Cuánto cuesta perdonar, decimos: ya perdoné, pero algo queda en el interior herido, lastimado, y nos molesta, nos inquieta... que pobreza tenemos en el corazón. Ayer me confesé y expuse mis miserias ante el sacerdote (ante Jesús), y solo escuché: Te perdono. Y para acabarla el padre ni siquiera me dejó una penitencia para poder lloriquiarle a Jesús por la desproporción entre su perdón y mi penitencia. Ni siquiera eso.
Quise entonces tener mucha devoción a la hora de comulgar, y el poco tiempo y las normales distracciones no me dejaron profundizar como yo quería en la grandeza de este Misterio incomprensible de que el Señor quiera entrar a mi corazón.
Luego en la noche quise rezar el Rosario con especial atención y lo mismo, entonces me quedé quieta y pensé: bueno Señor, pues aquí estoy.... igual que siempre... con las mismas ganas y con las mismas carencias, como siempre, Tú tendrás que poner el amor, Tú tendrás que derramar tu misericordia, Tú tendrás que hacerlo todo y seguir perdonándome.¡Ay Jesús!
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