¡Cristo ha resucitado! Algunos no lo saben, algunos no se han enterado, algunos lo saben pero ese hecho no ha cambiado sus vidas. Pero no importa, nada de lo que hagan puede ya trastocar ese acontecimiento. La victoria es definitiva.
Siempre me ha gustado, siguiendo el ritual, usar un punzón y hacer las marcas prescritas sobre la superficie del cirio. El cirio también simboliza el tiempo, y el tiempo queda marcado, santificado. El tiempo es de Dios.
Los enemigos del Resucitado pueden hacer lo que quieran, el Tiempo es de Dios. Él controla las reglas del juego. Sus enemigos, que los tiene, pueden recorrer el tablero a sus anchas. Pueden correr lo que quieran. Lo único que no pueden hacer es ganar. Dios se reserva el derecho incluso de cambiar las reglas a mitad del juego. Por eso la visión cristiana es optimista. No cabe otra posibilidad que la victoria. Lo único que no puede hacer Dios es perder. Y nosotros nos hemos asociado a la Victoria de Dios.
La Iglesia puede emerger de sus cenizas una y otra vez, cien veces, mil veces. Y puede hacerlo cada vez más poderosa, cada vez más fuerte, cada vez más bella.
Cristo ha resucitado, nosotros seguimos al Resucitado. El Resucitado está en medio de nosotros, verdaderamente en medio, aunque no lo veamos. Pero nos habla, aunque no escuchemos su voz con palabras audibles. Y hace milagros, lo mismo que en los tiempos de Palestina, cuando iba con los Doce por los caminos.
El Cirio Pascual hoy arde. Y arde con una luz inextinguible. Ni la Unión Soviética, ni el III Reich, ni la masonería, ni las sectas, ni el paganismo pueden extinguir esa llama. Pequeña y humilde, pero inextinguible. Y así, generación tras generación, hasta que Él vuelva a caminar sobre la tierra, ese cirio pascual se tornará a encender y el pastor entrando en la iglesia a oscuras volverá a cantar: ¡Luz de Cristo!
P. Fortea.
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