¿Recuerdas la parábola del hijo pródigo? No te vayas a identificar con el hermano mayor. Aquel muchacho habría sido un mal evangelizador. Estaba tan a gusto en la casa de su padre, que no se acordaba del hermano que se había alejado. Mientras al padre se le partía el corazón por el hijo perdido, a él se le endurecían las entrañas, temiendo su vuelta. Con tu estilo evangelizador tienes que ayudar la salida del padre a buscar a quienes se fueron o nunca estuvieron en la casa paterna. Tu identificación con el corazón del Padre te hace "sentir debilidad" por los hermanos que lo dejaron. Pregúntate también por tu manera de estar en la casa; pudiera ser que tú mismo la estés haciendo inhabitable para otros. Pregúntate si la lejanía de muchos no se debe también a que tu cercanía no es acogedora, o no manifiesta gozo y alegría con los hermanos que llegan. Ni la casa es tuya, ni el corazón del Padre te pertenece en exclusiva. La casa y el Padre son de todos. Y a la mesa servida están llamados los de cerca y los de lejos. Un solo Padre, una sola casa y una sola mesa. Anuncia por todas partes que "La mesa está servida, caliente el pan y envejecido el vino". Alégrate de que tu Padre sea así y, anunciándolo, abre las puertas de par en par, para gozarte con la multitud de tus hermanos.
Personalmente la parábola del Hijo Prodigo ha significado el acercamiento para recibir el Pedón de Dios Padre. Nunca me la había planteado como revisión de vida y compromiso para los demás.
ResponderEliminarMe ha encantado la forma de exponerla.