lunes, 14 de diciembre de 2009

CUENTO DE NAVIDAD

Extracto de "Azul Brillante"


Soñaba, Nantama con Fray Sebastián; en todas las veces que lo escuchó hablar en su dialecto como si fuera su propio idioma, pero sobre todo en aquella tarde cuando el sol ya ponía las nubes color de rosa y las acacias de la sabana se mecían con el aire que llegaba del este… No se le había olvidado a Nantama que cuando todavía no sabían hablar como ellos les habían dicho a través del guía, que venían a contarles la historia mas maravillosa que hubieran oído.


Nantama le dijo-, ¿cuándo nos vas a contar esa historia que dijiste?......

-Pronto. Muy pronto. Pero yo he oído decir que en este pueblo los ancianos les cuentan historias a los niños, que saben muchas cosas, que les hablan de sus ancestros y sus vidas y que por eso no olvidan a los que vivieron antes… y por eso es como si siguieran en la familia. Me parece que ese es un enrome tesoro.

- Si, si- Nantama sintió una gran emoción, de que alguien le dijera lo que el sentía y no podía explicar- yo también sé historias, mi abuela me contó muchas- y cuando pienso en las historias pienso siempre en Sumune.

¿ah si? Pues me gustaría que me contaras una historia de Sumune, así también yo la conocería a ella, Y Fray Sebastián se acomodó en una piedra junto a la choza-capilla. Nantama iba a empezar a platicarle a Fray, y disfrutaba ese momento de intimidad pero los niños que en cuanto veían a Fray Sebastián acomodarse en la piedra corrían a escucharlo se sentaron a su alrededor. A Nantama ya no le gustó tener a tantos escuchas, porque como le costaba hablar, y los niños se reían, se puso nervioso. Se acercó también Fray Juan, con una sonrisa y una palmadita en la cabeza le dio ánimos para que continuara….

Bueeeno… (hacía larga la palabra igual que como lo hacía su abuela), dijo algo inseguro Nantama, y empezó: Mi abuela Sumune, me contó muchas veces esta historia, a ella le gustaba mucho y a mi también… yo era mtoto- niño, algo así como Unmele, y todos se rieron porque Unmele le hizo una cara de tonto, pues eran de la misma edad. Con más confianza, soltó la lengua y siguió…. Mi abuela Sumune, decía que cuando era niña, iba con su madre al río a lavar la ropa, igual que como hace madre y las demás madres, igual, igualito. Ella se sentía un poco enferma, sentía que su cabeza le ardía y los ojos le lloraban, su madre le dijo: siéntate junto al árbol y duerme; se sentó, pero más bien se recostó, y miraba la corriente del río que hacía remolinos y brillaba con la luz del sol, luego miraba al cielo y veía pasar las nubes blancas y brillantes que en esa época del año pasan rápidas y ligeras formando mil figuras y sombras en la tierra, me decía que no estaba segura si se había quedado dormida y soñaba o si en verdad había estado ahí aquel hombre, vestido con ropas extrañas, pero del mismo color en la piel que nosotros, que de pronto vio parado junto a ella.

Nantama miró a Fray Sebastián, pero sólo le sonrió con una gran paz que le invitaba a continuar…. Bueeeno, entonces el bwana-señor- le preguntó con una sonrisa muy amplia ¿Qué te pasa? Ella le dijo: me duele la cabeza, y siento que me arde. Vamos a ver, puso su mano sobre su frente, ¡Ay Madre mía! Pero si pareces una fogata! Se sentó frente a Sumune y le dijo ¿quieres curarte? Abuela dijo si con la cabeza, -bien veamos- abrió su morral, sacó unas yerbas, trajo agua del río en un cuenco de madera…… Un niño interrumpió a Nantama….

¡Eh oye!, ¿y las madres? ¿qué no veían al bwana?.....
Nantama le replicó, - ¿qué no te acuerdas que Sumune dijo, que no sabía si estaba soñando?......
–ah sí- y luego…..

Bueeeno, el bwana puso las yerbas en el agua y se lo dio para que bebiera, Sumune tuvo miedo, porque pensó que podía ser algo malo, como cuando los brujos embrujan, miró a bwana que seguía sonriendo y tenía una mirada tan limpia, que parecía como si el cielo se reflejara en sus ojos, casi le pareció que tenía los ojos de color azul brillante, que ya no tuvo mas miedo y lo bebió… Sumune, se acordaba que le supo tan bueno, pero tan bueno, que nunca había tomado una bebida tan buena, pero que buena estaba…. Y los niños se relamían tratando de imaginar el sabor de aquella bebida…. porque Nantama se pasaba la lengua por los labios igual que cuando Sumune le platicaba la historia…. Miró a Fray Juan y se preguntó… ¿así sería la sonrisa del bwana? Porque Juan siempre sonreía, a todas horas, parecía que siempre estaba escuchando una buena historia… Los niños le gritaron ¡y luego! ¡y luego!....

