Mi apóstol favorito, y lo he tenido en el olvido... quiero hoy transcribir aquí algo del libro de Pepe Prado sobre la conversión de San Pablo (El Secreto de Pablo). Está escrito de una manera poética, ha tomando las palabras de Jesús de la Escritura y hacen que resuene de una manera hermosa.
El diálogo en lengua hebrea
De pronto Saúl escucha una voz en su propia lengua. Es suave y fuerte a la vez. Se parece a la palabra de los profetas. La Palabra misma le habla:
Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues? Hech 9,4.
'Duro te es dar coces contra el aguijón. Es inútil que te resistas. Ya he puesto mi mano sobre ti y no te me puedes escapar. Soy más fuerte que tú y corro más aprisa que tú. Te tengo cercado. Es mejor que depongas las armas y te des por vencido, porque te he llamado desde el seno materno para consagrarte maestro de mi pueblo y luz de las naciones. Has corrido demasiado, Saúl, pero por fin te he dado alcance... Ya estás derrotado'.
El perseguidor, en la total ignorancia, quiere saber contra quién está luchando. Debe medir las fuerzas de su contrincante para decidir si vale la pena pelear, o debe rendirse y entregar incondicionalmente su vida. Por eso pregunta:
¿Quién eres, Señor?: Hech 9,5.
Saúl no reconoce al que lo ha llamado por su nombre y le ha hablado en su propia lengua. Necesita una identificación completa y pide las credenciales de quien está frente a él. La Palabra le responde:
Yo soy Jesús, a quien tú persigues: Hech 9,5.
'El nacido de mujer, nacido bajo la Ley, que murió ignominiosamente en un madero, locura para los gentiles y escándalo para los judíos, pero que se ha transformado en fuerza y sabiduría de Dios. Yo soy de condición divina, pero no he retenido ávidamente el ser igual a Dios, antes bien, me anonadé y me hice obediente hasta la muerte y muerte de cruz, pero Dios me glorificó. Ese Nombre, Saúl, que tantas veces tú has maldecido, esta sobre todo nombre. Ante mí se dobla toda rodilla en el cielo y en la tierra'.
'Yo soy ese que por haber sido crucificado fue considerado un maldito de Dios. Pero yo me hice maldición para cargar la maldición de los hombres. Es más, sin tener pecado me hice pecado para que el pecado muriera en la cruz'.
'Yo soy la imagen visible del Dios invisible del Sinaí, el primogénito de toda la creación, la cabeza del cuerpo. Ya no son necesarios los sacrificios del templo, porque ahora por mi sangre se obtiene la redención. Yo soy el nuevo propiciatorio y por mi muerte en la cruz fueron perdonados los pecados, incluyendo los tuyos, Saúl'.
'Por mí han sido elegidos todos los hombres para ser hijos adoptivos, y el que crea en su corazón que yo soy el Señor y confiese con su boca que he sido resucitado de entre los muertos, será salvo'.
Cuando la presencia de El Resucitado conmovía las cimientos de la fe de sus antepasados, aquella voz se dirigió personalmente a él y le confesó: 'Yo soy Jesús, que te amé y me entregué por ti, Saúl'.
Jesús le aclara: 'por haber sido derrotado en la lucha contra mí, tenías que morir, Saúl. Pero yo ya morí por ti en la cruz, para que tú vivas. Te he amado tanto que me entregué a la muerte en vez de ti. Pero he resucitado y de ahora en adelante soy yo el que viviré en ti'.
El encuentro con Jesús cabeza implicaba también un encuentro con todo su cuerpo:
'Existe un binomio indisoluble entre los míos y yo mismo. Formamos un solo cuerpo con variedad de funciones, pero vinculados por un mismo Espíritu. Yo soy a quien tú persigues. Todo lo que haces al más pequeño de los míos, lo haces a mí mismo, pues en mí todo el cuerpo recibe trabazón y cohesión. Mis discípulos no sólo me pertenecen, sino que también son parte mía. Yo vivo en ellos y ellos en mí, Saúl'.
El discípulo de Gamaliel comprende la unión entre Jesús cabeza y todo el cuerpo. Será heraldo de esta verdad, columna vertebral de su teología. Saúl creía que Jesús estaba muerto y resulta que está vivo. El crucificado ha resucitado. Pero lo que no pudo resistir fue saber que había sido amado a tal punto, que uno había dado su vida por él. Entonces depone todas las armas.
Rendición total: ¿Qué he de hacer, Señor?
Saúl reconoce su derrota y firma su rendición incondicional. Había luchado tantas veces y por tanto tiempo contra los seguidores de El Camino, que una vez alcanzado por Cristo Jesús estampa su firma de capitulación en una pregunta:
¿Qué he de hacer, Señor?: Hech 22,10.
+,+,+. Hermosa reflexión y vivo espejo de mi vida, gracias Señor por tu gracia y por tu amor...yo sin ti nada soy.+
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