No "haces" de testigo; "eres" testigo. Tu testimonio no es función o estrategia. Es una manera nueva de ser hombre o mujer. No se reduce a unos actos de tu vida. No tiene que ver sólo con los momentos en los que "ejerces" de evangelizador. El testimonio no es como un gorro que te pones o quitas a discreción. Es más, el testigo no busca serlo; lo es sin darse cuenta (¡tanto ha asimilado su nueva condición de hijo!). Cuando el testimonio es sólo externo, te cansa. Son esos momentos en los que te entran ganas de tirar la toalla. Cuando el testimonio te sale de dentro, no puedes dejar de darlo. Allí donde estés, y hagas lo que hagas, serás testigo. En la medida en que des unidad a tu vida, tú mismo te sentirás más feliz y contagiarás a los demás. El testimonio interior lo recibes del Espíritu, que, en lo más íntimo de ti mismo, te da las razones más hondas para creer, esperar y amar, haciendo de tu vida un don para los demás. Porque tú mismo recibes del Espíritu el testimonio a favor de Jesús, puedes ser testigo de él ante los demás. Y el mismo Espíritu da testimonio a favor de Jesús para los demás a través de tu testimonio sencillo y constante. También en el testimonio eres obra del Espíritu. No lo das por tu propia cuenta. Es Él quien lo da a través de ti
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