Nunca vacíes tu vida de discípulo misionero de la confianza en el Espíritu Santo. Lo más grande que te ha podido suceder es ser instrumento de su acción, muchas veces, impreceptiblemente. El Espíritu hace que tengas confianza en tí mismo, incluso cuando percibes que la tarea te supera. El Espíritu trabaja en el corazón de los hombres incluso antes de que tú llegues. El Espíritu allana dificultades, incluso sin que te des cuenta. El Espíritu te llama y te reclama desde los dones que te ha repartido en aquellos a quienes te diriges. Acoge y aprende. El Espíritu hace de tu trabajo una auténtica tarea apostólica.
Cuando hay un buen entendimiento entre el discípulo misionero y el Espíritu, la misión cobra una hondura que necesariamente deja huella en tí y en los demás. Confía en el Espíritu y ponte en sus manos como instrumento de su gracia.
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