BIOGRAFÍA MADRE MARÍA INÉS TERESA ARIAS.
10.- Hay momentos en que me parece abrumadora la empresa.
Doña Fidelita de Ortiz, una bienhechora, ya viuda, que había perdido a su única hija, le había prometido tiempo atrás a la madre María Inés, regalarle una casa. Con el paso de los meses, cambia de opinión y decide cederla a los padres jesuitas. Las casas en Cuernavaca empezaban a cotizarse muy alto y doña Fidelita acepta, sin embargo, hacerles un donativo en efectivo, que les ayude a enganchar algún terreno o casa, el resto había que conseguirlo.
José María, el cuñado de la hermana María Inés, de nuevo aparece en escena y les vende a un precio muy bajo un atractivo terreno situado en la llamada Privada de la Selva, uno de los límites de la ciudad. Después de realizarse la operación de compra-venta, con la debida escrituración, empieza el penoso proceso de construcción de la futura casa madre, que debido a las limitadas aportaciones, se lleva varios años.
Así pues, los problemas continúan. Es necesario conseguir una casa mientras se construyan las primeras habitaciones del futuro convento que apenas y con muchos esfuerzos, se encuentra en la etapa de cimentación. María Inés sabe que es urgente tener un lugar mientras tanto, pues es un requisito indispensable. Su ángel salvador no podía ser otro que su cuñado Chema. Sin tener otra alternativa y con la confianza que siempre le había inspirado, se atreve a proponerle ingenuamente: ¿José María, y si tu compraras una casa en Cuernavaca y nos la prestaras durante un tiempo? El esposo de su hermana Guadalupe, asombrado por las ocurrencias de la monjita sólo contesta: “¡Mira!, ¡qué fácil solución!”
Como era de esperarse, muy pronto José María Suárez adquiere la ansiada casa con la que las futuras misioneras inician su obra. La admiración y agradecimiento hacia aquel hombre tan caritativo y generoso no tiene límites. La alegría es inmensa. Don José María, años después se referiría a su cuñada de la siguiente manera: “ A esta mujer fuerte nada ni nadie la detenía. Nunca tuvo dinero para sus obras; sin embargo las emprendía. ¿Quién se atreve a tal cosa? Solamente ella. La Obra que Dios le encomendó a la madre María Inés Teresa no tiene fundamento más que en la confianza y en el abandono. Ella que sabía resaltar la bondad y poder de Dios, su divina Providencia, se lanzaba porque sabía de quien se confiaba”.
Por fin el día 2 de agosto de 1945, el señor obispo de Cuernavaca manda llamar a la hermana María Inés para entregarle en su despacho el documento donde la Santa Sede aprueba la fundación. La emoción, el gozo y la sorpresa se confunden en un solo sentimiento: la tercera prueba estaba ya en sus manos. Ella, la hermana Clara, su cuñado y su hermana Lupita comparten con un abrazo, la buena nueva. El 18 de agosto es el día en que el padre Oñate, en nombre del arzobispo, ejecuta el Rescripto de la Santa Sede, es decir, otorga la aprobación oficial que autoriza a las seis religiosas a dejar el monasterio del Ave María.
Salir del amado convento por última vez, es más difícil de lo que puede imaginar la futura misionera. Decir adiós a la querida capilla, a las hermanas y hasta al propio jardín, que con tanta devoción había cultivado, es otro de los muchos desprendimientos afectivos que tiene que sufrir.
María Inés Teresa Arias sale del Ave María sólo porque es allí donde ha recibido el carisma misionero. Su deseo de salvar almas y propagar el amor por la Guadalupana, justifican cualquier sacrificio.
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