La verdad que Dios ha querido comunicarnos para nuestra salvación se contiene en la Sagrada Escritura, en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, pero es una verdad viva. Recoge vida y transmite vida. No es un texto guardado en un cofre, para que sea intocable. Se parece más a una simiente que, plantada en la tierra, desarrolla todo lo que lleva dentro, hasta que se va convirtiendo en un árbol, que da los frutos ya contenidos en la semilla.
Por eso, fíjate: no es más fiel quien guarda la simiente por miedo a sembrarla. Es más fiel quien la siembra y se deja impresionar por su progresivo desarrollo. La fidelidad consisite en que los frutos no sean de otra especie que la simiente. Si la simiente era de peras no esperes que te de naranjas; y si te las diera es que no ha habido fidelidad en el desarrollo.
La Verdad de la Sagrada Escritura es una verdad sembrada en la tierra de la Iglesia, no puedes quedarte con el conocimiento profundo de la simiente, debes conocer también cual ha sido su fruto a lo largo de la historia de la Iglesia y cual en el tiempo que te ha tocado vivir. El Espíritu Santo es la garantía de que tu acogida de la verdad sea, hoy, viva y actual.
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