Biografía Madre María Inés Teresa Arias.
13.- No te pido que apartes de mí el cáliz, sino que me des fuerza para beberlo hasta lo último.
Las dificultades, no obstante, siguen obstaculizando su sueño misionero. El nuevo vicario de religiosas de la arquidiócesis de la Ciudad de México no quiere a la comunidad en la capital, y las profesas tienen que dejar la casa y regresar a Cuernavaca. En sus escritos personales, la madre Inés vuelca su sentir antes semejantes adversidades: …cuánto mayores son mis tribulaciones y mayor la humillación en que me encuentro, crece más mi confianza y seguridad en Dios, no sólo a los ojos de los demás, sino a mis propios ojos.
En septiembre de 1948, a tres años de la fundación, se celebran las primeras elecciones trienales de acuerdo a las Constituciones por las que todavía se rigen. En el Capítulo presidido por el vicario general, las religiosas de votos perpetuos eligen a la Reverenda Madre María Inés Teresa Arias oficialmente como Abadesa.
En un encuentro fortuito en 1946 la madre Inés había conocido a monseñor Ignacio Márquez, arzobispo de Puebla, quien desde entonces mostraba un pronunciado interés por el instituto. Después de más de un año de comunicación epistolar, el arzobispo invita a la madre María Inés a participar en el Congreso Nacional Misionero. De este primer encuentro surge la idea de fundar un instituto en la ciudad de Puebla.
Para Julio de 1948 un grupo de religiosas profesas y postulantes parten para iniciar esa nueva fundación. Aunque jurídicamente podía considerarse como monasterio autónomo, dependía en absoluto de Cuernavaca en todos los demás aspectos, y por supuesto, la madre María Inés fungía como su superiora general.
En una sencilla casa que amablemente les consigue el señor Obispo, y rodeadas de la misma pobreza habitual, las religiosas comienzan otra etapa formativa. Los trámites se llevan más de un año; pero para octubre de 1949 es ejecutado el rescripto que constituye canónicamente al monasterio. La madre Inés ve con especial interés el fundar la Universidad Femenina de la Ciudad de Puebla. La mueven dos claras razones: en primer lugar, en ese centro educativo las hermanas de la comunidad podrían dedicar parte del tiempo a la formación cristiana de las jóvenes universitarias; en segundo, las religiosas mismas, se prepararían intelectualmente. Ella estaba convencida de que el conocimiento de las ciencias humanas las acercaría más a las almas de los países de infieles para después encaminarlas al único y verdadero Dios.
Mientras tanto a la casa de Cuernavaca siguen llegando cada vez más jóvenes con vocación misionera. .....
La construcción del convento apenas avanza pues no hay mayores recursos, y esto empieza a ser un problema a la hora de admitir a nuevas postulantes. Aunque la propia madre fundadora se encarga de revisar los trazos y disposiciones de la construcción, sabe que por los espacios con que cuentan, no tienen capacidad suficiente para recibir a las aspirantes. Por esa razón, la casa de Puebla representa una esperanza para el florecimiento y formación de nuevas misioneras, además de que, para sorpresa de todas, muy pronto en esa ciudad empieza a surgir también el entusiasmo por la vocación misionera.
Un acontecimiento lamentable trastorna la vida de esa nueva fundación: el gran bienhechor y protector de la casa de Puebla, Monseñor Ignacio Márquez, muere en forma inesperada. El vacío que este hombre de Dios deja en la comunidad, es inmenso. Desgraciadamente, con su desaparición, ese instituto de las misioneras clarisas queda a merced de interés muy ajenos al recién fallecido arzobispo y de su fundadora.
Aún en vida de monseñor Márquez, su propio secretario personal apoyado por otro sacerdote, habían planeado a espaldas del Señor Obispo, para convencer a la superiora de Puebla y convertir el instituto en una fundación totalmente independiente de la de Cuernavaca. La intención de los sacerdotes es transformar esa comunidad en misioneras diocesanas y ponerlas bajo su servicio. Muy seguramente, la situación jurídica especial de ese instituto había iluminado a los sacerdotes para lograr sus fines. Por su parte, la superiora de Puebla se hallaba confundida y parece ceder a esos intereses; tampoco ella ha comprendido del todo, los deseos de la madre María Inés: la fundación de Puebla pretendía ser una congregación moderna centralizada, formadora de jóvenes para las misiones. Sin lugar a dudas, la abadesa ha sido fácilmente influida por las ideas de los sacerdotes.
