El conde Bruissard, que se hallaba en Cauterets cuando comenzaron a propalarse los rumores acerca de las apariciones de Lourdes, cuenta lo siguiente: «yo vivía encerrado en mi incredulidad porque andaba extraviado. Leí en un periódico que la Virgen le había sonreído a Bernardita y fui a Lourdes con ánimo de poner una trampa a la muchacha y atraparla en flagrante delito de mentira. Entré en la casa de los Soubirous y hallé a la niña remendando unos calcetines.
Bien- le dije- ¿cómo te sonreía tu Señora?
-!Oh señor! Para reproducir aquella sonrisa hay que ser del cielo -respondió la pastorcilla.
-Haz la prueba. Yo soy un incrédulo.
A estas palabras se oscureció el rostro de la muchacha.
-Pues vos sois un pecador, repetiré la sonrisa de la Virgen.
Y se levantó despacio, cruzó los brazos ante el pecho y esbozó una sonrisa tan única y celestial cual no he visto nunca dibujada en labios humanos. Allí quedé inmóvil, persuadido de haber visto sonreir a la Virgen en el rostro de la pequeña vidente. Desde entonces, aquella sonrisa me acompaña; y ha llegado a hacerme un perfecto creyente.
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