Bueeeno, entonces Sumune se recargó en el árbol y bwana se sentó frente a ella y la miró sonriendo, le dijo: descansa, yo te contaré una historia para que duermas… hizo bwana unos signos sobre su cara y su pecho que abuela no comprendió, dijo al mismo tiempo unas palabras en otro idioma: Pater, et Filius et Spiritus Sanctus….. al pronunciarlas Nantama, observó a Fray Juan que abrió mucho los ojos en dirección de Fray Sebastián, quien con un signo de la mano lo mantuvo en silencio….

Nantama contaba la historia como si fuera su abuela quien la dijera, era esa sensación que Fray le acababa de explicar y las palabras le salían de la boca antes de que las pensara…..

Sumune miraba de vez en cuando al río donde su madre y las madres lavaban la ropa, la tendían en las piedras y arbustos que quedaban vestidos de todos los colores y brillaban y ondeaban al sol como banderas.

«Banderas de victoria… victoria de la sencillez, de la unidad, del amor, de lo cotidiano que traían a este pueblo esforzado y trabajador la alegría y la paz»
Su madre la miraba también y levantaba la mano saludándola, Sumune pensaba, ¿porque madre no viene a saludar al bwana? En ese momento no sabía que sólo ella podía verlo… pero sentía que lo conocía de toda la vida, que siempre había estado con ella y con todos…..Bwana ¿me vas a contar la historia? Si, si, ya empiezo….
“En un lugar muy lejos de aquí, muy, muy al norte, donde hay otras costumbres y la gente tiene otro color, hace muchos pero muchos años, había una jovencita, un poco mas grande que tú, porque tú eres una niñita todavía,
Sumune que ya se iba sintiendo mejor, le interrumpió indignada:
¡Oh no, ya no soy tan pequeña, dentro de un año voy a escoger mume - esposo!
-¿Ah si? Y quien será tu mume?
- pues no lo sé pero será mtu mzuri – “buena persona”.
- veo que las niñitas de por aquí saben muy bien lo que hay que ver en las personas, pudiste haber dicho, escogeré al más fuerte, al mejor cazador, al más rico, al mas guapo… pero quieres escoger a una buena persona. Dios te lo concederá.

-¿Quién? ¿Dios?
- Si, Dios, tu pueblo le llama Mabwana
- Entonces ¿es Mabwana quien nos da al mume? ¿no lo escojo yo?
- Bueno, las dos cosas. Dios te inspira buenos pensamientos, una buena inteligencia para que puedas escoger al mejor mume… Y veo que ya lo ha hecho. Porque tú quieres escoger a un mtu mzuri.

Nantama miró hacia la choza mayor, donde su abuelo hablaba con los ancianos de algo importante, lo sabía porque tomaba su bastón de un modo que denotaba su autoridad…todos acudían a él cuando necesitaban algo y siempre encontraban su apoyo.
Sin interrumpirse siguió diciendo:
Bwana entonces le contó:

…..Esa jovencita, era sencilla, dulce y hermosa. Sus padres la amaban muchísimo porque la habían tenido cuando ya eran viejos, así que ella era la alegría de su ancianidad, los amaba tanto, era tan dócil, servicial y sobre todo siempre estaba pensando en Dios y en agradarle. Una noche, o una tarde, o una madrugada, no se sabe, porque fue hace tanto tiempo, estaba la joven en oración, meditando las grandes cosas que Dios había prometido a su pueblo, cuando se acercó a ella un Ángel que se llamaba…. Mi abuela preguntó:

-¿Un qué?-
-Un Ángel, ¿no los has visto? -
-Pues no sé, no sé como son….-
-Son, bueno, parecen como personas pero son espíritu, tienen un rostro muy hermoso porque ellos siempre están viendo a Dios, su cara brilla y tienen unas grandes y hermosas alas, las usan para bajar del cielo a la tierra, cuando las abren y cierran para volar es cuando nosotros sentimos la brisa suave que nos refresca. Cuando la sentimos, es cuando queremos más a los demás y pensamos cosas buenas. Sus alas tienen el color de las nubes y los tonos del remolino en el río cuando le da el sol, tienen color de estrellas cuando salpican la noche y otros colores a veces parecidos a las flores pero más hermosos. Son mensajeros de Dios...
-Pues nunca he visto a un ángel- ¿tú si?
Si, si lo he visto y tú también lo verás…. Porque Dios nos ha dado un ángel a cada quien.
-¿Cuándo lo veré?
-Eso no te lo puedo contestar, sólo Dios y tu ángel lo saben.
Pero déjame continuar….