El problema hace crisis durante la ceremonia de toma de hábito de las primeras novicias de esa casa. El ritual exige que la abadesa entregue el velo a la Superiora General y ésta se lo imponga a cada novicia. Según testimonio de una de las aspirantes, el padre toma directamente el velo y pasando por alto la autoridad de la madre María Inés, lo entrega a la Superiora de Puebla para que ella lo coloque a las novicias. Con esto pretende dejar mu claro quién es la autoridad de ese instituto.
La madre Inés entendiendo lo que pasa, se hace a un lado y humildemente se retira para sólo actuar como simple testigo. Las novicias, inquietas por el extraño comportamiento del sacerdote, al final del acto se dirigen hacia ella y no sólo le piden una explicación, sino que le ruegan que las lleve a Cuernavaca; intuyen que aquello es bastante serio. La madre María Inés las tranquiliza y les suplica que se queden, pues cualquier situación irregular podía perjudicar el proceso de la transformación definitiva del instituto, a su calidad de misioneras.
Sin embargo, esto la ha herido más de lo que ninguna novicia podía sospechar. Por un lado, estaba siendo víctima de un atropello planeado por representantes de la propia jerarquía de la Iglesia; por otro, sabe que una ruptura en esta primera etapa, cuando ni siquiera eran una congregación misionera debidamente autorizada, pone en peligro su futuro.
La religiosa jamás había sabido pelear, y si hasta ese momento, su corazón no se había dejado impregnar por la hiel de la amargura y el rencor, ahora, menos que nunca, lo permitiría. Por las noches, completamente a solas, puede llorar a sus anchas y entregar cada una de sus lágrimas a Jesús; puede recargarse en el regazo de su Madre celestial y depositar en Ella toda su tristeza. Era necesario esperar a que Dios actuara cuando lo creyera oportuno. Mientras tanto les suplica a las novicias callar, no criticar y poner todo en las manos de Altísimo.
Aún así, es preciso hacer algo. La Madre Inés necesita aclarar las cosas personalmente con el obispo Alfonso Espino y Silva. Ella de antemano sabe que los dos sacerdotes interesados en fracturar su incipiente congregación, son amigos cercanos del señor Obispo. No obstante, se presenta ante él, y con toda honestidad le explica su versión de los hechos. El Obispo se da cuenta de que el retraso de los trámites para cambiar el giro del Instituto de clarisas sacramentarias en misioneras, ha sido la causa principal de que surja el problema, y le promete a la Reverenda Madre, agilizar el proceso.
Por esos días, sin embargo, don Alfonso Espino y Silva es elegido Administrador Apostólico de la Arquidiócesis de Monterrey, nombramiento que estaba vacante por la muerte de Monseñor Trichler, y pese haber prometido a la madre Inés, dejar totalmente arreglados todos los trámites antes de dejar Cuernavaca, diversos asuntos lo distraen y olvida elevar las preces a la Santa Sede para la Transformación. El cambio de monseñor Espino hace sentir de nuevo a la madre Inés desamparada. El padre Maciel conservaría en una carta, las palabras que describen la preocupación de la futura misionera en esos momentos: Nosotras hemos quedado acá en la tierra otra vez huérfanas. Primero perdemos al Excmo. Dr. José Ignacio Márquez, que tanto se interesó y protegió esta naciente comunidad, y ahora al no menos solícito padre. No se escandalice si le digo que he llorado mucho y hasta me siento enferma. No obstante, doy gracias a Nuestro Señor que así me prueba y parece que deja su obra a merced de las olas. Sólo porque es suya no ha zozobrado, habiendo pasado por tantas vicisitudes. El quiere que no tengamos apoyos humanos y precisamente en vías de la Transformación.
Don Alfonso Espino y Silva le sugiere poco después, pedir autorización al delegado apostólico, monseñor Guillermo Piani, para viajar a Roma y así llevar ella misma los documentos. Este viaje, si bien era la manera más segura de que la documentación llegara a su destino, también implicaba un gasto para el que no estaba preparada la comunidad, y eso sin contar los morosos trámites del pasaporte y la visa.
Pero la Divina Providencia se encargaría de encontrar solución a semejantes inconvenientes. Algunos años atrás, la madre Inés había conocido al Padre Marcial Maciel, quien también luchaba por alcanzar la fundación de los Legionarios de Cristo; en ese tiempo el padre se encontraba en Roma y allí se entera que la madre planea trasladarse a dicha ciudad para entregar las preces a la Santa Sede. Le escribe de inmediato para evitarle el viaje, ofrecerse como intermediario y entregar cuanto antes dicha documentación.
La Madre María Inés le agradece al padre Maciel su generosa iniciativa, y el 31 de mayo de 1951 le envía todo lo convenido. La madre, junto con todas las hermanas, continúan la intensa campaña de oración para que en ese mismo mes, dedicado al Sagrado Corazón, pueda alcanzarse la gracia de la Transformación.
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