Tu tarea de discípulo misionero tiene mucho que ver con tu capacidad de suscitar en la gente las preguntas fundamentales de su vida. El malestar que experimentan muchos evangelizadores procede de estar dando respuestas a preguntas que nadie se hace.
Tú mismo puedes sentir que has aprendido la respuesta pero te has olvidado de la pregunta. Tal vez tienes que iniciar con la "evangelización de la pregunta". Para eso tenemos que desinstalarnos de la rutina y del mero aprendizaje. Hay que hacer que el hombre se pregunte, reavivando las preguntas que lleva dentro de sí mismo y haciéndole caer en la cuenta de las preguntas nuevas a las que le abre el Evangelio, hasta llegar a percibirlas como propias. Si no vamos por aquí, la evangelización no llegará a la entraña misma del corazón humano.
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