Pues bien, el Ángel se llamaba Gabriel…. Estaba María, así se llamaba la jovencita, de rodillas, cuando él llegó y la saludó… le dijo: Dios te salve María… llena eres de gracia… como comprenderás ella se impresionó mucho, y le preguntó por qué la saludaba así, Gabriel le dijo: Dios quiere que tú seas la madre de su Hijo, el que ha de venir, el esperado, el ansiado por tantos siglos….Pero yo no tengo esposo, dijo María…¿cómo podrá ser? ….

Ponía Nantama, tanto interés a la historia, los niños estaban tan atentos como si estuvieran viendo la escena ellos mismos….


Para esas horas las mujeres salían a descansar a la puerta de sus chozas, los hombres cansados después de la caza y recogidos los rebaños, se recostaban a sus pies, y miraban juntos el atardecer, o jugaban entre ellos mancala, un juego ancestral, pero viendo que era Nantama el que hablaba, sintieron curiosidad y se fueron acercando para escuchar la historia de Sumune, la abuela.


….La sombra del Altísimo te cubrirá, entonces María le contestó: He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra… Y en ese momento el Hijo de Dios llegó a su seno y María permaneció virgen. Le dijo otras cosas importantes el Ángel y luego se fue.
-¿María vio sus alas?
-Pues, me imagino que sí, deben haber brillado todavía más hermosos sus colores pues llevaba el mensaje más importante del mundo y de la historia.

Para ese momento Fray Juan estaba al borde de un colapso… Fray Sebastián sonreía pero sus ojos estaban húmedos por la emoción que subía desde su corazón.

Cuando Nantama miró hacia atrás vio que todo el pueblo estaba al pendiente de sus palabras, nadie quedaba en las chozas sino que habían hecho un coro alrededor como un medio círculo alrededor de la choza-capilla. Los niños se impacientaban y le decían: sigue, sigue…

Nantama siguió contando la historia pero no ya como la historia de su abuela sino como propia, esa historia ya era de él, tantas veces la había escuchado, tantas veces había soñado con ella….

Bueeeno, entonces, María se fue a otro pueblito a visitar a una pariente que también iba a tener un mtoto. Y María le ayudaría en el parto. Pero ella a nadie le había dicho lo del Ángel. La parienta se llamaba Isabel y sabía lo que pasaba en María porque también ella había creído en que tendría un hijo aunque ya fuera anciana. Cuando llegó, la parienta salió corriendo de su casa y le decía: ¡Bendita entre todas las mujeres!, ¡Bendito el fruto de tu vientre! Porque sabía que ese mtoto era el Hijo de Dios, Dios mismo se lo había dicho en su corazón y el que ella traía dio un salto de gusto dentro de ella.

Las mujeres de la tribu que esperaban un niño, lloraban de alegría, al escuchar lo que Nantama decía, se sentían importantes, su maternidad se convertía de pronto en una enorme bendición, un acontecimiento que trasformaba su pequeño mundo. A todo el mundo. Era como descubrir que las cosas que a ellas les pasaban eran sagradas, que no había nada que no estuviera en manos de ese Dios que así se ocupaba de las mujeres y de sus niños.

«No importa cuantos acontecimientos importantes sucedan en el mundo y cuantos grandes personajes forjen la historia del mundo, los grandes jefes, los césares, los reyes, que hacen la guerra, o que subyugan a otros pueblos con la fuerza de sus grandes ejércitos, que conquistan tierras extendidas por el mundo entero…. Todo pierde importancia, porque la verdadera historia se está haciendo en aquel pueblito entre dos mujeres: Isabel y María que en su humildad y sencillez llevan un hijo en su seno, una al Precursor, la otra al Rey del Universo…»

…Nantama cada vez más emocionado seguía su historia…. Cuando nació el mtoto de Isabel, María regresó a su casa con sus padres; y el prometido para ser su mume se dio cuenta que esperaba un bebé, pensó que entonces no podía casarse, pero soñando en la noche, el Ángel también lo visitó a él y le dijo quien era ese mtoto. Y la recibió como su esposa.

