-Mira, aquél es un convertido...
Y yo he preguntado inmediatamente:
-¿Cuántas veces?
Mi interlocutor, ante esta pregunta, ha quedado sin palabras.
Y yo he preguntado inmediatamente:
-¿Cuántas veces?
Mi interlocutor, ante esta pregunta, ha quedado sin palabras.
Para muchos cristianos la conversión es un fenómeno excepcional, clamoroso, del que son protagonistas individuos que pasan de las tinieblas del error a la luz de la verdad, de una conducta perversa a una vida "ejemplar".
No sospechan que la convesión es un deber fundamental y habitual del cristiano.
Son víctimas de un equívoco según el cual se es cristiano, religiosa, religioso, de manera definitiva.
Como uno que ha conseguido el doctorado, y es y será ya siempre doctor e ingeniero.
No. No se es cristieno, sino que simplemente se intenta llegar a serlo, se busca llegar a ser religioso o religiosa. Nadie puede afirmar que ha conseguido establemente esa meta. Se tiende hacia ella, pero no se alcanza de una vez para siempre.
Y para "llegar a ser" es necesario convertirse.
La conversión es un quehacer de cada día. Fatigoso, doloroso. Nosotros insistentemente tendemos a esquivarla, a desviarla. Por eso jamás estamos donde deberíamos estar. Nunca estamos, nunca donde él está (aunque nos gusta engañarnos pensando que él está de nuestra parte).
Él siempre está en otra parte
El va siempre por delante
El piensa de otra manera que nosotros
El ama de distinta manera que nosotros.
Ahora bien, convertirse significa precisamente darse cuenta de que no estamos en regla, que no estamos en su lugar, que nuestra lógica es distinta que la suya. Que nuestros sentimientos resultan desacordes a los suyos. Que nuestros pasos no van sincronizados con los suyos.
Entonces cambiamos de ruta. Cambiamos la cabeza, el corazón, los ojos, todo.
Esta es la conversión. No es un insignificante ajuste, un retoque a la fachada... es una transformación radical, un cambio total.
Y hay algo peor que no estar en regla.
Es creer que se está. Es la petulante seguridad -jamás afectada por la más mínima duda- de creerse situados en el camino recto.
Es necesario que Dios tenga siempre algo que reprocharnos. Nuestra salvación consiste, precisamente, en dejar que él tenga muchas cosas de qué quejarse contra nosotros. Acerca de nuestra conducta, de lo que somos, de lo que pensamos, de lo que amamos y de cómo lo amamos.
Si no es así estamos perdidos...
Convertirse, pues, en resumidas cuentas, significa cambiar la dirección, desplazándonos hacia el Señor, que siempre tiene un montón de cosas de qué quejarse.
Y así cada día.
Porque cada día debemos intentar, "no estar en regla" sino alcanzar su puesto.
Extracto El Acoso de Dios. Alessandro Prontzato. Domingo 2ª Semana de Cuaresma
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