La comunión de unos con otros es por sí misma evangelizadora. Jesús pidió al Padre que los apóstoles y nosotros seamos "uno" para que el mundo crea. No pretendamos crear un lugar cerrado.
La comunión en la misma confesión del Señor, en la misma vida en el Espíritu, en los mismos Sacramentos, en la misma tarea evangelizadora... es para ofrecer al mundo un mismo mensaje esperanzador: en Jesús el hombre puede salvarse.
Cuando los discípulos y misioneros andamos divididos o dividimos a nuestras comunidades, cuando vivimos una comunión fría, más jurídica que personal, cuando no rezumamos el gozo de la fraternidad, es muy difícil que el anuncio contagie. La comunión es un don de la misión y para la misión. Sólo cuando produce admiración ("mirad como se aman") tiene fuerza misionera.
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