Así que María y José, así se llamaba su mume, tuvieron la fiesta de matrimonio, … no le platicó el bwana a mi abuela como era la fiesta… pero se ha de parecer a las que hacemos nosotros, que prendemos una gran fogata y bailamos y tenemos una chakula – comida sabrosa y mucha, y todos cantan y ríen. Cuando ya estaban en su casita, muy contentos, les llegó una orden de viajar cada uno al lugar de donde era su tribu, para que los contaran, porque un pueblo extranjero los había dominado….. Nantama miró a los frays, un poco preocupado porque corría la voz de que los eupes-blancos y otras tribus del sur eso andaban haciendo en sus pueblos……-como José era de una tribu que estaba muy lejos, tuvieron que irse los dos muy apurados. Tardaron varios días, cuando llegaron al lugar de su tribu, era de noche, y muchos viajeros habían llegado y no había donde dormir. María esperando a su mtoto, al Hijo de Dios, estaba muy cansada, como madre que ya va a tener a mi hermano, y se tocaba la espalda con la mano y quería sentarse en algún lugar. José iba por todos lados buscando donde se pudieran quedar, pero todos le decían que no, que no había lugar para ellos.

Salieron del pueblo y buscaron en unas cuevas que había por ahí donde los pastores guardaban la comida de sus rebaños y encontraron una pequeña, donde había un nyumbu-ñu, o algo que se le parece, tenía cuernos como ellos, y el burrito de José, y algunos borreguitos pequeños, así como Umlele pero blancos, ….jajaja…. Fray Sebastián meneó la cabeza de Umlele con cariño porque su pelo negro y rizado era como de lana.

Nantama, aquí, contuvo el aliento, respiró profundo y en su mente buscaba las palabras más significativas que describieran bien lo que quería narrar a continuación….

Cuando era la hora en que se acaba el día y empieza otro… todo estaba en silencio, hacía mucho, mucho frío… los pastores que habían prendido fogatas por los montes para calentarse y poder cuidar a sus rebaños, estaban acurrucados medio dormidos, cuando llegó un ángel y se quedaron como espantados, pues nunca habían visto a uno. El ángel era como le había platicado el bwana a Sumune, muy brillante y sus alas tenían como pegadas las estrellas, y las movía suavecito mientras hablaba a los pastores… les dijo: Hoy a nacido el Rey de Israel, el Rey del Universo, el Hijo de Dios, lo van a encontrar en la cueva pequeña que está allá arriba…está con su madre, envuelto en pañales. Ellos estaban con la boca abierta viendo y escuchando al ángel. Y para que mas se les abriera la boca llegaron junto a ellos muchos, muchísimos ángeles más, todos brillaban con colores que nunca habían visto, las estrellas casi no se veían porque las tapaban las alas de tantos y tantos ángeles que llegaban del cielo y cantaban con voces hermosas una melodía que nunca se había oído en todo el mundo, la más hermosa que se haya escuchado: ¡Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres!

Los pastores tomaron algunas cosas que tenían ahí, como pan, leche de las cabras, lana de sus borregos, semillas, palos de fogata y una campana… para llevar a la Madre a José y al Recién Nacido. Se fueron acercando muy despacito. Estaba la cueva iluminada, por una luz que no era de fogata, ni de lámpara, esa luz salía del Niño pequeño que estaba acostado en la paja donde comen los animales, su madre María lo miraba y lo miraba, sonreía y sonreía, lo acariciaba y acariciaba, José miraba al Niño y miraba a la Madre, y ponía sus manos en el pecho y luego las levantaba y decía algo con los labios pero no se le escuchaba. Se dieron cuenta que estaban los pastores asomados y los dejaron pasar, cada uno miraba al Niño y se miraban entre ellos, cada uno sentía algo distinto, unos sentían ganas de llorar por haber sido malos, y ya no querían serlo; otros querían gritar de alegría y dar brincos; otros miraban al Niño y miraban el Cielo. Alguno soñaba con poder repetir el canto de los ángeles para dormir al Niño. Era tan pequeñito, tan indefenso, movía sus manitas buscando a su Madre y su boca buscaba instintivamente su pecho. Su llanto hacía llorar a todos, sus balbuceos de bebé, doblegaban el corazón más duro, al abrir sus ojos, el mundo se trasformaba. Le daban los regalos a José y María y decían lo que el ángel les había dicho. Ninguno de ellos, volvió a su casa siendo el mismo y a todos contaban lo que había pasado. María les daba las gracias y luego escuchaba en silencio y pensaba en las cosas que hace Dios.

