El escultor Thorvaldsen tiene una magnifica estatua de Cristo en una de las iglesias de Copenhague. Un turista la miró con cierto desencanto: no acertaba descubrir la hermosura tan encomiada de la obra.
Unos de los circunstantes le dijo: “Ha de arrodillarse usted, y así desde abajo mirar la cara de Cristo”. El turista se arrodilló y pudo apreciar toda la belleza de aquella obra sin par.
Arrodìllate tú también ante Jesucristo, mira su rostro muchas veces, ámale y síguele, quedarás cautivado de su belleza. Verás cómo el contacto íntimo con Jesucristo vibra en tu alma pujante vida, así como la savia de la vid trabaja y obra en el sarmiento, según el símil propuesto por el Salvador.
Dichoso el que sabe vivir en amistad cálida, íntima con el Señor; en cuyo corazón vive la imagen de Cristo como un mar de resplandores que irradian las fuerzas; cuyo entendimiento se siente subyugado irresistiblemente por el amor de Jesús.
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