*127* Ah Jesús, el Padre del hijo pródigo me enamora! Siempre me gusta considerarme así, y en este sentimiento de profunda miseria mía arrojarme en sus brazos.
*128* Si por desgracia incurriere en alguna falta a pesar de mi buena voluntad, no me descorazonaré por ello, me arrojaré al instante en brazos de Jesús.
*129* Cuando con confianza infantil, deliciosa, nos arrojamos a sus brazos paternales, y esto precisamente porque nos vemos cargados de miserias, pero detestándolas, roba su Corazón; entonces él no se acuerda de nada, sólo una cosa recuerda: que él es el Padre del hijo pródigo.
*130* Convencida como estoy de que la confianza en un Dios sapientísimo, bondadosísimo y poderosísimo me ha de santificar a pesar de mis debilidades, de mis recaídas, de mis inconstancias, me da alas para volar hasta él y esperarlo todo de él.
*131* Cómo le gusta a nuestro Señor darnos gratas sorpresas! Y esto, naturalmente, nos afirma en su confianza, nos robustece el agradecimiento y nos hace crecer en el amor.
*132* Quien viendo a tan dulce Señor, tan amante, tan fino, tan exquisito, no pone en él toda su confianza, esa confianza que en la vida práctica es el vínculo principal que nos une con N. Señor, vínculo dulcísimo que eleva, que levanta de la postración de las propias miserias hasta su abrazo de misericordia, hasta las efusiones más tiernas y delicadas entre el Esposo y la esposa?
*133* La confianza que es algo mío, digo un don de su infinita misericordia, que me lleva siempre al pedir con ilimitada confianza, en un arrojo total en sus brazos, y tanto más, cuanto me siento más indigna, más miserable.
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