«Dios busca lo humilde, lo sencillo. Allá estaban los grandes, los ricos, los poderosos, haciendo sus planes, negociando sus riquezas, ocupados en sus problemas, buscando su poder y su gloria, muchas gentes había entonces, muchas cosas hicieron esa noche; los que no habían dado lugar a la familia santa, dormían sin haber visto la gloria de Dios, pero los pastores, que eran pobres y sencillos, iguales a María y a José, que no siempre tenían comida, que sus ropas no eran nuevas ni elegantes, que sus casas no eran grandes, estaban despiertos, pudieron ver al ángel, y oír la música del cielo y sobre todo fueron los primeros invitados a conocer el misterio más grande de todos los tiempos, fueron los primeros en ver la promesa de Dios cumplida en ese Niñito pequeño…. Tantos sabios, tantos profetas, reyes, sacerdotes, generaciones y generaciones esperando este momento pero no estaban ellos en el monte cuidando el rebaño, no estaban ellos a la intemperie, con frío, no estaban ellos ahí en medio de la nada confiando en el poder de Dios que es dueño de todo lo creado, por eso solo los pastores, los pobres, los despreciados, podían haber estado en ese lugar, en una cueva en medio del monte en una noche fría, la noche más dulce de todos los tiempos. Pero Dios que a todos ama no deja a ninguno sin su misericordia, y a quien lo busca con sincero corazón lo encuentra»

En este punto, ya Fray Juan no podía más…. Era imposible que Nantama supiera todo eso, si nunca nadie les había hablado antes de Dios, ¿cómo era que Sumune pudiera contar con tanta precisión la historia de la Rendención? Era casi como si Nantama estuviera leyendo el Evangelio, su corazón quería estallar… latía descompuesto, quería interrumpirlo y preguntarle quien era ese Bwana, cuando había estado ahí…. Pero al mismo tiempo no podía dejar de escuchar con reverencia las palabras sencillas de aquel niño que con su inocencia y a su modo, iba intercalando de manera impresionante su propia experiencia de pueblo africano que hacía viva la presencia de Jesús en medio de sus vidas. No era de extrañarse entonces, que aquel diminuto pueblo perdido en el centro de África, viviera con tanta armonía, ya Dios se había ocupado de ellos y los había preparado para recibir su presencia con alegría y sencillez.

Fray Sebastián, tenía el rostro pálido, pero sereno, él miraba las cosas con más naturalidad, tenía la experiencia en sus muchos años de servicio y amor a Dios, de las maravillas de Su presencia en todas partes. Antes de llegar y quedarse en aquel lugar Fray Sebastián había pasado por tantos lugares, había mirado tanta gente, se podría decir que conocía el mundo, pero no como un hombre mundano sino como humilde sacerdote que lleva a Jesús con su vida y con su ministerio, con sus manos consagradas que pueden convertir el pan de España o el pan de África en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Con sus manos encallecidas de tanto pasarlas por las cuentas del Rosario y trabajar con ellas levantando capillas aquí y allá. Vertiendo el agua del Bautismo en cabezas jóvenes y viejas que hacen nuevo al hombre por pertenecer al Señor.

Nantama se interrumpió pues tenía sed, había hablado y hablado, se dio cuenta que ya había oscurecido, había antorchas encendidas alrededor y la gran fogata ardía y levantaba sus llamas chispoteando como si quisieran imitar a las estrellas… algunos niños pequeños se habían acomodado en el regazo de su madre y dormían tranquilos, los ojos de aquellas mujeres los miraban ahora con asombro, como si su mtoto fuera Aquel del que Nantama hablaba con tanta emoción… les parecía que su niño también brillaba. Que iluminaba sus vidas.

Nadie se movía, no querían que se acabara la historia. Esa noche era distinta a las otras, esa historia era distinta a las otras, ellos eran distintos.

Nantama, continuó, ya no podía detenerse, percibió una vez más, que esa historia de Sumune no era una historia común, que encerraba un gran misterio, que era una historia que contaba algo antiguo, que siempre se había esperado, que aunque pasaron muchos siglos seguía sucediendo ahora, que esa historia no había terminado, que todavía se estaba contando y se contaría para siempre. Y se estremeció….

