A la primera pregunta reveladora del pecado del hombre "Adán ¿dónde estás?" sigue otra: "Caín, ¿dónde está Abel, tu hermano?". La ruptura de relaciones con Dios lleva consigo no solo la desintegración de la persona, sino una ruptura de las relaciones con los hermanos.
El destino del hombre es la unidad. El hombre es un ser "comunional" Ha sido creado para vivir en armonía con Dios, consigo mismo, con los hermanos, con todo lo creado.
Por el pecado se rompe el equilibrio.
Separado de Dios.
Dividido en sí mismo, desgarrado.
Separado de los otros que se han convertido en extraños.
Y en guerra con la creación que se le ha hecho también hostil.
El hombre rechazando la conversación con Dios, se condena a la soledad, al monólogo estéril.
Aun el pecado mas personal, mas escondido, tiene consecuencias sociales.
El amor a Dios y el amor a los hermanos son dos aspectos inseparables del único "sí" al Dios de la alianza. Es tan inseparable que Cristo acepta como hecho a sí mismo lo que se hace en favor de los hermanos. Por eso el perdón y la reconciliación con los hermanos es condición y presupuesto para un culto verdadero a Dios y para poder alcanzar el perdón y la reconciliación con Dios.
Con el pecado yo digo "no" y empobrezco a la Iglesia. Digo "no" y empobrezco a una comunidad.
Es en esta perspectiva social del pecado donde el sacramento de la penitencia asume en toda su importancia el aspecto comunitario. Con el perdón sacramental el sacerdote me comunica no sólo el "si" de Dios, sino tamibén el "sí" de todos los otros miembros de la comunidad eclesial.
Soy de nuevo aceptado y recibido.
Para caminar juntos. Para construir juntos.
En el signo de la unidad reencontrada en Cristo.
Extracto. El Acoso de Dios. Alessandro Pronzato. 1º Martes de Cuaresma.
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