Cuando puse en este blog el primer tema de esta etiqueta, "Que toda rodilla se doble" me gustó tanto, que decidí dejar el nombre para siguientes temas relacionados con la adoración a Jesús en la Eucaristía... y no me han faltado oportunidades para encontrarlos. Y este en especial aunque es un poco largo, me gusta mucho porque está estrechamente relacionado con el sacerdocio así que podría estar en el "año sacerdotal" también, y así lo puse... espero que les guste y les ayude a adorar al Señor.
Llévame a donde quieras.
Era yo un sacerdote recién ordenado y me llamaron cierto día en la noche para auxiliar un enfermo. Era un anciano que tenía cáncer en la boca y en la garganta. Tenía una llaga mal oliente y de muy mal aspecto. Recuerdo que llegué, lo confesé, le di unas palabras de aliento, después lo invité a que recibiera la Sagrada Comunión. Todo iba bien, pero cuando abrió la boca este señor, y cuando hizo un esfuerzo para sacar la lengua para recibir la Eucaristía, vi que toda su boca era una llaga tan impresionante y de tan mal olor, que tuve mucho asco y ganas de vomitar. Pero tomé la Sagrada Hostia y la deposité en aquella llaga tan repugnante cuidando de no tocarla con los dedos. Sin embargo, a Jesús en la Eucaristía lo dejé ahí: Jesús bajaba con amor hacia esa persona. Sentí pena al darme cuenta que no quise tocar la llaga y ver cómo Jesús se entregó en ella. Esta es la entrega de Jesús: total y sin condiciones "Este soy yo, llévame a donde quieras, colócame donde quieras, no importa que sea en la llaga cancerosa más mal oliente que pueda exisitir".
El Sagrario entreabierto.
En un pueblito de la sierra di mis primeros pasos como sacerdote; llegué a ese lugar con muchas ilusiones, iba a prestar mi servicio de diácono. Pero el sacerdote de ese lugar, sacerdote anciano, enfermo, deprimido y de carácter muy recio, después de varios días de que había llegado, un buen día me despidió. Me dijo que ya no podía comer allí con él, que me fuera a donde yo quisiera, pues al fin y al cabo él no me había pedido; que no había nada que hacer en aquel pueblo. Aquel sacerdote tenía una larga historia de sufrimiento.
Aquella noche que me corrió sentí mucha tristeza, era mi primer destino y empezaba con una prueba muy grande y dolorosa. Pensé que el regresarme al seminario y exponer que me habían corrido no era la mejor solución ¿qué hacer? Lo que más sentía en esa noche, no era la duda de seguir o regresarme, sino más bien el rechazo y la humillación por haber sido corrido. Me sentí muy mal y ya no quise cenar. Me dirigí a mi cuarto y tenía ganas de comentar esto con algún compañero, pero el más cercano se encontraba a diez horas a caballo. No había teléfono. Me estaba ahogando con mi pena y no encontraba a alguien para poder desahogarme. Me sentía muy mal, tanto, que el sentimiento se me transformó en lágrimas, pero recordé que tan sólo una pared me dividía del templo y fue así como se me ocurrió llorar frente al Sagrario. El templo estaba muy descuidado. Recuerdo que al pasar por la sacristía observé que de un cuadro grande de la Virgen de Guadalupe salió una rata. Entonces llegué al Sagrario (éste no estaba bien cerrado pues se había perdido la llave) y empecé a reclamarle al Señor, diciéndole: ¿por qué me corrieron? ¿por qué me pasa esto si yo tenía muchas ganas de trabajar? Esto no está bien.
Cuando estaba comentando esto al Señor, me pareció ver que "algo" salía del Sagrario, inmediatamente tomé una veladora y la acerqué para distinguir mejor; entonces pude ver lo que había salido del Sagrario entreabierto: una cucaracha. Luego abrí todo el Sagrario y lo iluminé por dentro con la veladora. Lo que ví aquella noche fue una visión "apocalíptica". Era algo muy fuerte y una respuesta muy grande la que daba el Señor a mi queja. Observé con honda tristeza y asombro que una cucaracha se estaba comiendo una Hostia Consagrada: !ya la llevaba a la mitad! Este espectáculo provocó una reacción muy grande en mi. Sentí tristeza, amor, pero sobre todo sentí vergüenza de saber que yo me quejaba por tan poca cosa, cuando Jesús por querer acompañar a los hijos de aquel pueblo tan apartado, se dejaba comer por una cucaracha. Miré tan indefenso a Jesús al ver que Él no podía espantar a una cucaracha. Pero yo la espanté y tomé con gran amor y veneración aquella mitad de Hostia y le dí un beso lleno de ternura; comprendí que la entrega de Jesús es sin condiciones. "Esto es mi cuerpo, esto soy yo, cómanme o que me coma una cucaracha".
Así es el inmenso amor de Jesús en la Eucaristía. Aquella Hostia me hizo comprender muchas cosas, me hizo comprender que ser sacerdote es ser "pan partido", para que se lo coman los demás y así dar la vida al mundo. También me hizo comprender que el sacerdote en ocasiones es comido por "una cucaracha". Esa preciada Hostia fue una gran respuesta que me dio Jesús. Enjugó mis lágrimas y me dio mucha fuerza para superar aquella prueba que ahora me parecía pequeña en comparación a la suya. Mi relación con aquel sacerdote mejoró notablemente. Me tocó enterrarlo llorándolo como un gran amigo y un verdadero padre.
Aquella Hostia sigue siendo un faro luminoso en los momentos de oscuridad y de prueba. Así como es la entrega de Jesús, así debe ser la entrega del sacerdote y del cristiano.
Instituto de Ciencias Teológicas ARQUIDIÓCESIS DE GUADALAJARA Pbro. L. Alfonso Zepeda.
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