Pasaron algunos días, y estaban José y María pensando ya en regresar a su pueblo cuando vieron acercarse a la cueva una gran caravana, con camellos, elefantes y gente vestida de modo elegante, venían tres sabios de allá de muy lejos, del lado oriente, se apearon de sus animales y se dirigieron a María. Al ver al niño en sus brazos los tres personajes se inclinaron, sus cabezas tocaron el suelo, el mtoto, dormía envuelto en los brazos de su Madre, los sabios que eran reyes de unos pueblos muy hermosos y misteriosos, trajeron regalos al niño, eran cosas que querían decir lo importante que era para ellos haberlo encontrado, le dieron incienso, que es un aroma que se enciende y huele muy bien y se eleva hasta el cielo, porque era Dios, le trajeron oro porque decían que era el Rey, y le entregaron mirra porque era hombre. María y José estaban tan asombrados de ver a estos reyes inclinarse ante su niño. El más anciano tenía el pelo blanco y le caía hasta los hombros, llevaba una corona con diamantes, esmeraldas, zafiros, que resplandecían con la luz del sol, se sentó en un montón de paja que le ofreció José. El segundo, era un hombre con pelo y barba color rojo, su piel era muy, muy blanca no llevaba nada puesto en la cabeza pero usaba una túnica color púrpura que según se movía cambiaba de color, de pronto se veía azul o verde, y tenía un cinturón grabado con signos y letras, era de oro puro y un bolso colgaba de el con muchas monedas, y se quedó de pie, el tercero era un hombre de piel oscura, como la nuestra, el traía un turbante con plumas de pavo real y un broche con joyas que detenía un manto bordado con hilos de oro, él quiso quedarse de rodillas lo más cerca posible del niño, él quería acariciarlo y no podía dejar de mirarlo ni un instante. Los reyes comenzaron a contarles todo lo que habían pasado antes de llegar con el Niño.

El de pelo rojo comenzó a decir: venimos hasta aquí para adorar al Niño. Y hoy hemos culminado nuestro anhelo, ninguna de las señales dejaron de cumplirse…..Hace ya muchos meses estudiando el cielo vimos aparecer una estrella en el firmamento, esa estrella cada día se hacía más grande y su brillo subía y bajaba, llamándonos la atención, era como si quisiera comunicarnos un mensaje, buscamos en los manuscritos antiguos, preguntamos a los sabios, enviamos cartas a otros pueblos para ver quien nos informaba sobre este fenómeno. Cada uno iba completando el mensaje, uno de los sabios nos dijo que estaba escrito que cuando una estrella así apareciera en el cielo era signo de que pronto sucederían cosas extraordinarias, buscando en los libros antiguos de este tú pueblo, encontramos una profecía que hablaba de una madre virgen. Y por último en las cartas que nos fueron llegando, se nos hablaba de un Rey que nacería, un Rey que con su venida haría nuevo el mundo, y los que lo conocieran serían salvados por él.

El rey anciano, el que se había sentado en la paja, iba a continuar el relato… José y María guardaban silencio, entonces el niño abrió sus ojos, y los tres reyes al mismo tiempo, cayeron de rodillas y se inclinaron, el mtoto, sonrió, y los sabios quedaron extasiados, extendió su manita y jugó con el pelo del anciano. Ya no podían hablar, sólo miraban al niño, pero como era tan pequeñito, pronto buscó el calor de su madre y volvió a dormir.

Después de un rato el Rey de corona con joyas, dijo: Lo que les ha platicado mi amigo es solo el principio. Cuando juntamos toda la información que creímos importante, quisimos confirmarla nosotros mismos, así que, después de mucho observar la estrella nos dimos cuenta que se movía hacia el poniente, cada noche se alejaba un poco más. Tomamos esto como una señal y decidimos emprender el viaje siguiendo la ruta que la estrella marcaba… nos ha llevado muchos meses, pues sólo podíamos hacer el camino por la noche cuando la estrella aparecía en el firmamento. Nunca nos abandonó, pues aun cuando hubiera nubarrones, pareciera que la estrella se hacía más brillante y su reflejo traspasaba las nubes. Y cuando uno de nosotros enfermó, la estrella se detuvo en el cielo hasta que se recuperó y pudimos seguir el camino. Pasamos por muchos países, y pueblos; grandes ciudades, desiertos y montañas, acampábamos durante el día, o nos hospedábamos en alguna posada, conocimos mucha gente, y por todos los lugares que pasamos, había gran expectación con la estrella, muchas leyendas corrían de boca en boca, pero en todas ellas se guardaba el mismo mensaje, Nacerá un rey…. Nacerá un rey…. Dios nos visitará. Era como si en todos los pueblos de la tierra hubiera un mismo origen y cada uno desde el principio conservaba de generación en generación la esperanza de esta llegada misteriosa.. Algunas leyendas eran cuentos llenos de fantasías y exageraciones, otras era un vago recuerdo de la espera, pero cuando llegamos a este país, había una certeza clara en el pueblo, sabios o ignorantes, todos esperaban la llegada del Mesías, del Enviado, del Esperado, pero no sabían con seguridad cuando ni donde sucedería.

