con una gran historia de
civilización. Ustedes merecen superar todas las dificultades para vivir
serenamente en la solidaridad y en la concordia. La visita del Santo Padre ha
sido una inyección de ánimo para un futuro de paz, de concordia y de
bienestar.
Parecen dirigidas a vuestra Iglesia y a vuestra nación las palabras
con las cuales, en la liturgia de la palabra de hoy, el profeta Isaías glorifica
a Jerusalén: «Levántate, llénate de luz, porque viene tu luz, la gloria del
Señor» (Is 60, 1-2).
La fe en Dios, la esperanza en su providencia eficaz,
la caridad ardiente son los rayos de aquel sol deslumbrante que es el amor
inmenso de Dios, que orienta las mentes y calienta los corazones para cumplir el
bien y no el mal, para caminar por la vía de la concordia y no de la
división.
3. La beatificación de la madre María Inés Teresa del
Santísimo Sacramento es también un reconocimiento de la Iglesia a una mujer, que ha encarnado
ejemplarmente las mejores cualidades humanas y espirituales de su pueblo,
dignificándolo con la heroicidad de sus virtudes y difundiendo el perfume de la
santidad, hecha de fe profunda, de esperanza firme, de caridad
inmensa.
¿Quién era la
Madre María Inés Teresa del Santísimo
Sacramento (1904 – 1981)? Manuela de Jesús Arias Espinosa, que después en la
vida religiosa tomó el nombre de María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, fue
una joven valiente. Para poder realizar su sueño de vida consagrada, debió
alejarse de México y emigrar a los Estados Unidos. En aquella época, de hecho,
se tenía el temor continuo de la persecución contra la
Iglesia. En el país las religiosas vivían en
condiciones precarias y no aceptaban aspirantes a la vida consagrada. Así, en
1929, Manuelita fue a Los Ángeles, California, y entró en las Clarisas
Sacramentarias del monasterio del Ave María, como monja de
clausura.
Se distinguió enseguida por su carácter abierto,
sencillo y sereno. Era generosa en el trabajo, ferviente en la oración, humilde,
sacrificada y siempre dispuesta a la ayuda. A propósito de su humildad, los
testigos del proceso cuentan un episodio, que sucedió cuando las Clarisas habían
regresado a México. Sor María Inés, como sacristana, había adornado el altar de
un modo que no gustó a la abadesa, la cual le castigó severamente, obligándole a
comer tres días en el suelo. La
Beata aceptó la corrección con serenidad y después abrazó a la
abadesa y le pidió perdón. Esta actitud de
humildad y de resignación le acompañó en toda su vida. En todo caso la abadesa
reconoció la actitud edificante de su joven hermana, vislumbrando en ella madera
de santa.
Más tarde, el carácter abierto y dinámico, propio de la
vida activa, impulsó a nuestra Beata a desear un apostolado, que pudiera
desempeñarse también fuera del monasterio, en una auténtica misión
evangelizadora, para difundir el mensaje de Cristo en tierras lejanas. Este
sueño se realizó en 1945 en Cuernavaca, con seis religiosas provenientes del Ave
María. Estas Misioneras clarisas del Smo. Sacramento unían la vida contemplativa
con la activa, bajo la protección de la Santísima Virgen
de Guadalupe. La nueva congregación floreció rápidamente con nuevas vocaciones y
fundaciones, no sólo en varias ciudades de México, sino también en Japón,
California, Texas, Costa Rica, Sierra Leona, Indonesia, además de en España,
Irlanda, Corea, Nigeria, Italia. Con un celo grandísimo la Madre María Inés, como
madre general, dirigía sus obras y sus hijas primero desde México y después
desde Roma, donde murió en olor de santidad en 1981 (mil novecientos ochenta y
uno).
4. El carisma vivido por Madre Inés y transmitido a sus discípulas
es el ansia misionera, realizada con la catequesis, con el testimonio y sobre
todo con una auténtica missio ad gentes. La
Madre Inés fue una misionera infatigable. En
su vida emprendió 44 (cuarentay cuatro) viajes, 19 (diecinueve)
intercontinentales y 25 (veinticinco) internacionales, que comprendían 92
(noventaydos) visitas a varios países. Acompañaba personalmente a las hermanas
que marchaban a tierras lejanas y desconocidas. Con una fuerza extraordinaria
ella misma hacía fatigosos viajes en tren, barco y avión para poder socorrer a
las propias hermanas misioneras.
