No puedes separar nunca tu inmersión en Dios y en su misterio de tu inmersión en el mundo y con la gente. Son dos caras de una misma moneda: tu propia fe, vivida con hondura, y asimilada y madurada desde el modelo que tienes en Jesucristo. Ni la inmersión en Dios te puede hacer extraño a la gente; ni la inmersión en la gente te puede separar de Dios. Te podrá resultar difícil encontrar el equilibrio, pero es imprescindible para que evites una pastoral espiritualista y desencarnada, que no tiene en cuenta la espesura de lo humano; o una pastoral tan encarnada que no sea capaz de abrir el proyecto que llevas entre manos más allá de las medidas y cálculos humanos. Te cerrarías a la "sorpresa" de la gracia. Tu mirada creyente a Jesucristo es la mejor escuela para aprender a "meterte hasta el cuello" sin dejar de "hacer pie" en el misterio de Dios. El "Dios-Hombre" nos ha enseñado para siempre a no separar lo que Dios ha unido. Que tu mirada a Dios no te distraiga de tu mirada al hombre; y que tu mirada al hombre no sea tan chata que no te abra al misterio de Dios.
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