Suspiró el anciano, como juntando en un solo pensamiento toda la aventura que los había llevado hasta aquella gruta perdida en medio de un monte y la recompensa de ver con sus propios ojos al Niño Nacido de una Virgen. Sin embargo, una sombra pasaba por sus ojos…. María que conservaba todas estas cosas en su corazón, notó esa preocupación del Rey, le miró con humildad, con dulzura como invitándolo a desahogarse… Pero estaba cansado, por el viaje, pero sobre todo por la gran emoción de haber alcanzado la meta. José, amablemente los invitó a tomar un poco de leche y unos pedazos de pan y frutas, que los pastores les habían traído temprano por la mañana. Estos grandes hombres, tomaron lo ofrecido con gran sencillez. Pidieron permiso para retirarse y se inclinaron de nuevo tocando sus cabezas el suelo en signo de adoración al Niño recién nacido.

Levantaron sus tiendas a una distancia discreta, donde no causaran molestias a la familia, que con dificultades, pero sin ninguna queja se adaptaba a la incomodidad de la cueva, no sin antes entregarles algunas alfombras, cojines bordados, cortinas pesadas y fuertes que ayudaron a tapar las ráfagas de aire que entraban por los huecos de las piedras. José se los agradeció mucho, pues era para él una tortura ver a María cuidar a su Niño entre tanta aspereza y frío.

María se quedó pensativa, con el alma abierta a la grandeza de Dios que descansaba en su regazo. Meditaba y oraba, agradeciendo todos estos acontecimientos que llenaban su corazón de asombro, y la hacían presentir cosas mayores. Su Niño apenas llegado al mundo era ya motivo de tantas maravillas: los pastores llegados por un anuncio angelical y los reyes atraídos por una estrella. Las profecías sobre él cumpliéndose ante sus ojos la emocionaban. Nunca soñó con riquezas ni con honores, su humildad repetía cada día su “hágase” la voluntad de Dios, esa era su máxima alegría, su mayor tesoro. Cantaba como un arrullo a su Niño, los himnos de alabanza a Dios aprendidos desde niña… nunca esos cánticos habían sido elevados con tanto amor y confianza.

A la mañana siguiente, ya levantado el sol, que con sus rayos venía también a rendir honor al Niño, a entregarle su calor, y desbaratar el rocío helado entre las grietas, cuando vieron acercarse a los tres reyes, con toda su comitiva, preparados para emprender el viaje de regreso, se les notaba un cierto apuro, e intranquilidad.

José se adelantó para ver en qué podía ser útil y amablemente los acompañó hasta donde estaba María, arreglando las pocas ropas con las que trataba de cubrir lo mejor posible a su bebé. Al verlos hizo una suave inclinación y los invitó a sentarse en el mismo sitio del día anterior…. El rey del turbante, que hoy traía uno del que caía hacia atrás un largo velo que servía para cubrir su rostro del sol y del viento durante el viaje, se acercó a donde estaba recostado el Niño, se hincó ante él y le habló en voz muy baja, algo muy personal e importante debe haber sido pues al rodar dos lágrimas por su cara negra se le escapó un sollozo. Con mucho cuidado acercó sus labios y besó con humildad el pequeñito pie que se había salido de la cobija, después con más cuidado aún, cubrió al Niño con una rica y hermosa tela que sacó de entre sus ropajes.

