Una vida ofrecida por el Papa y la Iglesia
En el sentido más verdadero, justamente en el corazón del Vaticano, a la sombra de la cúpula de San Pedro, se encuentra un convento consagrado a la “Mater Ecclesiae”, a la Madre de la Iglesia. El simple edificio, usado en precedencia para distintas finalidades, hace algunos años fue reestructurado para adecuarlo a las necesidades de una orden contemplativa. El mismo Papa Juan Pablo II hizo que este convento de clausura fuera inaugurado el 13 de mayo de 1994, el día de la Virgen de Fátima; aquí las religiosas habrían consagrado su vida por las necesidades del Santo Padre y de la Iglesia.
Esta tarea es confiada cada cinco años a una orden contemplativa diferente. La primera comunidad internacional estaba formada por Clarisas provenientes de seis países (Italia, Canadá, Ruanda, Filipinas, Bosnia y Nicaragua). Más tarde llegaron las Carmelitas, que han continuado a rezar y a ofrecer su vida por las intenciones del Papa. Desde el 7 de octubre del 2004, fiesta de la Virgen del Rosario, se encuentran en el monasterio siete hermanas Benedictinas de cuatro nacionalidades. Una filipina, una estadounidense, dos francesas y tres italianas.
Con esta fundación, Juan Pablo II mostraba a la opinión pública mundial, sin palabras, pero de modo muy claro, cuánto la escondida vida contemplativa sea importante e indispensable, también en nuestra época moderna y frenética, y cuál valor le atribuye a la oración en el silencio y sacrificio escondido. Si él deseaba tener en sus cercanías a religiosas de clausura para que rezaran por él y por su pontificado, esto también revela la profunda convicción que la fecundidad de su ministerio de pastor universal y el éxito espiritual de su inmensa obra provinieran, en primera línea, de la oración y del sacrificio de otros.
También el Papa Benedicto XVI tiene la misma profunda convicción. Dos veces fue a celebrar la Santa Misa en el convento de “sus religiosas”, agradeciéndoles la ofrenda de su vida por él. Las palabras que él dirigió el 15 de septiembre de 2007 a las Clarisas de Castelgandolfo, sirve también para las religiosas de clausura del Vaticano:
“He aquí pues, queridas hermanas, lo que el Papa espera de ustedes: que sean antorchas ardientes de amor, ‘manos unidas’ que velan en oración incesante, desapegadas totalmente del mundo, para sostener el ministerio de aquel que Jesús llamó para conducir su Iglesia”.
La Providencia dispuso realmente muy bien que, bajo el pontificado de un Papa que tanto aprecia a San Benito, puedan estarle cercanas de modo especial, justamente las hermanas Benedictinas.
En el sentido más verdadero, justamente en el corazón del Vaticano, a la sombra de la cúpula de San Pedro, se encuentra un convento consagrado a la “Mater Ecclesiae”, a la Madre de la Iglesia. El simple edificio, usado en precedencia para distintas finalidades, hace algunos años fue reestructurado para adecuarlo a las necesidades de una orden contemplativa. El mismo Papa Juan Pablo II hizo que este convento de clausura fuera inaugurado el 13 de mayo de 1994, el día de la Virgen de Fátima; aquí las religiosas habrían consagrado su vida por las necesidades del Santo Padre y de la Iglesia.
Esta tarea es confiada cada cinco años a una orden contemplativa diferente. La primera comunidad internacional estaba formada por Clarisas provenientes de seis países (Italia, Canadá, Ruanda, Filipinas, Bosnia y Nicaragua). Más tarde llegaron las Carmelitas, que han continuado a rezar y a ofrecer su vida por las intenciones del Papa. Desde el 7 de octubre del 2004, fiesta de la Virgen del Rosario, se encuentran en el monasterio siete hermanas Benedictinas de cuatro nacionalidades. Una filipina, una estadounidense, dos francesas y tres italianas.
Con esta fundación, Juan Pablo II mostraba a la opinión pública mundial, sin palabras, pero de modo muy claro, cuánto la escondida vida contemplativa sea importante e indispensable, también en nuestra época moderna y frenética, y cuál valor le atribuye a la oración en el silencio y sacrificio escondido. Si él deseaba tener en sus cercanías a religiosas de clausura para que rezaran por él y por su pontificado, esto también revela la profunda convicción que la fecundidad de su ministerio de pastor universal y el éxito espiritual de su inmensa obra provinieran, en primera línea, de la oración y del sacrificio de otros.
También el Papa Benedicto XVI tiene la misma profunda convicción. Dos veces fue a celebrar la Santa Misa en el convento de “sus religiosas”, agradeciéndoles la ofrenda de su vida por él. Las palabras que él dirigió el 15 de septiembre de 2007 a las Clarisas de Castelgandolfo, sirve también para las religiosas de clausura del Vaticano:
“He aquí pues, queridas hermanas, lo que el Papa espera de ustedes: que sean antorchas ardientes de amor, ‘manos unidas’ que velan en oración incesante, desapegadas totalmente del mundo, para sostener el ministerio de aquel que Jesús llamó para conducir su Iglesia”.
La Providencia dispuso realmente muy bien que, bajo el pontificado de un Papa que tanto aprecia a San Benito, puedan estarle cercanas de modo especial, justamente las hermanas Benedictinas.
Foto: Encuentro con el Santo Padre Juan Pablo II en su biblioteca privada, el 23 de diciembre de 2004.
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