Ser testigo es una gracia para todo creyente. Testigo del amor de Dios, de Jesucristo y de la fuerza transformadora del Espíritu. Tu testimonio a favor de Jesús supone que el Dios de Jesucristo te ha transformado, haciéndote una criatura nueva. Se lo debes, por tanto, a él, pero estás llamado a experimentarlo en tu vida. A medida que tu vida va siendo transformada por la fe, sientes que algo nuevo germina dentro de ti mismo. Tu testimonio no es un simple comportamiento externo, que tú consigues echándole coraje a la vida. No es el simple compromiso esforzado con una causa que te ha convencido. Eso ya llegará. Tu testimonio es, ante todo, la expresión sencilla de un encuentro personal: el que ha acontecido entre Dios y tú. El Dios que Jesús te ha dado a conocer, y que tú manifiestas casi sin darte cuenta; así: "como si nada", "como que no quiere la cosa" con la misma espontaneidad con que vives. Ya sabes: "de la abundancia del corazón, habla la boca". Por eso tu testimonio no es palabrería. Cuenta con la palabra, pero con aquella que ha madurado en tu corazón a base de experiencia. Nosotros hablamos de lo que hemos visto, y anunciamos aquello que hemos palpado del Verbo de la Vida.
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