Se dirigió a los esposos y comenzó a decir: Ayer, relataba mi compañero, cómo al llegar a este país, nos dimos cuenta que todos sabían sobre la llegada de un Mesías, pues bien, también sucedió que apenas entramos al país la estrella no apareció de nuevo, como cada noche… eso nos desconcertó bastante y fue entonces que llegamos a la capital, una grande y hermosa ciudad, con un Templo deslumbrante donde se glorifica a Dios día y noche. Corrió la voz de nuestra presencia y unos emisarios de palacio se acercaron a nuestras tiendas y nos condujeron hasta el rey. Su lujo y majestuosidad superaban en mucho el nuestro, pero se comportó de manera familiar y amablemente nos preguntó por el motivo que nos traía hasta su reino. Le describimos toda la aventura desde el principio y su sobresalto y el de su corte fue enorme, un gran estupor corrió como una ola gigante por toda la ciudad. Mandó traer el rey a los sabios y conocedores de las Escrituras y los hizo revisarlas completas, pasaron muchas horas y notábamos que la amabilidad del rey se oscurecía por momentos. Por fin uno de ellos dijo: Si me permite el rey mostrar lo que encontré en un de los libros de los grandes profetas…. el rey con un gesto áspero pero que corrigió con una sonrisa dijo: adelante no nos mantengas con mas ansias. El anciano desenrolló el pergamino y con la voz entrecortada por los nervios leyó: “Belén de ti saldrá un jefe, el pastor de mi pueblo….”. El rey se acercó a nosotros y con el mayor cuidado nos dijo, pues bien, ya saben ahora a qué lugar deben dirigirse, pero quiero pedirles un gran favor. Por supuesto que después de todas las molestias que habíamos causado, insistimos en que nos pidiera lo que quisiera, que estábamos dispuestos a cumplir lo que fuera. Que lo considerara una promesa. Nos dijo: es muy importante que cuando hayan encontrado al Niño, regresen aquí para que me lo cuenten todo, pues también yo quiero ir a rendirle los honores. Su petición se nos hizo de lo más natural y aceptamos con gusto volver a palacio. Por la noche, cuando iniciábamos el camino en dirección a Belén, según los datos que nos dieron, vimos con gran alegría, que la estrella aparecía de nuevo y más aprisa que nunca, nos trajo hasta este preciso lugar, brilló como nunca la habíamos visto brillar y posó sus rayos sobre esta gruta. Así que nada nos hizo dudar que aquí encontraríamos al dueño de la profecía. Y se hizo más patente al ser tan desconcertante, pues un Rey se encuentra en un palacio, sin embargo, este Rey es para todos, al alcance de quien quiera encontrarlo.


El rostro del rey negro, se puso triste, y los tres inclinaron la cabeza apesadumbrados, José miró a María, que se mantenía serena … El más anciano dirigiéndose a la Madre le recordó el momento de duda que había tenido la tarde anterior, Ella asintió con la cabeza, entonces le dijo: La ancianidad, tiene la ventaja de ver más allá de lo que parece a simple vista, y guardaba yo mis dudas sobre la sinceridad del rey, sus gestos tan cuidados y su manera de hablar tan exagerada me pusieron en guardia, pues bien, anoche, mientras dormíamos fuimos visitados en el sueño, y se nos advirtió que no volviéramos a la ciudad con el rey, que no le diéramos el paradero del Niño. Nuestras costumbres y nuestra casta, nos obligan siempre a cumplir cualquier promesa por pequeña que sea, la hecha al rey fue sellada con nuestra palabra… José parpadeó… y quiso decir algo, pero antes de que abriera la boca, el anciano agregó: El visitante del sueño supera en mucho cualquier realeza, es mucho más importante cumplir con este aviso que una promesa de hombres, pues este mensajero nos transmitió la voluntad de Aquel que puso la estrella en nuestro camino. Sin decir mas, los tres reyes se pusieron de pie, le agradecieron a los esposos, José y María la acogida tan amable que les habían dado, se acercaron al Niño y lo miraron mucho rato, como si quisieran grabarlo para siempre en sus mentes, aunque sabían perfectamente que jamás en el resto de sus vidas olvidarían este momento pues ya estaba grabado en su corazón. Le tocaron la frente con reverencia como quien toca algo sagrado y una vez más se inclinaron rostro en tierra, ante él, para adorarlo. Al salir de la gruta el rey de pelo rojo, sacó las monedas del bolso que colgaba de su cinturón y las entregó a José, le aseguró que no era una limosna sino una ofrenda, se agachó y tomó un puñado de tierra lo guardó en la bolsa y lo besó. Subieron cada cual a sus monturas, se fueron alejando mirando hacia atrás y levantando la mano para despedirse mientras sus figuras se recortaban contra el horizonte tomando una ruta distinta para volver a su lugar de origen sin pasar por la ciudad ni por el palacio del rey.

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