Tu acogida de hermano te inclina con preferencia a los más pobres y débiles. Ellos son los que más te necesitan. A ellos te acercas no para sentirte mejor, o más santo, o más fiel. Lo haces para mantener viva su esperanza, dándoles motivos reales de superación y de lucha. No los amas "por" Dios; los amas "con" Dios, con aquel amor de Dios "que ha sido derramado en tu corazón con el Espíritu Santo que se te ha dado". Y el amor de Dios es creador, fortalecedor, apasionado. Ábreles caminos nuevos y ayuda a crear las condiciones para que puedan vivir con dignidad de personas. Con los pobres y débiles no seas paternalista, porque uno solo es el padre, Dios. Sé maduro para no crear dependencias que infantifizan y entorpecen el desarrollo personal. Echa todas las manos que sean necesarias, pero piensa que es preciso que ellos crezcan y tú disminuyas. No te hagas protagonista a costa de los otros. Haz protagonistas a los demás, con la sencillez de quien acompaña sin ser percibido. Entra en la vida de los otros no arrollando, hazlo acompañando. Con discreción y madurez, con sencillez y esperanza, haciendo de todos caminantes y no simples espectadores del camino de unos pocos.
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