Biografía Madre María Inés Teresa Arias.
8.- Nunca mi alma se siente más confiada que cuando todo parece perderse.
Al año siguiente, en febrero de 1943, Sor Inmaculada Ochoa es elegida abadesa y ella, a su vez, nombra a la hermana María Inés maestra de novicias. Únicamente la obediencia hace que ella acepte ese cargo pues se considera muy alejada de la perfección y teme no formar correctamente a las jóvenes aspirantes. La madre abadesa desea con esto, que la nueva maestra de novicias infunda en sus alumnas el espíritu misionero, pues apoya firmemente la futura obra de la religiosa.
Como la fundadora de la comunidad de las Clarisas Sacramentarias había estipulado que el número de integrantes no debía rebasar de 28, Sor Inmaculada, en consejo con sus hermanas, pide la aprobación para que de allí nazca la nueva congregación. El apoyo es unánime, y de esta manera, María Inés Teresa ve cumplida una de las tres pruebas que había pedido a Dios como señal de que todo iría de acuerdo a sus deseos. La madre abadesa solicita al arzobispo el permiso para preparar a aquellas religiosas que se sientan atraídas hacia la vocación misionera; pero no hay respuesta.
Mientras las superioras la animan, el padre capellán trata de muchas maneras, hacerla desistir. No faltan las indirectas en los sermones, ni las humillaciones públicas. Por momentos, esto la hace dudar al igual que el apóstol Pedro, quien tratando de seguir a Jesús, por miedo parece tambalearse y hundirse en las aguas del mar. Las palabras del divino maestro: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?, hacen mella en esta religiosa, que es septiembre de 1943, deja por ecsrito: Mi alma estaba llena de angustia, una pena mortal casi me aniquilaba. La contradicción de los de fuera se juntaba con la lucha interior, para hacer zozobrar en el fondo de mi alma, mi fe.
No obstante, salvar almas sigue siendo el móvil de sus oraciones y sacrificios. A todas horas, la hermana Inés se tortura pensando en los miles de indígenas, japoneses, africanos e hindúes que no conocen al Hijo de Dios-Amor; los millares de seres humanos que por ignorar su existencia, no pueden recargar sus penas, en el amoroso regazo de la Santísima Madre de Jesús.
La futura misionera piensa ilusionada que, una vez aprobada la nueva congregación también lleve el nombre de Clarisas, con la especial devoción al Santísimo Sacramento. Admira demasiado a la santa de Asís, pues había sido la primera en trabajar para los tabernáculos y para las iglesias pobres. Además Santa Clara había demostrado un amor muy intenso a la Sagrada Eucaristía y gracias a eso le había sido concedido un favor muy especial: desterrar de su convento y de la ciudad de Asís, a los sarracenos de Federico II, que tantos males causaron a la cristiandad.
María Inés aprovecha cada momento libre para repasar en su interior los fundamentos que sostendrán espiritualmente el alma de la nueva comunidad clarisa misionera sacramentaria. Este proyecto que ya había pasado muchas instancias, y debe ser autorizado todavía por varias más, es vislumbrado bajo el principio de fundir en una sola esencia a Marta y María, las hermanas del Evangelio; es decir, reuniría la vida activa y la vida contemplativa a favor de las misiones entre infieles.
La obra en sí, es superior a sus fuerzas. Muchas penas, contradicciones, dificultades y murmuraciones ha tenido que soportar ya. Pese a todo, ella escribe el 26 de enero de 1944; …me alentaba un sentimiento de inmensa confianza en Dios Nuestro Señor, en la seguridad que, si Él me había inspirado la Obra como todos me decían; nada le costaba hacer en pro de ella, los más estupendos milagros.
A principio de este año, María Inés pide permiso para hablar por teléfono al padre Angel M. Oñate, vicario de religiosas, para pedirle noticias sobre el asunto. El sacerdote le responde con palabras que la hieren como un rayo: Fallaron en contra. El señor Arzobispo no quiere que se hagan aquí ensayos misionales”.
Mucho había tenido que ver, sin duda, el padre capellán, pues además de no perder oportunidad para convencer a las jóvenes interesadas en las misiones, de que renunciara a ello; en forma muy insistente ponderaba la excelencia de la vida contemplativa, presentando todo lo demás como algo muy inferior. Hermanas que ya le habían asegurado seguirla en su fundación, después de salir del confesionario del padre capellán, terminaban por abandonar la idea. Una de ellas, la más decidida a secundarla, le había prometido aportar la herencia recibida de sus padres para empezar la Obra; pero como siente su deber consultarlo al confesor, es convencida de no hacerlo. Aquello es el remate. La futura misionera piensa en ese momento, que todo se ha acabado.
Una vez pasada la primera impresión, y aún sintiéndose derrotada se pone a reflexionar y piensa que las obras de la Iglesia de Dios no existirían si se hubiesen abandonado con los primeros contratiempos: …desde el fondo de mi corazón, desde el abismo de mi miseria, de la íntima convicción de mi nulidad, de mi incapacidad, me nacieron unas grandes y hermosas alas que en raudo vuelo, me elevaron hasta ti, Dios mío, hasta tu regazo, en tus mismos brazos; con ellos desapareció toda angustia, puesto que se fijó mi esperanza sobre la alta roca de tu poder.
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