De esta vocación nacieron, además de las Misioneras Clarisas del
Santísimo Sacramento, los Misioneros de Cristo para la Iglesia Universal. A
estas dos congregaciones se une el movimiento Van-Clar, formado por laicos que
tienen como fin vivir el santo Evangelio mediante la práctica de las promesas
bautismales en el propio ambiente familiar, profesional, social y eclesial según
el lema: «Vivir por Cristo».
Nadie duda de la gran actualidad de este carisma misionero. Hoy, en
América Latina y en toda la
Iglesia , es urgente la evangelización, no solo como primer
anuncio a los que no conocen el Evangelio, sino también como nueva propuesta de
la palabra de Dios a los que la han olvidado y descuidado y que llevan una
existencia lejana de la verdad de la palabra de Jesús y de los sacramentos
salvíficos de la
Iglesia.
En la liturgia de la palabra de hoy San Pablo afirma: «Si proclamas
con tus labios que “Jesús es el Señor”, y crees en tu corazón que Dios lo ha
resucitado de entre los muertos, te salvarás» (Rm 10, 10). Pero después el
apóstol se pregunta: «¿Cómo creerán en uno del que no han oído hablar? ¿Cómo
oirán hablar sin nadie que lo anuncie? ¿Y cómo lo anunciarán si no han sido
enviados? Como está escrito: ¡Qué bellos son los pies de los que llevan el
alegre anuncio del bien!» (Rm 10, 14-15).
Ante una agresiva cultura anticristiana y un vacío relativismo
religioso, la
Iglesia latinoamericana reafirma la novedad del Evangelio, que
está bien enraizado en la historia de su pueblo. Más que en las estructuras, los
obispos insisten en las personas, en el testimonio de «hombres y mujeres nuevos,
que encarnen la tradición religiosa católica y la novedad del Evangelio, como
discípulos y misioneros de su reino, protagonistas de vida nueva para América
Latina».
Los obispos exhortan a mirar el rostro de Cristo, para que,
iluminados por la luz del Resucitado, los bautizados puedan contemplar el mundo
y la historia de sus pueblos con ojos pascuales, reflejando el gozo de ser
discípulos de Cristo Rey, camino, verdad y vida (Jn 16, 4). De hecho, es el
Evangelio la buena noticia de la dignidad de cada persona humana, de la
preciosidad de la vida, del bien incalculable de la familia, del respeto de la
naturaleza, de la distribución justa de los bienes. Es hora, por tanto, de
volver a la escuela de Cristo, para aprender de él la lección de una vida buena
y feliz, también en esta tierra.
5. Y es un gran don de la divina Providencia la celebración de hoy,
que presenta la glorificación de una Consagrada latinoamericana, que ha
encarnado este proyecto misionero de los Obispos, mediante su vocación a la
santidad y a la misión.
La nueva Beata nos invita a todos, y en primer lugar a sus Hijas
espirituales, a volver a encender la llama de la misión, de la missio ad
gentes, de la llamada a la conversión y al bautismo, que purifica el ser
humano del pecado revistiéndolo de la gracia divina. Las Misioneras Clarisas del
Smo. Sacramento deben ser las primeras en esta renovada obra de
apostolado.
Pero esta expansión misionera debe brotar de un corazón imbuido del
amor de Jesús, que nos dice: «Permaneced en mi amor. [...] Este es mi
mandamiento: que se amen los unos a los otros como yo les he amado [...]. Esto
les mando: que se amen los unos a los otros» (Jn 15, 9-17). La misión es
expresión de amor a Cristo y a la Iglesia.
El heroismo de su fe si manifestaba en una esperanza que era
confianza plena en la presencia providente de Dios. Su mirada se dirigía al
cielo y su corazón estaba anclado en el corazón sacratísimo de Jesús, de quien
provenía su energía y entusiasmo apostólico.
Su vida extraordinariamente virtuosa estuvo adornada por una
sonrisa perenne. En sus apuntes encontramos este propósito: «Una sonrisa cuando
se quiera manifestar molestia; sonreir siempre, incluso cuando esta sonrisa nos
duela más. No me cuesta mucho esto, pues desde el inicio de mi vida espiritual,
he trabajado mucho para conseguir este equilibrio de carácter».
La beatificación de hoy es la fiesta de la santidad, pero también
la fiesta de la alegría, porque los santos son la sonrisa de Dios en nuestra
tierra.
Homilía pronunciada el 21 de abril de 2012 en
Son palabras
de saludo dirigidas al Papa, el 23 de marzo de 2012, por el presidente de
México, Felipe Calderón Hinojosa.
Informatio, p.
42.
Doc.
Apar., n. 251-252.
Ib. n. 11.
Informatio, p. 180
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