Tu alegría más profunda nace de tu propio
corazón. En Jesús te has encontrado con el Padre y experimentas que "su gracia
vale más que la vida". La comunión con Dios es tu bien más preciado. Tu alegría
procede de la confianza y la vives en la esperanza. Es el momento de tu
confesión gozosa al Señor: "ningún bien tengo sin ti". Y haces una jerarquía de
valores: te entusiasma haber encontrado un tesoro escondido y una perla
preciosa. Empiezas a dar importancia a lo que merece la pena y a quitársela a
"lo que hoy es y mañana no aparece". Descubres que la vida hay que mirarla en su
conjunto y no en los momentos de pena o de gloria, a los que sientes la
tentación de agarrarte como tu única tabla de salvación. Jesús te ofrece salvar
tu vida desde el sentido de Dios. Es el que buscas, aunque, muchas veces, lo
hagas a tientas. Cuando acoges a Jesús como "camino, verdad y vida" experimentas
que no eres un buscador a ciegas. Te sentirás, a veces, desconcertado, darás
tropezones, tu experiencia podrá ser tu propio aguijón, pero podrás confesar con
San Pablo: "sé de quien me he fiado y estoy seguro". Tu confianza se hace
alegría serena.
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