Se acaba el mes de mayo, pero no la protección de María, ni su amor, ni su mensaje para que vivamos según la voluntad de Dios. Se acaba el mes de mayo con todas sus fiestas: Las madres, los maestros, los estudiantes, etc. etc. Pero se acaba con broche de oro: Dos modos de celebrar a María: Su coronación como reina del cielo, que el 5o. misterio glorioso del Rosario nos recuerda y en este día en muchos lugares y parroquias se festeja coronando una imagen de la Santísima Virgen. Pero también se celebra un acontecimiento casi escondido, humilde, sencillo, dulce pero muy importante: La Visitación de la Virgen a su prima Santa Isabel que también el 2o. misterio gozoso del Rosario nos lo recuerda:
«No importa cuantos acontecimientos importantes sucedan en el mundo y cuantos grandes personajes forjen la historia del mundo, los grandes jefes, los césares, los reyes, que hacen la guerra, o que subyugan a otros pueblos con la fuerza de sus grandes ejércitos, que conquistan tierras extendidas por el mundo entero…. Todo pierde importancia, porque la verdadera historia se está haciendo en aquel pueblito entre dos mujeres: Isabel y María que en su humildad y sencillez llevan un hijo en su seno, una al Precursor, la otra al Rey del Universo…»
Gran lección que todavía el mundo no aprende, el poder humano palidece ante la gracia de María, que llena de gozo en su humildad profunda, glorifica al Señor.
Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava.Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia - como lo había prometido a nuestros padres - en favor de Abraham y su descendencia por siempre. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
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